Para un sector relevante de la sociedad, la pandemia subvencionada fue el último atracón del festín infinito del populismo. En un solo pase de magia se llegó – con o sin justificativo – a un formato de renta universal, de recibir sueldos sin trabajar, de quedarse en casa sin culpas, de agregar a los múltiples subsidios todavía más dádivas, sin contraprestación alguna y sin necesidad de salir de la marginalidad. Eso hizo y hace creer a muchos que finalmente se ha llegado al paraíso que predican Stiglitz, Sachs, Piketty y otros buhoneros de prosperidad. Un mundo feliz, sin obligaciones y con el estado haciéndose cargo hasta de la distribución de felicidad.
Para otro sector relevante de la sociedad, que paga impuestos o ya no tiene como pagarlos, no puede abrir sus negocios, ve esfumarse el resultado de sus esfuerzos de muchos años, se queda sin trabajo al cerrar la empresa donde trabajaba, ve morir la educación pública de sus hijos, sufre el ataque alevoso del delito y todavía es acusado de ser culpable de los contagios, es buchoneado por sus vecinos por sacar a sus chicos a tomar sol, culpado por alguna ministra de estar imaginando la violencia que sufre, o un jubilado legítimo al que le birlaron de prepo el ajuste inflacionario, el escenario se parece mucho a un infierno.
Como si hicieran falta más grietas, el gobernador de la provincia de Buenos Aires ahora a dúo con el presidente tratan de demostrar que la culpa de la inminente catástrofe sanitaria del conurbano es de la Ciudad, y amenazan con profundizar tanto la cuarentena como sus costos indefinidamente, en una mezcla de resentimiento, mezquindad política, escamoteo de las responsabilidades y errores y muchos fraudes cometidos al amparo de la urgencia, que nunca saldrán a la luz ni serán castigados. Disimulan que lo que ocurre sanitariamente en el conurbano es la resultante de muchos años de fabricar pobres, drogadictos, analfabetos, delincuentes, y funcionarios coimeros con esposas y amantes ocupando inútiles cargos carísimos.
El efecto de esa bacanal política, sanitaria y socioeconómica de los últimos cinco meses, montado sobre una economía ya agonizante fruto de un mismo modelo perdedor de país, que incluye la corrupción en todas sus formas, ha dejado a la población vacía de espíritu, desesperanzada, desesperada en muchos aspectos.
El populismo del kirchnerismo había dado como resultado en 2015 un estado exangüe y exprimido, mentiroso y endeudado, aunque varias de esas deudas estuvieran ocultas o negadas. Con una moneda desprestigiada sostenida por falsedades estadísticas y con ninguna confianza externa y la exportación seriamente dañada por un cepo cambiario diseñado sólo para pagar los Boden 2016 que había vendido el kirchnerismo a Venezuela unos años antes. Y con un gasto público y un déficit irremontables.
Cuando Macri gana la presidencia en 2015, atrapado por su biografía, el consejo del Círculo Rojo, el progresismo de Elisa Carrió y de su ministro Prat Gay y una cierta comodidad, decide en los dos primeros años aplicar su política de gradualismo. Este columnista pregonó en su momento la imposibilidad de querer combatir el populismo con más populismo, junto a otras voces. Mantener el nivel de gasto para no enojar al peronismo y sus protegidos obligó a tomar deuda en dólares que, cuando se convirtió en pesos, generó el aumento de base monetaria que a su vez forzó a aplicar el mecanismo perverso de esterilización, lo que también mereció críticas que fueron respondidas con insultos y descalificaciones de Cambiemos.
Eso llevó a que se agotase el crédito externo y la confianza interna, una mezcla de endeudamiento y emisión que hizo crisis cuando se recurrió al FMI y que llegó al extremo cuando el sistema mundial y el local descubrieron que el retorno de Cristina era inminente.
Tras el reciente principio de acuerdo con los bonistas, o para más precisión tras el diferimiento de los pagos de la deuda con ley americana a algún momento más allá de 2025, queda aún pendiente el arreglo con los bonistas bajo ley local, y la bomba de las Leliqs, ambas con un ominoso pronóstico. Y por supuesto, está también pendiente el detalle de la deuda con el FMI, que vence en 2021 y 2022.
Ahora el Fondo dejará de ser bueno, cristiano y comprensivo para transformarse en un ateo y sin corazón prestamista de ultimísima instancia (Stiglitz dixit) que cobra tasas baratas a cambio de que los países prometan que van a ser serios, algo bastante poco creíble en general y menos aún en el caso de Argentina. De paso, con la obligación de rendir cuenta a sus 189 países miembros.
En algún punto, se está en el mismo lugar que cuando Macri asumió. Un cepo cambiario que impide cualquier crecimiento, un incontrolable festival de emisión, un déficit insostenible tanto para financiarlo como para permitir algún nivel de competitividad, jugados a un crecimiento imposible a menos que se libere el tipo de cambio, lo que a su vez puede precipitar una corrida inflacionaria de proporciones.
