Ciencia y Salud

Venus y la maldición de Gioachino Rossini

Fue el compositor de óperas más exitoso de su época, con las que ganó una fortuna que le permitió vivir lujosamente los últimos años de su existencia sin trabajar, dedicándose a su actividad favorita: la cocina. ¿Quién no ha probado los canelones a la Rossini? En realidad, y para ser precisos, los canelones que cocinaba Rossini eran de  carne con foie gras de canard –cosa que hoy saldría una fortuna, razón por la cual ese ingrediente ha sido eliminado –. “El apetito es la batuta que dirige la gran orquesta de las pasiones”, sostenía Rossini.
Fama, fortuna y mujeres –sí, las mujeres caían rendidas a sus pies–. ¿Qué más podía pedir Gioachino? ¡Salud! Pues eso era lo que le faltaba… y todo por culpa de Venus.
Rossini compuso la primera ópera a los 18 años y, en menos de 20 años, ya contaba con 39 óperas en su haber, además de música de cámara, cuartetos, música religiosa, etc. Era famoso por su velocidad para componer, aunque muchas de sus obras eran como variaciones de melodías que se repetían ante un público cambiante. Según él mismo afirmaba, le podía poner música a una lista de lavandería.
“El barbero de Sevilla”, “Otelo”, “La Cenicienta”, se cuentan entre sus muchos éxitos, pero después de componer la Obertura de “Guillermo Tell”, y sin haber cumplido aún los 40 años, decidió retirarse a gozar de su fortuna. ¿Acaso fue esta la única razón? ¿Acaso sabía que poco nuevo podía ofrecerle al público? ¿Era su salud o pasaba por un proceso depresivo? Sabemos que Rossini tuvo épocas de enorme productividad, alternadas con periodos de desgano y abulia propias de un bipolar.
Como dijimos, no faltaron mujeres en su vida y se le conocieron varias amantes como Esther Mombelli y Marietta Marcolini, pero fue la prima donna Isabella Colbran con quien vivió varios  años y a quien le dedicó muchas de sus óperas… Pero al final, la relación se desgastó –al igual que la voz de la Colbran–, y Rossini pasó los últimos años de su vida con Olympe Pélissier, una joven cortesana de vida airada que también había sido amante de Honoré de Balzac (quien se inspiró en ella para escribir “La mujer sin corazón”, un título que ya lo dice todo, más viniendo de un conocedor del alma humana como Honorè). 
A lo largo de su retiro,  cuando caía en uno de esos pozos depresivos, Rossini buscaba alivio en los baños termales, como aconsejaban los médicos de esa época a falta de antidepresivos.
Pero lo que realmente lo atormentaba era una uretritis secundaria a una gonorrea crónica, o “un exceso de Venus”, como le decían entonces a las enfermedades venéreas. La estrechez uretral le dificultaba la micción, y para dilatar su uretra se introducía un catéter por 20 minutos a fin de dilatar las adherencias que dificultaban el paso de la orina. Además, hacia lavados con  una solución de almendra, malva, flor de azufre y crema de tártaro, una mezcla poco efectiva, pero era lo único disponible.
Recién en 1832 el Dr. Philippe Ricord diferenció como entidad clínica la gonorrea de la sífilis que, hasta entonces, se creía que era la misma enfermedad. 
Desde 1844, Rossini utilizó las sondas “beniques” que eran dilatadores de la uretra para tratar la estenosis que lo atormentaba. Esta afección, además de dolorosa, era humillante y ponía al genio de mal humor.
En busca de una solución a su problema, Rossini recurrió a baños en distintas termas en Europa, dietas curativas y hasta “curas magnéticas” valiéndose de imanes. 
No  acababan acá sus problemas, ya que todos lo retrataban como un hombre obeso, “una persona adiposa de aspecto jovial con una suerte indefinida de malicia en la mirada”, según lo describió Richard Osborne. 
Rossini llevaba una vida sedentaria que se complicó en 1856 con una trombosis venosa de la que se recuperó sin secuelas. En 1868, tuvo deposiciones sanguinolentas, que se supuso que se debían a una fistula anal, aunque  en realidad se trataba de un cáncer de recto. Inmediatamente se puso en contacto con uno de los mejores cirujanos de París, el Dr. Auguste Nélaton, pionero de la cirugía abdominal. 
Nélaton (1807-1873)  fue médico de Napoleón lll y Garibaldi además de caballero de la Legión de Honor. Aún hoy se lo recuerda por una sonda que lleva su nombre.
Sin embargo, con Rossini no tuvo oportunidad de lucirse: la enfermedad estaba muy avanzada y, el sobrepeso, una bronquitis crónica y los problemas circulatorios aumentaban el riesgo anestésico.
El 3 de noviembre, se extirpó parte del tumor bajo anestesia con cloroformo. No satisfecho con el resultado, Nélaton hizo otra resección dos días más tarde, pero la herida se infectó (las condiciones de asepsia quirúrgica recién se conocía)y la septicemia subsecuente lo llevo a la muerte el 13 de noviembre de 1868.
“Todos trabajamos por tres cosas”, dijo Rossini durante su retiro, “fama, oro y placer. Tengo fama, no necesito oro y los placeres de antaño me aburren…”
Pero se olvidó de la salud, cuya ausencia le quita sentido a las demás.