El reciente triunfo del Partido Demócrata en las elecciones estadounidenses ocurre en el apogeo de la pandemia y cuando todavía no se sienten totalmente los efectos de la cuarentena mundial usada como remedio de la pandemia. Y peor, cuando aún falta sufrir los efectos de los remedios que se usarán contra los efectos socioeconómicos y políticos de la cuarentena. O sea, el remedio a los remedios. Porque a las muertes que se adelantaron sólo un par de años, se agregaron primero los dramas de todo tipo fruto de encerrar y paralizar a la humanidad y sus consecuencias, y ahora empieza la discusión sobre los mecanismos para volver a poner en marcha todo el sistema, a puro voluntarismo.
Ese último proceso está lleno de contenido ideológico y simultáneamente de fanatismo provocado e imprescindible. Siempre partiendo de la creencia arraigada entre los burócratas universales de que su misión es hacer algo para que la economía se recupere rápidamente, saltando todas las etapas y la mismísima acción humana, como los padres de los chicos que quieren que sus hijos aprendan a patear tiros libres y a insultar para llegar a ser mejor que Messi. Esto tiene que ver con su necesidad de demostrar que los seres humanos son incapaces de valerse por sí mismos y que la clase política tiene un rol paternal y de protector irreemplazable. Esa tendencia suele empeorar cualquier problema y atrasar o impedir cualquier solución. Abundan los tratados, papers y libros sobre los errores cometidos por Roosevelt y el sistema financiero durante la Gran Depresión, que demoraron 10 años la recuperación.
En este caso se agregan dos fuerzas opuestas que, sin embargo, confluyen en el mismo sentido. En este rincón, como dicen en el boxeo o en la UFC, el sistema financiero y empresario mundial, que está sobreendeudado gracias a los grandes bonus, las stock options y a la recompra de acciones con las que los ejecutivos se apoderan de las empresas. A ellos les conviene que el remedio sea rápido: gasto loco, emisión y devaluación o inflación de la moneda en que están endeudados: el dólar y secundariamente el euro. Por esto abogan simultáneamente Trump y Biden, aunque por razones diferentes, ahora la de la pandemia, demostrando que los que se pelean por ideologías son idiotas útiles, siempre.
En el otro rincón está el progresismos mundial, o socialismo, para llamarlo más acertadamente, que viene hace varios años abogando por un salario universal, a costearse también con un impuesto universal, de igual tasa e ineludible. En esta lucha coinciden, vaya a saber si en una conspiración o simplemente por ignorante e interesada casualidad, la iglesia, el socialismo, los sindicatos, las empresas perimidas, Soros, Gates y otros culposos billonarios que tienen fundaciones para eludir los mismos impuestos que proponen. Y tal vez algunos intereses comerciales. Contratan a premios nobel mercenarios y a economistas que escriben libros con falsa data explicando las bondades de semejante aberración. Por supuesto que a esto se suma toda la avanzada redistribucionista mundial, que está feliz de que se haya llegado tan rápido a un sistema de limosnas obligatorias de facto, que difícilmente tengan marcha atrás.
Como un Mister Boo, el legendario y tramposo referee de Titanes en el Ring, aparece como árbitro corrupto y bombero la burocracia mundial, para la que este momento es milagroso. Mágicamente se encuentra con una solidaridad sacrosanta, una razón indisputable tanto para confiscar los capitales como para tener en sus manos una fortuna cada año para distribuir entre sus siervos, como un feudalismo universal inexorable en el que los burócratas son los señores feudales, los amos de la bondad y el reparto. Una mezcla de Huxley, Orwell y Rand hechas realidad, como lo describiera Hayek. ¡Y con el apoyo de Bill Gates, de paso! Como se sabe, el desarrollador del DOS creó también el motor eléctrico, la vacuna antivariólica, la bomba atómica, el transistor y el remedio contra el mal de ojo, o por lo menos, paga para que le hagan creer eso. (Ver su advertorial en Netflix, donde casi le gana al ajedrez a Magnus Carlsen)
Por eso el remedio que todos estos sectores recetan es emitir y emitir, apoyados por la Reserva Federal y la secretaria del Tesoro Janet Yellen, que, siguiendo los lineamientos de la Moderna Teoría Monetaria que nadie entiende, pero citan, creen que los países que emiten la misma moneda en que se endeudan pueden imprimir billetes y tomar deuda ilimitadamente sin ninguna consecuencia. Apoyados, eso sí, en enormes paquetes de ecuaciones, las mismas que han llevado a tantos genios de la predicción del comportamiento humano a la quiebra (ajena) o al manicomio (sic).