Hay quienes creen que una buena alta inflación, o una mini híper, pueden coadyuvar a bajar el peso del gasto sobre el presupuesto. Además de que eso es como creer que un buen incendio va a matar a todos los insectos de la casa y de parecerse al gradualismo macrista con idénticas consecuencias - ahora sin poder tomar deuda - esa teoría no toma en cuenta que el gasto estatal se autoindexa siempre, con el agravante adicional de que la sociedad está al borde de la miseria colectiva. La disyuntiva es como la de Macri, pero peor.
En esas condiciones, la discusión con el FMI se postergará si es posible hasta después de las elecciones de 2021, con algún “pido” que seguramente aceptará la por ahora bondadosa Georgieva, en nombre de no interferir en la política interna. Un gobierno como el del matrimonio político de Cristina y Alberto Fernández, cuyo método y razón de ser es el populismo, no sabe, no puede, no acepta decirles a las masas que lo siguen con fanatismo, interés y si se prefiere con esperanza y fe, que se acabó lo que se daba, que ya no hay más nada para repartir, que se terminó la plata. Sería percibido casi como una traición, con la consecuencia de una inmediata reacción popular.
Tampoco es viable el financiamiento de este festival entre hoy y el momento de esa negociación con el Fondo. Sin emisión, o peor, con la obligación de reducir el circulante, sin crédito externo por muchos años, (y que podría llegar a generar mas emisión como ya ocurrió) sin crédito interno salvo que se paguen tasas que matarán la economía), luego de un plan Bonex o similar como puede terminar aplicándose y con una magra recaudación impositiva tras el diluvio universal de la cuarentena de improvisados. Claro que tampoco se advierte cómo se financiará el gasto luego del acuerdo con el Fondo, cuando fuera que ocurriese.
Del otro lado, tampoco se vislumbran mecanismos de crecimiento que puedan aumentar el PBI, reduciendo así el peso relativo del gasto. El sueño de la exportación de 100.000 millones de dólares que agitaron los seudorepresentantes del campo en una reciente reunión en Olivos no se sustenta en ningún dato coherente ni en ninguna realidad. Menos con un tipo de cambio congelado, con un régimen laboral de suicidio asistido como el actual (ver teletrabajo) y una carga impositiva inviable de bajar con el actual sistema político de franquicias provinciales y municipales multipartidarias.
Tampoco es serio esperar inversiones que se han desestimulado sistemáticamente tanto en el plano económico y de seguridad jurídica como en los trámites administrativos más elementales. El accionar de un burócrata sublimado en la Inspección de Justicia que ahora insiste en cupo femenino de 50% en los directorios, más otros requisitos igualmente ridículos, pero complicantes, es apenas una muestra. Sólo un cómplice de alguna tramoya con el estado puede invertir en Argentina. O simular que lo hace. La huida de empresas de todo tamaño es evidente. No hay inversión con Cristina en ninguna de sus versiones. Los proyectos de licuación de la justicia y de criminalización del periodismo agitados por su amanuense Oscar Parrilli, a quien ella definiera con tanta precisión, no son exactamente un prospecto para fomentar nuevas radicaciones.
Si se agrega el temor latente de que la epopeya de la pandemia se teatralice hasta que sirva como excusa para una postergación, manoseo o distorsión de las elecciones de medio término, el futuro luce más difícil aún. (Una reacción enojada y airada del presidente ante esta frase sería una clara confirmación de esa presunción)
Cada una de estas afirmaciones tiene un desarrollo y un respaldo técnico, que no se detallan por respeto al tiempo de la lectora, y para no repetir hasta el aburrimiento lo que todos conocen, pero no aplican. O sea que se está ante la encrucijada que vivió Macri, pero peor. No hay modo de que este gobierno pare el gasto y el populismo. Tampoco hay modo de financiarlo. Eso implica un grave peligro, que es la invención de épicas heroicas a la que los Castro, los Chávez, los Maduro, los Kirchner son tan afectos.
Algunos economistas bondadosos (que los hay, créalo) esperan lo que llaman el rebote del gato muerto de la economía. Un dicho para expresar que hasta un gato muerto rebota si cae desde un quinto piso. Entonces, cuando la actividad ha llegado a una sima, desde ahí sólo puede subir, y entonces los porcentajes parecerán mucho mejores. Además de ser un falso consuelo, es un mal símil. Porque el gato primero tiene que morir.
Mientras la mártir de Google fantasea seguramente con una expropiación del gigante tecnológico o una reforma en el Senado a Wikipedia tras la difusión de un trend topic de las redes adosado a su foto y su nombre, que es casi una sentencia definitiva, hace bien el presidente en repetir su agradecimiento al Papa. Es bueno quedar bien con él: necesita un milagro. No sólo Fernández, el país. Aunque casi nadie lo crea posible. Por falta de fe, o por exceso de información.