Escuchaba en estos días a Jorge Macri mencionar, en el lanzamiento de un programa para abordar el tema de las tecno adicciones, que había solicitado el permiso correspondiente para pasar la serie “Adolescence” en las escuelas, y aportar así un material de discusión y concientización sobre la problemática adolescente, tocando varios temas de salud mental en esa franja etaria. La serie ha generado un impacto tal en el mundo, que parece despertar alterado por una pesadilla y exclama lo que lo aterra, pero busca volver a dormir inmediatamente. Así, hasta la siguiente pesadilla en un interminable juego circular.
Vinculado con esta temática, no podía evitar pensar en que mi padre comentaba que en su adolescencia en el mismo país donde se da la serie, Inglaterra, por una serie de eventos que había en esos años tomado interés público, se había exaltado la población con el tema de la “Juvenile delinquency”, la delincuencia juvenil. En esos años los libros de Clifford R. Shaw el sociólogo y criminólogo americano, empezaban a hablar sobre el tema.
La sociedad se asombraba de algo que formó parte de la historia, y es que hechos atroces que adjudicamos a adultos, monstruos, enfermos, en realidad también pueden ocurrir por parte de quienes ubicábamos en un espacio de inocencia y ausencia de maldad de todo tipo: la infancia y que, en caso de ocurrir, tenía que ser una anomalía, en nuestro caso el de Caetano Santos Godino, “el petiso orejudo”. De esa referencia ha pasado casi un siglo. Buscando qué libro se podía haber referido en esos años, se ve que la literatura al respecto ha sido y es interminable. Hoy, poner en un buscador cualquier pregunta relativa a la infancia, adolescencia y la violencia, tanto como víctimas, pero también victimarios, arroja una cantidad interminable de casos del más diverso tipo. Sin embargo, de alguna manera nos conmociona más un adolescente en la pantalla que los casos diarios alrededor nuestro. Mejor pensar que es una serie.
En los mismos días -quizás a propósito de la sensibilización generada por la serie o tal vez por mostrar unos casos y negar otros- aparecen noticias sobre casos de violencia en escuelas en la provincia de Buenos Aires. En uno de ellos los elementos son de tal magnitud que los lugares comunes se agotan y chocan en el absurdo. Quizás eso hace que se vean los otros casos. Son similares a los que están siempre, pero ahora estamos en época de “Adolescence”. Sin embargo, el estremecedor caso de los adolescentes de un colegio en Maschwitz que planeaban un ataque armado contra su escuela, plantea varios ángulos o miradas tanto clínica, como criminológica, y social, que vale la pena analizar más allá de la serie. Los involucrados en particular una niña que oficiaba de cabecilla organiza una supuesta matanza de sus compañeros y todo ello a través de un canal de WhatsApp. La información está en todos los medios a los que refiero para no repetir en esta nota.
El primero de esos factores o miradas y que le da contexto es que cualquiera sea la lectura apriorística que se le dé, sea que era una broma, de mal gusto así sea, pero broma, hasta la posibilidad de que el hecho hubiera realmente ocurrido y hoy estuviésemos lamentando las muertes, es que el hecho en sí mismo sea en el imaginario, sea en la realidad, está instalado de alguna manera en la mente de esos niños y eso ya es muy inquietante. Por eso las posturas polares de banalizar, relativizar, negar son tan inútiles y peligrosas como la de dramatizar y adoptar la extraña postura de sorpresa que expresan muchos medios, para los cuales este episodio, al igual que cada vez que ocurre un hecho relativo a este tipo de violencia, es algo “nunca visto".
Es de notar que la característica “líquida” de nuestras sociedades, hace que se pase luego en los mismos medios a las discusiones de una pareja aparentemente mediática con el mismo grado de interés. La noticia y eventualmente el morbo por la misma y la atención que generen es lo importante, no el hecho. Comentaba un productor de medios hace unos días, ante la demanda de empezar a realizar campañas constantes sobre estos temas, que “ya la serie se trató mucho”, es decir la realidad es la serie y la virtualidad, lo efímero, líquido y casi gaseoso, es la noticia.
Estos hechos se inscriben en una sociedad global, no solo en nuestro país que se horroriza efímeramente por la noticia emergente, quizás como para atrapar la atención y desviarla de otros, pero que niega los aspectos conocidos y tratados miles de veces: la violencia emergente, la que vemos, se apoya, se sostiene en la estructural, es de decir la que construye esa sociedad y la cultural, la de la cultura predominante en una sociedad de un momento y lugar dado.
Nuestras sociedades han aceptado que la violencia en todas sus formas sea parte del nuevo contrato social del caos, que es aquello que emerge cuando el tejido, la malla protectora de la cultura se va abriendo. Desde ciertos lugares, incluso de la más altas esferas políticas, se alienta el caos como modelo de construcción de un nuevo orden superador. De la misma manera que hemos padecido la pandemia, las sociedades violentas, con la erotización y la instalación de la violencia sobre la infancia, permiten romper estructuras, que parecen estar destinadas por algunos poderosos del mundo, a ser abolidas. De allí a la aceptación de algo “nuevo, superador” es la opción que sería aceptada por todos, como modo de reinstaurar el orden y salir del caos.
En la entrega del próximo domingo, continuaremos analizando las otras aristas de este complejo fenómeno con el objetivo de comprender los mecanismos que entran en juego cuando hablamos de delincuencia juvenil y los recientes casos de violencia en escuelas bonaerenses.