Todos a una, como en el citadísimo drama de Lope de Vega, o como en el coro de una tragedia griega o de una ópera, los políticos, economistas, politólogos, comentaristas, columnistas y consultados de todos los colores repiten el mantra que los salva de pensar y de jugarse: “Está claro que es preferible un arreglo con el FMI, por malo que fuera, a un default”, dicen antes de emitir opinión, o después de aclarar con ese introito que todo lo que van a decir después no sirve para nada.
Algo raro, porque muy pocos conocen el contenido del acuerdo, pese a que ya Juntos por el Cambio se ha apresurado a anticipar que no pondrá trabas al armisticio con el Fondo. ¿Qué va a apoyar la oposición? Suena a vieja película vista una y otra vez en muchas madrugadas de insomnio que, claro, siempre tiene el mismo desarrollo y el mismo final. Salvo que esta vez el peronismo, en una magistral trapisonda, se ha reservado el doble papel de traidor y redentor. De malo y bueno. De victimario y de víctima, con ese molesto autoconvencimiento que lo hace suponer que todos los ciudadanos han completado el tratamiento de descerebración al que los somete a diario. Esta vez, el peronismo gobernante que inventó Cristina Fernández, en alianza con la oposición de Juntos, van a aprobar el acuerdo supuestamente salvador de tantos males. Y al mismo tiempo, el peronismo sensible del delfín de la señora Fernández, sin su aval -como se han apresurado a informar sus exégetas periodísticos- en alianza con la oposición buena, es decir la del sector izquierdista, que evidentemente tienen acceso a la letra chica, se opondrá al mismo. Salomón queda eclipsado. Pilatos también. Por el mismo precio, el peronismo infiltrado en el gobierno peronista ya dice a los cuatro vientos que obstacularizará el cumplimiento de los modestos requisitos del acuerdo de compromiso. Si parece un trabalenguas no es responsabilidad de esta columna.
Mientras tanto, como en las escenas originales (prohibidas, obviamente) de la Ópera Evita, un desfile de genuflexos o al menos de miedosos recita: “Es mucho mejor un mal arreglo que un buen pleito”, o algo así, con lo que de paso elude analizar en profundidad lo que está ocurriendo y sus verdaderas consecuencias y efectos.
Con el desprecio por la corrección política y por la hipocresía que la caracterizan, la columna intentará tomarse el trabajo de repasar este disfraz de arreglo, acuerdo o como se le quiera llamar. En primer lugar, se trata de un pacto entre dos zombis. Argentina, representada por una suerte de fuerza de ocupación electa democráticamente que la ha despojado de buena parte de su capacidad productiva, exportadora, de sus ahorros, de su patrimonio privado, de su seguridad jurídica y aún de las más elementales garantías de su Constitución, y le ha quitado su educación, su capacidad de supervivencia, su espíritu. Una concesionaria de la franquicia peronista, con subfranquicias provinciales y municipales, que la han entregado al narco, a la desocupación, a la miseria, a la dádiva y que ha vendido su soberanía territorial formal e informalmente, es decir con tratados y pactos más o menos conocidos, o directamente de modo inconfesable, como en el caso de la pesca y alguna minería, o el negocio compartido de las comparsas mapuches, que tiene la apariencia inocente de una simple tramoya económica de sátrapa de pueblo, pero que resucita los peores temores de suprasoberanía de la época de la guerrilla apátrida. Un zombi de la Argentina muerta y convertida en ente que simula un Estado.
Del otro lado, el FMI, concebido como un modo de permitir que los países reacomodaran su tipo de cambio y pudieran volver a producir, exportar, generar los dólares para pagar su deuda y así financiar su desarrollo y su bienestar. Una alternativa en las emergencias financiada por todos los países con el doble propósito de permitir que las economías no desarrolladas, pastoriles o extractivas primarias buscaran recomponer el valor de su moneda y al mismo tiempo pudieran superar los avatares de las crisis que otrora terminaban en situaciones bélicas suicidas, en pobreza vergonzosa o en parias de fácilmente dominables, con poblaciones paupérrimas olvidadas y explotadas. Muy difícilmente se pueda decir que ha cumplido ese objetivo. Basta repasar la historia. Pero además, hoy el Fondo se ha transformado en una orga más, en una entidad burocrática al supuesto servicio de un Orden Mundial que ya no existe, o no tiene líder, una burocracia que posterga su línea técnica en nombre de nebulosas líneas políticas que terminan con situaciones payasescas como la que acaba de protagonizar el presidente putativo Fernández, que como un guapo que recuerda a los sketchs de su tocayo Alberto Olmedo, pero sin gracia, corre a buscar alianzas con tirios y troyanos, para terminar balbuceando sumisiones y propuestas desesperadas que hacen enojar a unos y que hacen sonreír a otros. Ese mismo Fondo que salió a decir con motivo de la pandemia, asociado con la FED no económica de Biden, que había que emitir sin asco y que no era el momento de preocuparse por el déficit, con lo que en realidad estaba condenando a los países pequeños a la ruina. Aun dentro del panorama inflacionario mundial que ahora es el paradigma del no capitalismo estadounidense.