O sea que todo se conjuga para que, aparentemente, la humanidad imprima dinero, reparta y se endeude a tasa cero, sin ningún efecto negativo y sin que el factor trabajo tenga ninguna importancia. Compren plasmas y Playstations, Un mundo feliz está llegando. Por eso en Argentina se apresuraron a cobrar un impuesto al patrimonio del 7%, en España están proponiendo un salario universal permanente sin contraprestación de 600 euros que se costea con un impuesto a las ganancias de tasa única del 49%, en Uruguay el Frente Amplio cada vez que se habla de pandemia pide que el estado garantice más salarios sin trabajar o en EE.UU. se debate hoy mismo si lo que se va a reventar son 1.4 trillones de dólares o 3 trillones como quiere Biden y así sucesivamente.
Como esta columna es deliberada y meditadamente agnóstica política, (además) puede calificar de payasesca la reciente disputa entre republicanos y demócratas en Estados Unidos, incluyendo a sus dos candidatos. Al igual que toda la discusión sobre las supuestas sanciones comerciales a China que justificarían el proteccionismo de Trump y el proteccionismo de Biden, cada uno en su estilo y aunque sus hinchas fanáticos digan que no existe. Siempre hay una buena excusa a mano para ser proteccionista. Y aquí está el meollo de esta nota.
Es falso que Estados Unidos limite el comercio con China para forzarla a dejar de lado su dictadura y su sistema opresivo. El país que ignoró la masacre judía de Hitler, que se alió con el peor dictador del siglo XX como Stalin, hasta cederle la fórmula de la bomba atómica, (no, no fueron los Rosenberg) que se bancó Tiananmen, que echó humillantemente de las Naciones Unidas a Taiwan a pedido de China, tanto en gobiernos republicanos como democráticos, que destrozó a Irak gratuitamente y lo condenó a la guerra civil y a horribles padecimientos, que traicionó a los cubanos rebeldes en Cochinos, que pacta con Corea del Norte y con Iran, o que toleró a Rusia hasta hace cinco minutos, no es así de sensible. (Mejor no seguir los ejemplos)
Tampoco se debe a las trampas chinas en materia de patentes (que existen) ni al trabajo infantil, ni a todas las sinotropelías que Norteamérica tolera cuando le conviene y toleró, aún peores, cuando le convenía en otros países. Y no ignoran los americanos que las trabas comerciales lejos de mejorar la vida de los ciudadanos chinos la van a empeorar, con lo que el riesgo es que la dictadura sea todavía más dura para su gente, y que muchas de las libertades ganadas en este período de acercamiento de China a Occidente, se terminen conculcando de nuevo.
En el reciente artículo del Financial Times, “Contener a China no es una opción válida” de su economista emblemático, Martin Wolf, se sostiene una idea similar, además de agregar el efecto boomerang sobre la economía estadounidense, sus consumidores y la sociedad mundial que semejante paso ocasionaría. Biden intenta ahora un camino distinto a Trump, pero igualmente estúpido, para protegerse de China.
El fanatismo inducido ha hecho creer que se trata de una cuestión de justicia y de humanidad, cuando de lo que trata es del interés económico de algunos sectores, y ambos partidos americanos intentan complacer a sus seguidores en esas líneas. En ese camino, no hacen lo que más le conviene a su país, ni a sus consumidores ni a Occidente ni al capitalismo.
Robert J. Gordon, el economista y académico graduado en Harvard, Oxford y el M.I.T , una autoridad más allá de la discusión, sostiene en su libro The Rise and Fall of the American Growth (©Princeton University) que el gran siglo de crecimiento de innovación americana termina en 1975, con efectos nunca más igualados en su economía. El hecho incontrovertible de que había industrias que se habían vuelto obsoletas y de que el crecimiento y el bienestar venía por otros caminos. Eso hizo que presidentes americanos provenientes de ambos partidos, como Nixon, Reagan o Clinton, comenzaran el proceso de apertura comercial mundial que luego tomaría el nombre de globalización del sistema de marketing global. No fue el capitalismo el que sacó de la pobreza a miles de millones. Fue la globalización y su colosal visión geopolítica.
El movimiento de Nixon con China fue uno de los pasos más brillantes de la centuria. Tanto en lo político como en lo económico. Benefició a los consumidores americanos y del mundo entero. El tratado del Nafta, que Clinton defendió heroicamente en el Congreso entre propios y extraños, cambió la suerte de México y le creó un camino y una esperanza. Lo volvió un país de Norteamérica en vez de un misérrimo país de frontera. Y de paso, ofreció una alternativa a la fuga hacia Estados Unidos, algo mejor que un muro.
