El nuevo brote sicótico-jurídico del jueves de Cristina Kirchner terminó de matar las pocas esperanzas que aún restaban a algunos argentinos de poder recuperar un país parecido a una patria, o al menos de lograr reconstruir una comunidad vivible, con un lenguaje, una ley y un orden común más o menos respetados. No sólo ha quedado claro que la desaforada procesada tiene a Alberto Fernández en un puño, o en sus garras, sino que la oposición parece arrellenada en su cómoda minoría para no hacer demasiado, y hasta Federico Storani, cuyas intervenciones siempre han sido fatídicas en horas cruciales para la exrepública, ha resucitado para sostener la validez de la teoría del lawfare.
Habrá que recordar que Storani, la noche misma de la derrota de la UCR en las elecciones de medio término de 1993, corrió a clamar por un pacto de su partido con el peronismo, grito que fue la piedra basal del famoso Pacto de Olivos, donde Alfonsín sometió al socialismo a la nación con la excusa de aceptar la reelección de Menem con sus reformas de la Constitución Nacional. ¿A cuánto estará la UCR de romper su alianza con el PRO y volver a su viejo romance clandestino con el peronismo? El oportunismo de Judas Lousteau abona la teoría.
También el sistema de justicia está torpedeado bajo su línea de flotación, más allá de los expertos que benévolamente sostienen en sus comprensivos y tolerantes análisis que la justicia no se dejará intimidar, no sólo por los gritos desencajados de la primera actriz de la política nacional, sino por la catarata de ataques que se inauguraron con el discurso escrito para el presidente el 1 de marzo pasado.
No hay que hacer un esfuerzo de imaginación para saber que no hay manera de detener al kirchnerismo, amo del peronismo, en las próximas elecciones, y que marchará hacia una mayoría peligrosamente más cómoda. Eso le permitirá lograr todos sus objetivos, no sólo la impunidad, sino los cambios en las leyes electorales, el encumbramiento imposible y exprés de Máximo Kirchner, respaldado en su cómoda interna santificada a dedo ahora por el Juez Ramos Padilla, y la sumisión de la justicia, garantizada por esos triunfos electorales. Como corresponde, el presidente en funciones se apresuró a cuadrarse y a darle también la razón a su lideresa.
El berrinche de la viuda presidencial no es parte de la campaña política, pero sirve para que todo el sistema sienta renovados temores por su capacidad de venganza y odio, y por todo lo que sabe de cada protagonista público o privado, que es mucho. Los movimientos de Randazzo, Massa o Duhalde, algunos financiando y apoyando candidatos extrapartidarios de apariencia técnica, terminarán siendo funcionales al kirchnerismo, y comportándose del mismo modo. En rigor, como es habitual, el peronismo una vez más dirime su interna y sus disputas sobre el cuerpo herido de la república, para luego votar verticalizado a la hora de la verdad, detrás del que maneja la caja. Ni aún Miguel Pichetto, que intenta recrear un imaginario peronismo distinto, democrático y bueno, se salvará de esa tendencia.
La idea de que gobernadores o intendentes se endurecerán en una línea distinta a la de la reina del Senado no es realista. La necesidad de convalidar sus satrapías es más fuerte que cualquier otro móvil. A último momento traicionarán a quien fuera para conseguir el permiso. (La nueva cuarentena de Formosa y la manifestación reprimida ayer, tapa el grosero acomodo de militantes amantes importados en su gobierno y en su justicia, por ejemplo. La gente marchaba al grito subversivo de “queremos trabajar”, inaceptable para Insfrán. La agresión al periodismo lo muestra como lo que es, un tirano de culebrón turco. Problemas del populismo cuando escasean los fondos, y las ideas. ¿Insfrán impulsará el nuevo peronismo contra Cristina o detendrá a Máximo? Difícil.
