Cultura
LA CORRESPONDENCIA DEL ESCRITOR ESPAÑOL CON COLEGAS ARGENTINOS

Unamuno en versión epistolar

Referirse a los frustrados viajes de Miguel de Unamuno a la República Argentina, país que estaba tan cerca de su corazón y de su intelecto, no resulta novedoso. Es notoria su valoración del poema Martín Fierro y no menos que fue gran admirador de Sarmiento como lo observó Dardo Cuneo en su volumen de 1949: Sarmiento y Unamuno. Una consideración que determinó al vasco universal imaginar dedicarle un libro entero al sanjuanino, resaltando sus valores literarios: “…como espero probarlo cuando dedique un largo estudio, o acaso todo un libro — que bien se lo merece”. Algo que nunca llegó a concretar.

Entre otros autores nacionales sostuvo en su declarada “epistolomanía”, vínculo intenso con Ricardo Rojas; con Manuel Ugarte; con Carlos Octavio Bunge a quien envió sus estudios sobre “La enseñanza superior en España”, que éste reprodujo en la Revista Jurídica y de Ciencias Sociales; con Enrique Larreta; con Leopoldo Lugones recipiendario con dedicatoria de alguna de sus obras; con Juan Agustín García; con Pastor S. Obligado, el autor de la Tradiciones Argentinas; con Manuel Gálvez tributario de su elogio a El solar de la raza en 1914; con el hispano argentino Ricardo José Vicente Monner Sans, o con Jorge Luis Borges, quien ya en 1925 había escrito en la revista Nosotros el artículo titulado “Acerca de Unamuno poeta”.

No obstante fue a consecuencia de otro artículo de Borges sobre “Quevedo humorista”, aparecido en La Prensa del 20 de febrero de 1927, que recibió una afectuosa carta de don Miguel fechada el 26 de marzo de aquel año en Hendaya, lugar de su exilio durante la dictadura de Primo de Rivera, con cálidas felicitaciones al argentino por su visión y su auscultación del “Quevedo entrañable”. El plumífero espadachín en Contra esto y aquello se despidió de un juvenil Borges al final de la esquela, declarándose: “su agradecido lector, compañero y amigo. ¿Por qué no?”.

DATO EXTRAÑO

Sin embargo y vínculos aparte, Unamuno no arribó nunca a nuestras costas, algo que resulta extraño cuando tan común era la visita de figuras españolas de renombre literario.

En una nota dada a conocer en La Capital de Rosario del 21 de marzo de 1982, Elías Díaz Molano, por ejemplo, recordó que ya en 1906 le rondaba en la cabeza la firme idea de visitarnos, así como también al Uruguay, lo que hizo saber a Juan Zorrilla de San Martín. Asimismo pudo realizar ese viaje en 1910 cuando el primer Centenario patrio. Y más favorable todavía se presentó la oportunidad en 1916, al ser invitado por la Asociación Cultural Española de Buenos Aires en el contexto de los homenajes por el tercer centenario de la muerte de Miguel de Cervantes. Incluso Ricardo Rojas lo animó a cruzar el Atlántico proponiéndole disertar en nuestras universidades de Buenos Aires – de la que sería rector en 1926- y de La Plata.

Luego, en 1936, fue invitado a participar del congreso del PEN Club Internacional a reunirse en Buenos Aires, evento al que concurrieron Stefan Zweig y Emil Ludwig. Pero Unamuno contestó al embajador de España, Enrique Díez-Canedo, que no gozaba de buena salud y deseaba “dejar en regla sus cosas, antes de irse de este mundo”, como que murió el 31 de diciembre de 1936.

OTRA INVITACION

Sin embargo, lo curioso y sin duda mucho menos conocido hasta el momento es que a todos estos malogrados viajes habría que sumar otra incitación para hacerlo por parte del poeta Pedro Miguel Obligado (1892-1967).