Las empresas y los sindicatos perdedores, que debieron haber desaparecido, no se resignaron a reconvertirse. No podían o no querían. Trump, finalmente un precario, los escuchó, los representó y metió sus dedos en la realidad en contra de la evidencia empírica y aún en contra del capitalismo. Tampoco logró demasiado, fuera de complicar la producción y la cadena de suministros. No fue su invento ni fue original. Ya se ha sostenido aquí que hace tiempo Estados Unidos ha iniciado un giro al proteccionismo con excusas diversas. Por ejemplo, aún en el TPP, el Tratado Pacific Partnership, Obama incluyó cláusulas proteccionistas para permitir acceder a exportarle. Por ejemplo, pretende que los países pobres tengan condiciones laborales y de otro tipo similares a EEUU. O sea que se aumenten los costos laborales antes de conseguir productividad. De haberse aplicado esas reglas a Corea del Sur, Japón, Singapur, Taiwan, Indonesia, India, China, o quien fuera, esos países nunca hubieran salido de su postración. Justamente, aprovecharon su pobreza, no empobrecieron a sus trabajadores para exportar. Vivían en la miseria antes de comenzar su transformación. Al contrario. Todos ellos, incluido China, terminaron pagando mejores salarios que los que perciben trabajadores del mundo desarrollado en las industrias exportadoras.
La famosa devaluación competitiva, que tanto esgrimió Trump contra China y ahora esgrime Yellen contra el mundo, también es una falacia. Finalmente son los flujos los que determinan el valor de las divisas. Y las devaluaciones están en la esencia de la carta de fundación del FMI.
Lo mismo pasa con los impuestos. Estados Unidos, y la OCDE en especial, sostienen que, si un país tiene gobiernos honestos y eficientes y en consecuencia no necesita cobrar altos impuestos, debe cobrarlos de todos modos a una tasa mínima que le es dada, so pena de ser considerado un paria comercial y financiero. Menos capitalismo que eso es impensable. Sólo Asia tendría mil millones más de pobres si se hubiera procedido como quieren Trump o Biden.
Lo mismo aplica a la idea, también de ambos partidos americanos, de subir el sueldo mínimo. Idea que parece comunista si la aplica el peronismo pero justa y necesaria si la aplican Estados Unidos o Francia. Pues lo que produce y producirá es una pérdida importante de empleos para los sectores más pobres y menos capacitados. Por suerte, paralelamente se piensa en darles un sueldo sin trabajar. La sociedad americana, no sus partidos, se ha vuelto proteccionistas. Los políticos demagogos simplemente la satisfacen. Una vez más, el temor de Tocqueville hecho realidad. El enemigo del capitalismo no es China, que quiere participar aún con todas sus barbaridades, son los individuos temerosos de autoportarse, los que no quieren competir con los trabajadores de todo el mundo, los que usan la patria como a un castillo del feudalismo, sean empresarios o laborantes.
La teoría económica más pura, dice, además, que aún en el caso de que alguien decidiera regalar sus productos a otro país, éste debería aceptarlos porque le conviene a sus consumidores. ¡Qué teoría ilusa! Sin embargo, es válida. Por supuesto, los burócratas necesitan del proteccionismo porque con esa moneda compran votos, financiamiento, elecciones y su propio bienestar. No es de extrañar que todos llamen a todos enemigos en esa lucha de mediocres melifluos para que alguien los proteja y les evite el trabajo de arriesgarse, esforzarse y pensar.
Pese a todo, y aunque les duela a muchos, el partido no ha terminado. Simplemente si Estados Unidos y Europa toman el camino proteccionista y cometen el mismo error fatal que en la depresión de los 30, Asia entera y sus aliados comerciales tiene mucho por decir. Es muy difícil que la globalización y el libre comercio desaparezcan. Al contrario. Las propias grandes empresas americanas de avanzada lo impedirán. La libertad y las decisiones personales siguen siendo la fuerza más poderosa. El interés también.
Las redes jugarán un papel importante. Por ahora, fanatizadas como están, funcionan como un sistema de malón. Las masas han encontrado que pueden influir, cambiar gobiernos, convocar a marchas destructivas o positivas, consagrar o fulminar. Cancelar o endiosar. Inducir, atemorizar y sancionar. Sin necesidad de dar la cara, ni de estudiar, ni de formarse, ni de informarse. El fanatismo es tan grande que masas de ahorristas son capaces de perder todo su dinero apostando a que una acción de una empresa muerta subirá de valor sólo porque los han embarcado en una cruzada fanática contra los hedge funds. No es que los hedge fund sean buenos. Es que los cruzados son tontos. En política corren el riesgo de suicidarse del mismo modo. No hay un mundo nuevo. Hay Un mundo feliz, de sueldos gratis, de redistribución de la riqueza, de jolgorio y holgazanería, como vaticinaba Huxley, un mundo de mentira, que está loco.