Durante los últimos tres años, las homilías de Cirilo I, Patriarca de la Iglesia Cristiana Ortodoxa de Moscú, e íntimo aliado espiritual de Vladimir Vladimirovich Putín daban una idea muy clara de su disgusto y su desprecio hacia los valores de los países occidentales. Ese rechazo se mantuvo firme en el plano religioso al negarse absolutamente a mantener ningún diálogo oficial con la Iglesia de Roma, representada por al Papa católico y las autoridades del Estado Vaticano.
La Revolución Conservadora experimentada por la actual Federación Rusa, luego de la implosión de la Unión Soviética (consumada a partir de diciembre de 1991), condenaron al ocaso los viejos ideales marxistas leninistas, la revolución bolchevique, el sueño del materialismo dialéctico y el absoluto control estatal de los medios de producción.
Hoy por hoy, el Partido Comunista ruso alcanza solamente el 10%de los escaños de la Duma, el principal órgano legislativo de Rusia, mientras que el partido de Putin se ha mantenido cerca de los dos tercios de los votos emitidos.
Se ha valorizado un discurso imperial, totalitario, conservador, homofóbico, cuya mayor pretensión es volver a colocar a la Federación Rusa en su mayor expansión geográfica y militar posible, sin atender demasiado a los límites políticos que aseguran la integridad territorial de las distintas regiones y países. Así fue como la Federación Rusa invadió la República de Georgia, en 2008, y les arrebató dos importantes porciones rusófonas. Lo mismo hizo en la Península de Crimea, en 2014, y la criminal invasión de Ucrania, el 24 de febrero de 2022.
Pero lo más importante es la identidad casi excluyente del discurso de Putin para anexarse lo que se anexó, y para justificar lo que piensa anexarse, pari passu con el discurso de Trump, donde tampoco importan demasiado los límites políticos de ninguna geografía, aunque tengan dos siglos de existencia, como en el caso de Groenlandia. Amenaza, extorsiona y exhorta a Dinamarca a venderle Groenlandia, aunque no esté en venta, aunque Dinamarca sea uno de los países más antiguos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte , un país aliado, democrático, al cual no necesita humillar, ni denigrar. Simplemente pone en marcha su discurso imperial y sanseacabó.
También alerta sobre su intención de poseer y manejar el Canal de Panamá, a su manera y a su conveniencia. La OTAN no tiene la menor importancia para Donald Trump, y Europa tampoco. Tiene el mismo desprecio por esos países que ya tienen Vladimir Putin y Cirilo I, el Patriarca Cristiano Ortodoxo de Moscú.
En los juegos de cartas, la actual situación se llama: Barajar y dar de nuevo. La incógnita es total, salvo la famosa frase del Quijote: "Cosas veredes Sancho, que harán a las piedras fablar."