En efecto, el 14 de marzo de 1928, en una carta manuscrita suya, le testimonió el deseo de que nos visitara para ese entonces, así como igualmente asentó allí que de igual aspiración participaban en la oportunidad el escritor y traductor Francisco Soto y Calvo –esposo de la pintora María Obligado, hermana de Rafael Obligado y parienta próxima de Pedro Miguel-, Enrique Larreta, Ricardo Rojas y Alberto Gerchunoff, director del diario El Mundo, donde había empezado a colaborar Unamuno.

En algún renglón hace referencia a Ramiro de Maeztu, embajador de España en la Argentina designado en 1927 y en ejercicio de las funciones plenipotenciarias aquí hasta 1930; habiendo sido, además y mismo tiempo que autor de Defensa de la Hispanidad, un intenso colaborador de La Prensa.

Aunque amigo personal de Obligado, éste de formación liberal y cultura afrancesada poco coincidía en lo ideológico con el tradicionalismo a ultranza del represente del Marqués de Estella que durante su dictadura había obligado a Unamuno a exiliarse. No obstó esa historia para que un 10 de febrero de 1935 –cuenta Francisco Bravo, miembro inicial de las JONS y autor de una historia de la Falange Española-, el maestro recibiera en su casa salmantina de la calle Bordadores con muestras de aprecio intelectual a José Antonio Primo de Rivera y que al mencionarle a Joseph de Maistre, José Antonio le manifestó: “Nosotros no queremos saber nada con De Maistre, don Miguel. No somos reaccionarios.”

La poeta argentina Nidia Olivera nos anotició de la existencia de esa misiva del poeta de “Melancolía” presente en el archivo de la Universidad de Salamanca, un documento de fácil acceso por Internet.

Entre otros párrafos le dice Obligado: “Querido Maestro: Muchos intelectuales argentinos, deseamos que usted venga a nuestro país. Acá se le conoce y se le quiere profundamente. El viaje, tantas veces postergado por Ud., sería ahora, según creemos el más oportuno que ocurra. Queremos saber, pues, si Ud. está dispuesto a venir. Ud. podría dar varias conferencias públicas sobre los temas literarios y políticos que Ud. eligiera. Hallaría aquí, un entusiasmo y una admiración que Ud., tal vez, no se imagina. Puedo asegurarle que en ninguna parte, su palabra caería mejor que en nuestra tierra. Esta proposición no obedece a ningún propósito comercial, pues no se trata sino de una idea nacida entre escritores a fin de escucharle a Ud., sobre tantas cosas. Como Ud. sabe tenemos aquí a Ramiro de Maeztu, ¿no cree que merecemos una compensación? Conteste pronto, cuántas conferencias daría y cuánto cobraría por cada una de ellas; o si prefiere qué tanto por ciento fijaría. Naturalmente sin contar gastos de viaje y esta acá, que correría por nuestra cuenta. Además Ud. podría hablar en todas nuestras universidades obteniendo buenas retribuciones. Ya sé que a Ud. no le importa mucho el dinero, pero sería satisfactorio para nosotros que Ud. volviera a su país contento de nuestro recibimiento. No sabe lo que hablamos de Ud., con tantos amigos suyos de aquí, Gerchunoff, Soto y Calvo, Larreta, Lugones, Rojas, etc. Haga Ud. voluntas y venga. Su admirador y amigo, Pedro Miguel Obligado”.

SIN RESPUESTA

De lo que pudimos indagar no consta que fuera respondida esa correspondencia y lo más curioso es que tampoco en la reedicición de 1942 por Anaconda de El ala de sombra, poemario por el que Obligado obtuvo el primer premio en el Concurso Municipal de Literatura en 1921, y donde al final incluyó juicios a anteriores libros suyos, figura ninguno surgido de la pluma de Unamuno. Sí, hay uno en extremo admirativo de Rubén Darío sobre El Hilo de Oro. Y otro de los españoles Jacinto Benavente: “He leído El Hilo de Oro con verdadero encanto: ¡es de tan alta espiritualidad, tan delicadamente aristocrático! Verdadera poesía son pensar en el gran público ni en los pequeños públicos de ‘coteré’ literaria. Es la obra de un intenso y alto poeta”.

