Juan Manuel de Prada, el famoso escritor y columnista español, es un apasionado apologeta católico, tal vez el más renombrado de la España actual. Sus artículos, donde se rebela contra el mundo y contra la tiranía de la cultura dominante, son publicados desde hace más de veinte años en el diario español ABC.
De Prada (Baracaldo, 1970) es un caso infrecuente. No sólo por su incisiva mirada sobre la realidad y su defensa de la doctrina católica, sino porque el desprecio que ha sufrido a veces por este motivo se atenúa por el éxito de sus novelas y la aclamación de la crítica. En una entrevista con este diario, el autor -que acaba de publicar en España su novela Morir bajo tu cielo- examina la figura del intelectual católico en el mundo actual.
- Los intelectuales católicos suelen merecer el ostracismo, hablar desde las catacumbas. Usted no. ¿Por qué?
- Bueno, he tenido un primer impulso como escritor y hoy cuento con unos lectores a los que estoy muy agradecido, que creen en mis obras y ven que no estoy al servicio del sistema como la mayoría de los llamados intelectuales españoles. Pero el sistema de a poco me ha ido poniendo un cerco.
- ¿Cómo es eso?
- El mundo liberal y progresista ha intentado arremeter contra mí y desprestigiarme de formas muy diversas. Cuando tú te inscribes a negociados de izquierda o de derecha, el sistema te permite encontrar tu lugar bajo el sol. Lo que no se soporta es una crítica más profunda, más radical. Eso te condena al ostracismo. A mí de joven me veían como un escritor conservador. A medida que se han dado cuenta que no es así las resistencias y las condenas van creciendo. Sin embargo, lo más duro para mí fue el ostracismo al que se me ha condenado desde medios católicos.
IMPENSABLE
- A principios del siglo pasado hubo una ola de conversiones al catolicismo entre intelectuales que hoy parece impensable. ¿A qué se debe?
- Creo que entonces los intelectuales todavía participaban de un mundo que era católico. Un orden cristiano que subsistía. Con problemas, es cierto. Con persecuciones incluso. Pensemos en Inglaterra, donde el católico estaba mal visto en los círculos burgueses. El problema hoy es otro. El problema es que la ideología mundialista ha logrado reformatear las mentes. De tal manera que hoy ya no subsiste un orden cristiano. Y el nuevo orden anticristiano ya fue aceptado como algo natural. Creo que el capitalismo, como el comunismo, encierra una visión antropológica, y que el consumismo desenfrenado, el hedonismo, la libertad religiosa, han creado pueblos muertos desde un punto de vista espiritual. En el actual orden anticristiano, encontrar un intelectual católico es tan difícil como que aparezca una palmera en el Polo Norte.
- El intelectual católico de voz potente, arraigado en la doctrina, ¿es una raza en extinción?
- Yo creo que sí. No tanto porque no pueda aflorar, porque que eso aflora de forma natural, sino porque el sistema lo reprime, lo silencia, lo condena.
- ¿Hay en los que quedan demasiada adaptación al mundo?
- En realidad el pensamiento católico, o el arte católico, duele decirlo, son productos de otras épocas. Creo que ya han desaparecido. Solo quedan individualidades raras. Pero como movimientos estéticos, intelectuales o filosóficos ya han muerto. Si uno lee hoy los medios de comunicación católicos verá que las realidades económicas, políticas, sociales, culturales, se analizan desde pensamientos ideológicos, bien de corte liberal, bien de corte conservador o progresista, y luego se les da un barniz católico para disimular. Pero el pensamiento católico, es decir la capacidad que tenía la fe para encarnarse en las realidades artísticas, sociales, políticas, la capacidad para analizar la realidad desde presupuestos cristianos, eso ha desaparecido.
- El desapego doctrinal, frecuente entre tantos católicos, ha llegado ahora a la jerarquía católica. Se ha visto en el último Sínodo. ¿Qué reflexión le merece?
- El afán de la Iglesia de entregarse al mundo es una tentación que recorre la historia. Quizás hoy es más patético y lamentable. Porque, a diferencia de otras épocas, cuando la Iglesia era la cabeza del mundo, el faro que alumbraba el camino, hoy ya no pinta nada. Su prestigio, su predicamento, es cada vez menor. Entonces la Iglesia se pone de rodillas, halaga al mundo para ser admitida. Hay una frase en el comienzo del pontificado de Francisco que no se comentó lo suficiente. El dijo que a la religión le correspondía el papel de ser "animadora" de la democracia. Es escalofriante. Parece que le asigna a la religión el papel de allanarle la vida a la democracia. Darle alegría al mundo. Actuar de pasatiempo y entretenimiento, como si fuera una vedette del Maipo.
- Conforme pasa el tiempo es más triste ver el significado de esa frase...
- Estamos en un momento donde, como mínimo, se juega con la confusión.
- Ahora, si la Iglesia deja de ser el faro que ilumina al mundo, y los intelectuales católicos han desertado, ¿cuál es el panorama?
- (Pausa) El panorama es el que nos ha sido anticipado. Que la Iglesia, a medida que nos acerquemos al fin de los tiempos, irá perdiendo relevancia, irá reduciéndose hasta convertirse en un rebaño pequeño. Es la gran apostasía y la gran tribulación de las que habla San Pablo. Es interesante el relato de las siete cartas a las siete iglesias del Apocalipsis porque repite una y otra vez: "conserva lo que tienes". La Iglesia tiene que preservar el depósito de la fe.
- Usted se ha definido siempre como un tradicional. ¿Por qué?
- Crecí en una pequeña ciudad de provincias, en el seno de una familia modesta y muy ligada al mundo rural. Mi vida está muy ligada a las tradiciones que mis antepasados me legaron. Creo que la tradición es lo que constituye al ser humano. Le da al hombre una perspectiva del tiempo y del espacio. Y, como escritor, no participo de esa visión romántica del arte en el que la búsqueda de la originalidad se ha convertido en el marchamo de calidad.
- Esa búsqueda de originalidad se ha extendido hasta ser propia de la modernidad.
- Yo pienso que todo el tinglado de la farsa de nuestra época le hace creer a las personas que son dueñas de su propia vida y que pueden crear su propia biografía. Esto es algo que la modernidad ha ideado para crear criaturas desvalidas. Para despojar a la gente de aquellos vínculos fuertes que lo unían a realidades vitales más profundas, que daban sustancia a su vida. Y el resultado son vidas condenadas a la derrota, a la desesperación, a la depresión. La familia transmitía la fe, también un oficio. El hombre venía al mundo con un abrigo: espiritual, intelectual, moral. Allí donde los vínculos de la tradición quedan rotos se puede masificar a la gente. Es interesante ver cómo hoy en día las estadísticas pueden definir a los pueblos.
CASTELLANI
- Usted publicó en España al sacerdote, escritor y apologeta argentino Leonardo Castellani. ¿Qué cree que tiene él para ofrecer al lector de hoy?
- Castellani es uno de los más grandes escritores argentinos del siglo XX. Cuando uno empieza a leerlo se da cuenta que tiene un estilo personalísimo, un pensamiento vigoroso que expresa con un donaire especial. Tiene muchas facetas: es apologeta, exegeta, polemista, novelista, cuentista, poeta. Por desgracia en la Argentina es menos apreciado de lo que debería. Sobre él pesa una condena ideológica. Yo lo descubrí gracias a un amigo argentino, un librepensador, pero de gran gusto literario. Me propuse darlo a conocer aquí en España. Publiqué cinco libros de él y es una de las cosas de las que más orgulloso estoy.