Una empanada y una copita de vino tinto esperan al espectador. Cada domingo a la una de la tarde, en la sala pequeña de Hasta Trilce, el espacio está montado como si fuera un restaurante. Y el público accede a lo que pasa en una mesa enorme con once personas. Enseguida nos damos cuenta de que son una familia, que discutirán por política y que se odian y se aman, aunque se odian un poco más.
Brutalmente real, "Un almuerzo argentino" parece sacado, trasplantado, de cualquier familia de clase media argentina. Si bien la acción se sitúa a principios de los años cincuenta, cuando el peronismo y el antiperonismo monopolizaban las mesas, todo suena peligrosamente actual, tanto que golpea, emociona y dispara pensamientos a cada momento.
Lo que se cuenta es básicamente un encuentro que involucra a dos hermanos, uno rico y antiperonista y otro trabajador y endeudado. Un compromiso matrimonial será la excusa de la reunión. Todo entre fideos y tuco.
EL GENERO
Difícil encasillar la obra en un género. Sí podría pensarse que se trata de un grotesco, mezclado con bastante de costumbrismo, pero va más allá. Es descarnadamente argentina. Y si bien queda definido dónde está el "pueblo", dónde los ricos, e invita a posicionarse, en ningún momento el texto resulta complaciente ni con los personajes ni con, en principio, el peronismo.
Sin ser "gorila" -ni mucho menos, claro- se deja explicitado que hubo excesos, persecuciones y prohibiciones. Quedará en cada uno definir si se aceptan o no.
En tiempos de grietas, la obra tampoco se contenta con mostrarlas. Hacia el final, toma un cierto rumbo surreal. De alguna manera, ese giro es necesario. Suponemos y sabemos que, en la realidad, no ocurre ni ocurrió pero es lindo pensarlo y en cierta manera reconvierte el espectáculo y lo discute.
LOS MERITOS
Gran parte del mérito de todo lo que ocurre en "Un almuerzo argentino" se debe a Bernardo Cappa, multifacético y premiado director argentino -actualmente con cinco obras en cartel-, quien escribió el texto y lo dirige. Nada de lo que Cappa pone en escena está demás, todo ayuda a contar el cuento: desde los diálogos y el vestuario hasta la música en vivo y la ambientación.
En tanto, los actores disfrutan. Siguen el ritmo, concentrados. Comen en serio, beben en serio y juegan en serio. Como consecuencia, los espectadores se involucran e incluso algunos hacen comentarios en voz alta. Pasa que se sienten parte de lo que está sucediendo. Ese vínculo que parece fácil y que es tan difícil de lograr, sucede.
Por momentos dan ganas de que no termine nunca ese almuerzo, de seguir escuchando los comentarios, de enterarnos más sobre esa familia y sobre ese país que lastima.
Calificación: Muy buena