Así como también se reproduce el comentario dado a conocer por Ramiro de Maeztu en el diario El Sol de Madrid de 27 de diciembre de 1925: “Este libro nos reconcilia con la poesía, por su sinceridad y su encanto. El Hilo de Oro es una obra romántica, del bueno y hondo romanticismo que no pasa y no pasará de moda. No es un libro de versos más entre los tantos que se publican inútilmente, sino una expresión original que se destaca con valores propios sobre la producción de allende el mar. Sus poemas nos dejan la impresión de hallarnos ante un poeta verdadero y en algún momento sentimos la proximidad de sus líricas epifanías”.

Parece ser que Unamuno recibía gran cantidad de libros de todas partes del mundo y en especial de Iberoamérica y pese a aquella “epistolomanía” que le reveló a Ortega y Gasset, incluso Borges en su hora le reclamó una respuesta previo a la antedicha cursada en 1927.

Para más abundancia en la materia, Zulma Palermo, en Agenda Cultural de El Tribuno de Salta del 1 de febrero de 1998, comentó en extenso un tampoco respondido correo manuscrito fechado el 2 de septiembre de 1913 por Juan Carlos Dávalos dirigido a Unamuno junto al que le adjuntó varias poesías solicitándole opinión: “No he podido resistir a la ambiciosa tentación de ponerlos en sus manos, pero este juicio reclamado a través de los mares y las leguas que nos separan tiene para mí el doble encanto de la aventura espiritual y de la larga espera, quizá, definitiva…”.

A renglón seguido el creador de Estampas lugareñas describió así a la para entonces pueblerina Salta: “Mi ciudad natal es en la R.A. lo que Salamanca es en la Madre Patria: un refugio agradable para los que huyen de la vida moderna, prosaica y mercantil: una pequeña ciudad colonial enclavada entre montañas dos mil metros más altas que el Mont Blanc; una pequeña ciudad antigua, si en nuestro país puede haberla, en la que la tradición y la leyenda ofrecen materiales inexplorados al soñador y al poeta.”

QUIJOTIZADOS

Retornando a la carta de Obligado, en su epígrafe le hizo saber al rector de la Universidad de Salamanca del envío de su libro en prosa La tristeza de Sancho. (Obligado publicó también en ese género El canto perdido, poemas en prosa vertidos al inglés por Patricio Gannon y editados en ese idioma por la Universidad de Oxford en 1925 y en 1957 el ensayo ¿Qué es el verso?).

Especialmente destacó en su esquela que La tristeza de Sancho fue “inspirado en su obra de comentarios al “Quijote”, en referencia a Vida de Don Quijote y Sancho que Unamuno había publicado en 1905. Y en efecto, aunque una sola vez en el texto del ensayo, el argentino lo cita en la página 6 de la obra: “Sancho se halla quijotizado, como dice Unamuno; las privaciones han disminuido su glotonería y se ha mejorado en la empresa ideal. Sobre todo, su progresivo cariño a Don Quijote lo ha transformado, hasta tener la delicadeza de ‘combatir con falsas alegrías las verdaderas tristezas’ del caballero que se muere”.

Efectivamente así le habló Don Quijote a su escudero, y tal lo destacó Unamuno en el capítulo X de su libro al narrar que, “cuando salían del Toboso tres labradoras sobre tres pollinos o pollinas y se las presentó a Don Quijote como Dulcinea y dos doncellas diciéndole que venía a verle.”

Cabe imaginar cuánto hubiera significado la presencia aquí de Miguel de Unamuno aquel año de 1928 bajo el gobierno constitucional de Marcelo T. de Alvear, cuando aún el país aparecía ante los ojos del mundo poco menos que como una esperanza realizada. Y también preguntarse si en su percepción genial habría advertido el trasfondo de autoritarismo que bullía y que dos años más tarde epilogó en la Revolución del 6 de septiembre, verdadero corte trasversal de nuestra historia institucional. Y más que eso por desgracia.