El camino bolivariano está trazado y despejado. Hasta en la ignorancia de los funcionarios. La grieta misma, siempre provocada, siempre aceptada por conveniencia entre los políticos, y aún entre la ciudadanía, ha cumplido su función. Una de las frases que más se escucha aún en los ambientes opositores más ilustrados, es que es imposible comparar los niveles de delincuencia del peronismo con el del resto de las fuerzas políticas. Esa frase debería descartarse porque impide pensar. No por irreal. El sistema argentino es corrupto desde hace mucho. Seguramente el peronismo ha sido el que más ha hecho para lograr semejante resultado, pero necesitó de un multipartidismo sostenido para lograrlo.
Es popular el chiste doloroso – que tal vez se aplique a muchos países – que narra que cuando Dios creo al mundo Adán le preguntó: -¿No hay una gran inequidad al haber dotado a este país, Argentina con tanta bonanza de clima, suelo, territorio, fertilidad? Y entonces Dios dijo: -Espera, que ahora lo compenso al llenarlo de argentinos. Para ser menos impiadosa pero más precisa, la columna prefiere una versión más elaborada: al responder la pregunta Dios dice: -Tienes razón Adán, para compensar, ahora le agregaré la corrupción.
Al intentar una definición del término populismo, Francis Fukuyama en su libro Political Order and Political Decay, dice que se aplica cuando el gobierno coimea al electorado para que lo vote. Cuando se otorgan beneficios a la sociedad de modo instantáneo, sin mérito ni esfuerzo previo o logro alguno. Tipo Dios. Eso tiene consecuencias duraderas, profundas, graves y sobre todo irreversibles. Al punto que se vuelve casi imposible salir del populismo.
Ese es el caso argentino: nadie quiere, y acaso nadie puede, salir del populismo. La grieta, entonces, no es la discrepancia entre un sistema de dispendio y otro de seriedad y probidad. O para ver quién ejecuta determinado plan o idea. La grieta es un mecanismo de consecución del poder, para decidir quién administra el populismo. Por eso es tan común, y no desde hace un mes o un año escuchar la acusación de que el gobierno de turno “no tiene ningún plan”. El populismo huye de todo plan, que lo urtica, y es también una coima a la sociedad para que tolere y disimule la corrupción política.
En este medio, la coima excede al pueblo. El sistema político está corrupto. Los partidos están corruptos. El discurso de alaridos de Cristina tiene una enorme trampa contenida. Como una Casandra enloquecida, dice la verdad sobre la corrupción. Pero la solución que propone es simplemente quedarse ella a cargo de administrar esa corrupción y ese populismo. Sus reformas consisten en lograr que su heredero se perpetúe, ella quiere ser Chávez y que su hijo sea Maduro. Y no quiere una justicia que sirva, sino una justicia que la complazca, la obedezca y que se deje violar por ella. Con un agravante: el kirchnerismo ha agotado la cuota posible de demagogia, populismo, dispendio, paternalismo o corrupción disponible, como se quiera llamarle. Todos los caminos llevan a ahora a que se eternice en el poder, pero al mismo tiempo todos los caminos llevan a la catástrofe.
Para verificar semejante aserto, bastaría imaginarse alguna solución posible. Por ejemplo, cambiar todo el sistema electoral, (no un minuto antes de la elección, obviamente) desde las PASO a la ley de partidos, lograr que los diputados no se eligiesen con una lista sábana, o integrados a la lista de un partido, lo que no tiene nada que ver con la lista única. Y lograr la elección por distrito de legisladores sería un paso hacia la auténtica representación y hacia la decencia. En vez de eso, todo lo que se hace va en sentido contrario. Los partidos de la oposición protestan, pero no aceptan esos cambios, con excusas ridículas. Ningún político acepta la elección por distrito de diputados, por ejemplo. Cuando no insultan a quien lo propone. “Concentra el poder en los partidos mayoritarios”- dicen. Una solemne sandez que no resiste argumentación ni comparación.