Esos dos zombis han preacordado, sujeto a la aprobación y garantía del Congreso -una suerte de tercer zombi - un no plan del que sí se conoce una medida clara: no se producirán devaluaciones importantes. O sea, que se continuará con los cepos, retenciones, limitaciones y trabas al comercio internacional. O sea, que no hay manera de que se cumplan los objetivos del propio estatuto del FMI, de su Carta Fundacional, de su razón de ser. ¿Qué es lo que van a acordar en definitiva? Que siga todo como está por dos o tres años más. Que se postergue el default. O sea, que Argentina no tenga un centavo más de crédito, ni de inversión, ni de saldo de comercio internacional favorable, que siga la burocracia-despojo estatal y que la corrección o ajuste se siga produciendo del modo más injusto de todos, es decir por inflación. Ajuste que ya ha destrozado a los jubilados con aportes de 35 o más años. Eso es lo que se va a acordar. ¿Por qué es eso mejor que un default? Se trata meramente de postergar para dentro de tres años el default. Que es como postergar tres años la quimio. Porque ningún gobierno de ningún signo podrá intentar siquiera recomponer parcialmente la economía nacional sin un tipo de cambio que permita comerciar e invertir, que no cocine al productor a impuestos, que no le robe con las retenciones, que son por un lado un impuesto que se quita sin análisis alguno, y simultáneamente un subsidio que se da a otro sector sin análisis alguno. Salvo que a veces sirve para ayudar a los amigos.
Tampoco se explica en ninguna parte, ni se puede explicar, cómo se saldrá de la inflación, el único aporte real del peronismo a la economía. Eso ha permitido, en las cifras frías, bajar del modo más arbitrario y precario el gasto y el déficit, en contra de toda ley y de toda justicia. Eso ha llevado al descalabro impresionante de precios relativos, como se ve en la energía, el boleto de colectivo y en casi cualquier otro rubro, que no se solucionará ni en una década. Y para el que no hay provisión alguna según lo que se conoce del acuerdo, “solución pateada para adelante” para considerarla en algún arreglo futuro en serio, Dios mediante. Es cierto que, en algún punto, este resumen es coherente con el cuadro mundial de “solución por inflación de todas las desigualdades y reseteos” que propone la también FED zombi, que culminará con un estallido del capitalismo en quién sabe qué aventura. Pero las víctimas fatales serán los países de producción primaria como Argentina, que invariablemente terminarán con economías como la de la India de Gandhi. Destino para el que no falta demasiado.
El coro de analistas no comprometido, se fija en los intereses del peronismo para postergar la declaración de default, por el costo político de hacerlo y las dificultades posteriores para lograr crédito. O de la oposición de Juntos por el Cambio, porque se la está embretando (con su aceptación cómplice y resignada) para que apruebe algo que no cambia nada y que ni sabe de qué se trata. Una propuesta es analizar este momento desde el punto de vista del país, no de partidos ni de movimientos ni de especulaciones electoralistas. Este seudoacuerdo simplemente abre la puerta para que el gobierno siga haciendo lo mismo que hasta ahora, sin ni siquiera una hendija que permita suponer que motivará algún cambio, alguna mejora, alguna moderación, alguna seriedad. ¿Y después? Algunos sostienen, con una visión sesgada, que los dos grandes contendientes políticos domésticos corren el mismo riesgo: verse condenados a tener que solucionar todos los errores pasados más los que se permiten ahora seguir cometiendo, desde 2024 en adelante. Para ellos postergar es mucho mejor que defaultear. Para la sociedad, no.
Se seguirá bajando el gasto del modo más ineficiente e injusto posible: licuando jubilaciones legítimas, subsidiando las otorgadas gratuitamente, licuando los salarios privados, aumentando el gasto en términos nominales y reales para amigos, amantes, observatorios, secretarías articuladoras, destrozando al productor, a las Pyme - la mayor barbaridad que se puede concebir, secando la inversión, pauperizando el consumo de la clase media, si queda consumo y si queda clase media, expulsando negocios, talentos, inversiones, sueños, proyectos de vida, desarmando familias, regalando soberanía, territorio, convirtiendo cada necesidad que se declare en un derecho, con el gasto y la burocracia correspondiente, persiguiendo contribuyentes, atacando a zonas, ciudades o distritos percibidos como opositores, sin pensar ni discutir soluciones de fondo de ningún tipo. Sin mermar la corrupción, por ningún motivo.
