Un monólogo triste. Así podría considerarse a simple vista "La ira de Narciso", la última pieza del franco-uruguayo Sergio Blanco -autor de la exitosa "Tebas Land"-, que se estrenó hace pocas semanas en Timbre 4.
El texto sigue la línea de "autoficción" en la que Blanco incursiona desde hace algunos años mezclando realidad y fantasía, y utilizando a actores para que lo representen. "La ira de Narciso", puntualmente, relata la estadía del escritor -interpretado en este caso por Gerardo Otero- en la ciudad de Liubliana (Eslovenia) para dar una conferencia sobre el mito de Narciso.
Desde el vamos se ve que la apuesta es mostrar mucha tecnología: hay pantallas, celulares y cámaras por doquier. Todos elementos que en principio nos comunicarían. Muy pronto se verá que tras esa parafernalia de aparatos y una coraza de autosuficiencia, el protagonista no parece disfrutar de su soledad ni encontrarle la vuelta a su vida.
PRECISION
"La ira de Narciso" es un relato inteligente, contemporáneo, que da cuenta de un personaje asfixiado y en cierta forma asfixiante. Corina Fiorillo, la directora, acompaña a su actor indicándole precisos desplazamientos, contundencia e intenciones. Se ven ganas de desplegar, abrir el campo y utilizar toda la sala más allá de que el texto tal vez busque un espacio acotado.
Quizá la sensación de encierro y ahogo tarde en transmitirse con tantos movimientos, pero el gran trabajo de Otero minimiza cualquier reserva. Sucede que el actor da muestras de un control absoluto del personaje y de la historia, y logra llamar la atención de la platea con miradas que obligan a seguirlo todo el tiempo.
Atrapado en un mundo de pastillas, entrenamiento intensivo y comunicaciones por Skype, Blanco/Otero no puede escapar de un profundo dolor. Finalmente, sin mensajes esperanzadores ni de redención, "La ira de narciso" consigue intranquilizar y poner incómodo al espectador utilizando para ello altas dosis de buen teatro.
Calificación: Muy buena