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SE CONOCIO OTRA EXPERIENCIA ESTETICA DEL TEATRO COLON EN LA SALA DEL COLISEO

"Werther" en una puesta audaz

"Werther", ópera en cuatro actos.Textos: Edouard Blau, Paul Milliet y Georges Hartmann. Música: Jules Massenet. Cantantes:Jonathan Boyd, Mariana Rewerski, Luciano Garay, Graciela Oddone, Ariel Cazes, Gabriel Renaud, Leonardo Estévez, Fabián Veloz y Malena Justo. Iluminación: Rubén Conde. Escenografía, vestuario y "régie": Louis Désiré. Coro de Niños (Valdo Sciammarella) y Orquesta Estable del Teatro Colón (Arturo Diemecke). En el teatro Coliseo, el viernes 14.

Publicada a fines del siglo XVIII, "Die Leiden des jungen Werther" ("Los sufrimientos del joven Werther") relata con prosa inimitable las vicisitudes ultra-apasionadas de una relación imposible, de destino fatal, armada entre un caballero-poeta y una dama casada. La novela autobiográfica de Goethe (quien no se quitó la vida después de ser rechazado por Charlotte Buff), provocó, como se sabe, una ola de suicidios en la Europa de esa época, fruto trágico de la exaltación romántica exacerbada, generada por la frustración amorosa. Lejos de ello, lo que es seguro, en cambio, es que nadie va a rasgarse siquiera las vestiduras como consecuencia de la versión de la ópera homónima de Jules Massenet, que el Colón presentó, siempre en el Coliseo, en sexta función de abono de la temporada oficial. Porque la velada se caracterizó por su escaso interés artístico, y fundamentalmente, de ángel, lo que hizo que se tornara en líneas generales desdibujada y bastante aburrida. LOS ALTIBAJOS No contribuyeron por cierto a mejorar las cosas el arbitrario y vacilante diseño lumínico trazado por Rubén Conde, ni la mediocre puesta (escenografía, vestuario y "régie") concebidos por el francés Louis Désiré, cuya intención innovadora no sólo desnaturalizó y privó de coherencia a la pieza, sino que naufragó además entre la falta de ideas de talento y un juego sistemático de "boutades", la ausencia de color y la monotonía visual. En el podio, el maestro mexicano Arturo Diemecke, cuyo fuerte se ve que no es precisamente el teatro lírico debido a la irregular interrelación de las distintas secciones sonoras, plasmó de todos modos una traducción maciza, de inapropiada vehemencia, carente por supuesto del "esprit" francés, de tensiones, de atmósferas sutiles (la deficiente acústica de la sala, desde ya, no lo favoreció). La Orquesta Estable exhibió por su lado desentonaciones e imprecisiones variadas, mientras que el Coro de Niños, preparado por Valdo Sciammarella, pareció necesitado de un mayor número de ensayos. LOS CANTANTES En el cuadro de cantantes, el barítono Luciano Garay (Albert), el tenor Gabriel Renaud (Schmidt) y el bajo-barítono Leonardo Estévez (Johann) se desempeñaron con firmeza y corrección, sin ir mucho más allá, al tiempo que Graciela Oddone (Sophie) lució agradable legato y un metal lírico-ligero límpido y armonioso, sin perjuicio de alguna inesperada dificultad en la zona aguda (el doble "la" conclusivo de "Le gai soleil"). La labor de la mezzo Mariana Rewerski (Charlotte) no fue realmente fácil de apreciar, porque resultó forzoso aguzar el oído en demasiados momentos para poder escucharla. En lo que se la oyó (sobre todo, en el tercer acto) su registro se sintió lozano, aunque su emisión fue adquiriendo rigideces desparejas, provocadas desde luego por nerviosidad o por fatiga. El elemento más atractivo de la noche fue sin duda el tenor estadounidense Jonathan Boyd (Werther). Es verdad que su caudal no es excesivo, y también que su proyección mostró matices heterogéneos (especialmente en la soldadura entre los tres sectores y el final de esa emotiva aria que es "Lorsque l"enfant revient d"un voyage"). Ello no obstante, Boyd acreditó esmerado estilo y compenetración con el personaje, un canto si se quiere espontáneo y un manejo flexible de la voz, que es desde ya bonita en alma y en color, y circula (o "corre") sin problemas. La ejecución de "Pourquoi me réveiller?", con su recitativo incluido, sin duda una de las páginas más bellas de toda la lírica francesa, sin rayar a alturas excelsas, fue en suma honorable debido a su cuidado fraseo y a su tersura tímbrica. Carlos Ernesto Ure