"Si me subo a esta mesa y empiezo a hablarle a la gente, ya hay teatro", dirá Vivi Tellas en medio de la charla. En un día de calor sofocante, tomando un café con quesos y aceitunas, la directora, dramaturga y docente -reconocida internacionalmente- se muestra muy a gusto en el tradicional bar porteño de Paraguay y Esmeralda. "Es uno de mis predilectos", señala mientras pasa revista a los nuevos muebles del lugar como cliente habitual que es. "Por suerte las sillas son iguales", dice, distendida.
El bar podría, por qué no, transformarse en un escenario de alguno de sus tan reconocidos biodramas. Tellas inventó esa palabra para hacer referencia a historias reales de personas verdaderas llevadas a la ficción. Se convirtió en una especialista mundial al respecto. De hecho, viaja con frecuencia a dar seminarios sobre el tema a Europa, Estados Unidos y países de Latinoamérica.
Básicamente, trabaja con no-actores y sus historias, a las que les busca la vuelta dramática. "Siempre lo hago consensuando con ellos. Si no quieren hablar de algo, no se habla. Ellos son mi límite", explica.
La razón de la charla con La Prensa es precisamente dialogar sobre dos de sus creaciones más recientes. En la primera, "Los amigos, un biodrama afro", que todavía se ofrece en el Espacio Zelaya (Zelaya 3134), dos jóvenes senegaleses hablan de sus costumbres, cultura y maltratos. La otra, "El niño Rieznik", tiene como protagonista absoluto a Andrés Rieznik, una eminencia en neurociencia, y se ofreció por pocas funciones en el marco del FIBA 2019.
Ambas obras exudan espontaneidad, frescura, cero teatro (pre)fabricado. Y, sin embargo -bien lo aclara la directora-, nada de lo que pasa en ellas está sujeto a la improvisación. "Hay una dramaturgia sólida detrás. El texto para mí tiene que ser lo más genial que yo pueda hacer. Pongo mucho foco en eso", asegura.
EL ORIGEN
"El precio de un brazo derecho" (2000) fue la primera obra en la que Tellas trabajó con una persona no dedicada a la actuación (en este caso se trataba de un albañil). También integraban el elenco María Merlino, Susana Pampín y Claudio Quinteros. "Yo venía haciendo una investigación sobre el mundo del trabajo. Ahí empezó lo personal. En ese entonces estábamos en Babilonia, que cerraría al año siguiente. Cada actor contaba su relación con el trabajo mientras el albañil estaba en escena".
Enseguida hubo una fuerte reacción: "Los colegas casi me matan, me atacaron tanto, decían que estaba usando al albañil. Hasta entonces no había nada con personas reales en escena". Tiempo después, en el teatro Sarmiento -que Tellas comenzó a dirigir-, propuso el ciclo "Archivos", donde invitó a distintos directores a trabajar con la biografía de una persona viva. El éxito del ciclo todavía es recordado. Hacia 2002 dirigió su primer biodrama "Mi mamá y mi tía". A partir de entonces se multiplicaron decenas de creaciones, entre ellas "Tres filósofos con bigotes" (2004-2006), "Cozarinsky y su médico" (2005-2006) y "Las personas" (2014).
-¿Cuántas licencias se toma para modificar la biografía de la persona para usarla en escena?
-Primero, considero que todo lo que esté arriba del escenario es ficción. Además, el pasado es ficción. La verdad de las cosas no las sabés. Y todo lo que recordás o reconstruís de tu historia es una construcción. Después, a mí me importa la escena. Yo necesito que sea buena, interesante, atractiva, misteriosa, violenta, emocionante. A veces, las historias vienen ya con eso y yo me imagino que puedo armar escena, pero si no las intervengo. Me interesan las artes vivas.
-Rieznik hace cálculos complicadísimos en escena. Uno no sabe si inventa el resultado.
-Claro, además es teatro, ficción. Incluso algunos quieren sacar la calculadora para ver si es cierto. Me voy encontrando con esos modos de la construcción. También la biografía empieza a estar construida. Repito, es teatro.
EL TEMA DEL PODER
-A partir del biodrama hubo un contagio, una multiplicación de propuestas biográficas. Usted es como la madre de todos.
(Risas) -Es medio raro. Por lo menos creé un marco para que la gente produzca.
-En general, para los no-actores, la inhibición juega un papel muy fuerte. Le habrá pasado seguramente que alguien le dijera que no.
-Nunca. Es que justamente esos mundos con los que trabajo tienen siempre algo de teatralidad. Por ejemplo, eso sucedió con la que hice con los tres filósofos. Ellos ya trabajan con una audiencia, repiten un texto, están acostumbrados.
-¿Qué pasa cuando una escena no sale bien? ¿Cómo contiene a los intérpretes? ¿Les habla?
-Nada que ver. Eso que me decís son cosas de actores. No pasa nada de eso. De entrada, estamos trabajando en el estado de "sale mal". Obviamente está todo decidido por mí; entonces puedo decir si sale lento o si hay una falla técnica pero sólo eso. El teatro es una reunión de problemas que milagrosamente, por ahí, sale bien. Estamos trabajando en un lugar distinto al de la solvencia, el dominio, la destreza. Yo siempre les digo "no hay error", o sea que "todo es error". Hablemos del patriarcado ahora, ya, en esta charla. Ese patriarcado insoportable que está en todas las áreas: en el teatro, en la música...Esa prepotencia, ese control, esa necesidad de eficiencia. El tema del poder.
-Pero no solamente en los varones.
-Claro que no. Hay mujeres machistas. Estamos reviendo todo esto ahora.
-¿Para qué hace teatro?
(Piensa) -Para nada. Es inasible, antipráctico, antiproductivo. Con "Los amigos..." hay algo medio secreto que siento que es una gotita de justicia. No es que busque eso pero hay algo que me toca. La injusticia del mundo.
-¿Cómo fue el proceso de esta obra?
-Siempre soy yo la que está propiciando el proyecto. Hace casi tres años investigo con mi grupo la aparición de la comunidad senegalesa. Esta presencia nos empezó a dar mucha curiosidad. Fuimos a las protestas contra la violencia policial, tuvimos entrevistas. Hicimos una convocatoria en Facebook y en algunos sitios afines y ahí aparecieron cuatro muchachos, entre ellos los dos protagonistas de la obra. A partir de entonces, comenzamos a trabajar.
TEATRO PUBLICO
-Además de su producción como directora, desde hace unos años volvió a comandar el Teatro Sarmiento. ¿Cuál es el desafío de programar un espacio público?
-Es un teatro que pagamos todos. Me interesa mucho cómo devolverle a la comunidad. Pensar cosas desafiantes, experimentales, que sea un lugar en el que se pueda probar y no garantizar resultados.
-¿Cuál es el rol del teatro público? Algunos piensan que debería dejar lo más experimental al teatro independiente y hacer clásicos.
-Yo soy una directora de teatro muy experimental y una investigadora. A mí me propusieron hacer eso y hago eso. Soy artista, no gestora cultural.
-Va a seguir experimentando nomás.
-Y sí. No creo que vaya a cambiar a esta altura y si cambio, jamás será hacia donde no pueda experimentar. Es lo que busco.