El peronismo franquicia Kirchner interpreta a su manera el default. Como se ha visto en el pasado, y como prueban los miles de millones que se siguen pagando por juicios internacionales que se pierden y se seguirán perdiendo. Se concibe como una instancia en que se insulta al acreedor, se lo denigra, se lo acusa de usurero, ladrón, se le exige que rinda cuentas, se lo obliga a enredarse en situaciones internas, a participar de ellas, se recurren a recursos como el de lamerle las botas de esquí a Putin, o rendir homenaje a Mao, o hacer enojar a Washington, o llevar una bufanda roja a China, casi un acto de conventillerío. Para terminar como Kicillof en la triste negociación con Griesa, o en el más alegre (pero secreto) arreglo con el Club de París. En eso tienen razón los aplaudidores. Es mejor algún grado de acuerdo que esta payasada. Pero la alternativa es otra. Argentina está en default, de su deuda con el FMI, de su deuda externa en su totalidad, de su deuda interna nada menos, para la que no existe ninguna otra solución. El país, no el gobierno, tiene que tomar el toro por las astas. No en 2024, sino ahora mismo. Corresponde declarar un default general y comenzar rondas de conversaciones serias, con proyectos sólidos, no partidarios, no la infantilidad que se ve hoy en todos los órdenes en el gobierno y hasta en la oposición. Arranca por no culpar demagógicamente al prestamista por el estatismo cómodo de los argentinos. Proponer un plan coherente, sólido, permitirá una quita en la deuda, la verdadera función de las organizaciones internacionales financieras, empezando por el FMI, que debe cambiar su conducción además de su autopercepción de ser un organismo de reseteo y redistribución de riqueza, que lo ha conducido a consentir las peores prácticas y ceder ante posiciones y planteos políticos demagógicos, populistas y ruinosos. ¿Después de Argentina, qué?
El mundo está preparado para ese tipo de planteos si se hace con seriedad. Habrá que ver si en tres años se dan las condiciones crediticias y de tasas internacionales de hoy para encarar la tarea. Habrá que ver si el país puede aguantar tres años sin romperse con esta suerte de “pido” que Argentina ha tramado con su contraparte zombi que no puede eludir una verdad de a puño: todo el sistema sabe que Argentina está en default. Desde el mayor acreedor, a todos los países, hasta al más humilde protagonista de la economía nacional. Por supuesto que hay una tendencia mundial a esconder la basura debajo de la alfombra, como caso argentino. Así se considerará a Argentina: basura debajo de la alfombra. Y de paso, el sistema del FMI, su conducción, su actuación, su función, también están en default, que también están postergando. También es basura debajo de la alfombra.
Se puede esgrimir, por supuesto, que ni el peronismo ni todo el sistema político nacional, ni aún la sociedad argentina son capaces de semejante proceso, de semejante tarea y de semejante transformación. Aceptado. Pero nada cambiará con demorarlo hasta 2024, sin crédito, continuando con la misma política y aún con más desesperación por acumulación de problemas y porque no hay manera de que semejante situación aguante hasta entonces. O de que quede algo en pie en ese momento. Acaso un default franco, sincero, doloroso y rotundo, sin culpar al acreedor del populismo local, sea el mejor modo de mostrar la importancia dramática de cambiar un rumbo fatal e infantilista. Si queda alguna esperanza de tal cosa.
Se escucha que un default declarado impediría el desembolso de otros organismos de crédito. Tal vez vendría bien. Permitiría revisar todos y cada uno de esos créditos, que muchas veces tienen dudosos beneficiarios privados en licitaciones y similares. Y también se podría argumentar que ni el BID, ni el Banco Mundial deben ignorar que, sin necesidad de ninguna declaración formal de default, le están prestando a un fallido. A menos que su nivel de incompetencia sea todavía mayor que el que esta columna sostiene. ¿O habrá otras Georgievas o Lagardes en esos entes que también cerrarán los ojos?
Este supuesto acuerdo de hoy crea todavía mayor inseguridad jurídica de la ya existente ahora, que es insoportable, anticonstitucional y paralizante: el default queda postergado hasta 2024. Pero business as usual. Suena idiota. Porque es idiota.
El jueves el presidente rentado de la UIA salió a hablar de lo importante de este acuerdo y de la mejoría de la economía argentina. Tiene razón. Algunas grandes empresas tuvieron en 2021 el mejor resultado medido en dólares de toda su historia. Desde Miranda hasta Kulfas, la historia del peronismo está firmemente unida al concepto mussoliniano de cierta industria, una de cuyas contrapartidas son las retenciones. Para ponerlo de otro modo, el país será viable cuando el que hable de la gran mejoría de la economía sea el dueño de una Pyme, un productor agropecuario, un jubilado legítimo o un monotributista.
El mismo día de la pleitesía de Funes de Rioja, el jueves pasado, el Financial Times publicó una nota, donde por supuesto se hace destacada mención a la enfermedad crónica argentina, titulada “Por qué los países deben reestructurar su deuda lo más pronto posible, no lo más tarde posible”. Justamente plantea lo absurdo y peligroso de demorar aceptar la imposibilidad de pagar. Pero Argentina quiere postergar su agonía tres años más. O sea que no quiere encarar seriamente el problema. Por qué tal negación es considerada como “mucho mejor que un default” es difícil de entender. O tal vez, es preferible no entenderlo.