La desaparición del submarino ARA San Juan y el activismo de grupos violentos que invocan el irredentismo mapuche han reubicado en la agenda política el tema de las Fuerzas Armadas, la orfandad presupuestaria a la que se encuentran condenadas, el vacío que impera en la política de defensa.
Las desventuras y las amenazas consiguieron entreabrir una puerta que el kirchnerismo había cerrado a cal y canto cuando estableció, bajo la plausible bandera de los derechos humanos, una política de condena institucional a los militares, convertidos en encarnación del Mal.
Kirchner se montó sobre los rescoldos de los encarnizados enfrentamientos de la década del setenta y sobre el descrédito acumulado por las fuerzas militares menos por su represión al terrorismo (una tarea en la que la dictadura prosiguió con eficaz brutalidad lo que se había visto obligado a comenzar el gobierno democrático de Juan Perón) que por su derrota en Malvinas.
Estos sentimientos habían empezado a encauzarse y contenerse en los primeros gobiernos de este ciclo democrático. Raúl Alfonsín quiso circunscribir el castigo por las desapariciones, los encarcelamientos ilegales y los tormentos de la represión a las jerarquías que dieron las órdenes y a aquellos efectivos que se excedieron en el cumplimiento de órdenes, de modo de preservar el concepto profesional de la disciplina y salvar del desastre a las instituciones castrenses.
No pudo hacerlo, empujado más allá de esos límites por presiones de la opinión pública y hasta por amplios segmentos de su propio partido. Finalmente tuvo que apelar, para una intención razonable, a dos leyes imperfectas (obediencia debida, punto final), que no consiguieron el objetivo.
INDULTO Y MISION
Carlos Menem fue más drástico; asumió personalmente el costo del punto final empleando una atribución exclusiva de los presidentes: el indulto. Lo aplicó tanto a militares como a guerrilleros. El indulto no implicaba olvidar los crímenes cometidos por una y otra parte, sino confirmar su existencia, pero perdonarlos para poder dar vuelta una página histórica. En Sudáfrica, Nelson Mandela intentaba con otros instrumentos un camino análogo, convencido de que construir y desarrollar un país es una tarea que requiere paz interior y no vendettas, así éstas puedan argumentarse y enmarcarse jurídicamente.
Al mismo tiempo, Menem disciplinó a las fuerzas después de reprimir un intento de golpe de estado y trató de darles una función prestigiosa, vinculada a la apertura internacional de esos años: la participación en la alianza militar que derrotó la invasión de Saddam Hussein a Kuwait fue un paso importante y la participación en misiones de paz de las Naciones Unidas un desarrollo que ofrecía a las instituciones militares una misión socialmente valorada en el mundo y a sus cuadros una notable experiencia profesional.
Aunque en estos días, enfocando las cosas desde el prisma presupuestario, haya voces que igualan a todos los gobiernos de la democracia en su trato a las fuerzas, hay que destacar que en los noventa , a través del relacionamiento internacional, los militares encontraron una ampliación de sus recursos y posibilidades. En esos años Estados Unidos le otorgó al país la condición de aliado principal extra OTAN, lo que facilitaba el acceso a materiales; y las actividades bajo paraguas de la ONU tenían un financiamiento por fuera del presupuesto argentino.
BANALIDAD URBANA
Fue con el kirchnerismo que las heridas se reabrieron. Fue deliberado y con la intención política de galvanizar una fuerza que llegó al gobierno en condiciones de debilidad. La ideología de los derechos humanos se un arma para subyugar a otras fuerzas políticas (y a sectores y a personas) muchas de las cuales se sometían pavlovianamente cuando el poder hacía sonar esa campanilla.
Hoy es el kirchnerismo el que ha caído en el desprestigio y el que sumió en situaciones desdorosas a símbolos de la ideología como la señora de Bonafini. Sin embargo, el pensamiento políticamente correcto reacciona frente a la desgracia del submarino preguntándose para qué necesita la Argentina submarinos.
Más aún, plantea para qué necesita Fuerzas Armadas. Y vestigios de esa misma ideología ofrecen una visión romántica sobre el extremismo separatista mapuche que desafía al Estado argentino. La llamada Resistencia Ancestral Mapuche, un grupo armado coordinado con correligionarios chilenos aún más corrosivos y vandálicos, no tiene de ancestral, si bien se mira, más que el relato que seduce a cierta banalidad urbana. En cuanto a lo mapuche, la inmensa mayoría de esa etnia ignora o repudia a la RAM.
Se alega que los grupos indeginistas extremos son insignificantes. Los grupitos que a principios de los años setenta del siglo pasado desarmaban policías a los tiros y llegaron a secuestrar y matar a un general del Ejército, poco tiempo después se habían multiplicado y ponían en marcha un mecanismo cruel que derivaría en guerra, dictadura y oscuridad.
NUEVA AGENDA
Un país como Argentina necesita fuerzas armadas y necesita una estrategia destinada a custodiar su integridad, sus recursos, sus fronteras. También necesita submarinos: muchos ignoran que la el país tiene más superficie marítima (6 millones de kilómetros cuadrados de plataforma submarina) que espacio continental. Y que la riqueza actual y potencial de esa inmensa extensión debe ser custodiada tanto como la de nuestro suelo y nuestro subsuelo, el petróleo, el gas los minerales, la tierra y los ríos.
El sistema político que empezó a constituirse a partir de la derrota del kirchnerismo en 2015 debe asumir la agenda de la defensa y la estrategia nacional. Hoy hasta la desgracia y los desafíos lo imponen.