Tampoco los grandes partidos reinantes aflojan su monopolio. El sistema perverso que impide a cualquiera postularse como candidato a legislador obliga a caer en manos de los buitres de los partidos sellos de goma, unos ventajeros políticos que usan todos los artilugios para vender su partidito o postularse colgados de algún candidato con algún voto al que ofrecen ir tercero en a lista. De lo contrario, tiene que formar un nuevo partido, que contará con el escrutinio invalidante de todo el sistema, o bajar la cabeza ante un partido tradicional. La oposición protesta. Pero no lucha. En el fondo, sólo quiere conseguir el poder para detentarlo con las mismas armas tramposas. Por eso cualquier cambio será una mentira y una tramoya.
En tales condiciones, ¿cómo se espera que se consagre gente decente, seria, trabajadora y patriótica? ¿Negociando con los grandes partidos? ¿Consiguiendo sponsors que le banquen las campañas, quién sabe con qué compromisos? ¿Acordando con los sellos de gomas piratas quién sabe a qué precio? ¿Pactando con los Duhalde, los Vila, los Manzano, los Massa, para que le den millones a cambio quién sabe de qué solidaridades para ser funcionales quién sabe a quién? La ciudadanía y todos los partidos son cómplices. El monopolio partidista es común a muchos países, por eso algunos de los males son comunes a varios países. Lo que se percibe como una crisis de representatividad quizás se deba a que los ciudadanos en todo el mundo están en contra del “negocio de la política” o de los que viven de la política. ¿No es una forma de corrupción, acaso?
Y vale para la justicia. Cuando los periodistas especializados dicen que los jueces votan según el resultado electoral, o que alguien es un “operador en Tribunales” o que los jueces siempre dejan los juicios abiertos para protegerse, ¿de qué hablan?
La causa de los cuadernos ha expuesto a muchos ladrones públicos, pero también se ha convertido en una gigantesca amnistía colectiva para muchos grandes nombres. Cristina protesta no por eso, sino porque a ella le ha tocado estar entre los que peligran. Todo el mecanismo funciona así. Tanto en la política, como en la justicia, como en los negocios contra el estado. (“Contra”, no “con”).
¿Cómo se espera que el país cambie mientras rija una Constitución donde no se ha dejado en pie ningún concepto de libertad, de propiedad ni del derecho que no tenga un artículo que lo ponga en duda, lo neutralice o lo condicione? La respuesta inmediata será que todos esos cambios son imposibles mientras esté el peronismo, y también imposible porque el pueblo no los votará. O sea que la solución también es imposible.
Para poner un ejemplo, todos los medios hablan de la inminencia de la quiebra de Correo Argentino, en el juicio que tiene el estado contra la familia Macri. Olvidan el contrajuicio por mucho más valor que tiene la familia Macri contra el Estado, que inexorablemente el Estado perderá, como corresponde a cualquier descripción de Les Luthiers. ¡Epa! ¿Qué dice la columna? ¿Qué todos son iguales? - Jamás. En todo caso, dice que no todos son iguales, sino que algunos son menos iguales que otros. Parte de los chillidos de la señora Fernández provienen de que ella, desde el comienzo, siente que es castigada por delitos de los que es culpable, pero que otros culpables, que ella conoce, no sufren igual trato judicial. Versión sofisticada del lawfare, para Francisco que lo mira desde Irak.
Con una democracia, ponele, de monopolio de partidos y un sistema tramposo que condena a venderse para candidatearse, con una república que ya no existe y con una telaraña de corrupción generalizada que no resalta más por la recesión paralizante, pero que se advierte en cada cargo ocupado por amantes, amigos y militantes incapaces, en cada compra de cualquier cosa del estado, incluido aviones rusos o vacunas, que se vuelven gasto, emisión, endeudamiento y default repetitivos, el gobierno está obligado a ser populista para que le perdonen la inflación, la pobreza, la desesperanza y la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser. ¿Quién y cómo cambiará eso?
Muchos de estos conceptos se aplicarían a una gran cantidad de países. Pero la columna escribe sobre este lugar, sobre este pueblo, sobre este drama, como diría Chejov. Sobre Macondo. Como enseñó García Márquez.