La presidenta Cristina Fernández termina el año 2012 con 30 puntos menos de opinión favorable de los que tenía al iniciarlo. Para la economía fue también un año difícil, pero la política lo agravó por lo menos en tres terrenos.
En primer término en el de la comunicación. No se trata de la conocida excusa de que "se gobierna bien, pero se comunica mal", sino de que los errores de gobierno fueron aumentados por los de la comunicación. La Presidenta habló públicamente unas 20 veces por mes y usó más de 20 veces la cadena nacional. En su afán por tener una relación directa con la gente se sobreexpuso y cometió deslices famosos. "Esto no es La Matanza, sino Harvard", menospreció el lugar donde más la votan. Llamó "caranchos" a los jubilados que reclaman ante la Justicia por el ajuste de sus haberes sin reparar en que su madre también lo hizo. Los ejemplos de desaciertos abundan, pero cuando tuvo que salir a pedir calma para frenar los saqueos, se quedó callada.
La idea de la relación directa del líder con la masa atrasa por los menos 80 años. Los actos con banderas y adictos enfervorizados, así como los de atril y platea de obsecuentes restan más de lo que suman. El desgaste de la figura presidencial fue tan innecesario como grave. Si a eso se suma una retórica inmune a la realidad y un estilo recalcitrante el daño parece incalculable.
¿Por qué actúa así? Por razones personales y porque ya no dispone de un aparato de difusión eficiente. Lo tuvo al principio de su gestión con el Grupo Clarín, gracias a la tarea de Néstor, pero hoy ambas partes están enredadas en una guerra de exterminio. Pretendió reemplazar a ese grupo por un multimedio de cartón financiado con dinero público, pero como era de prever, fracasó. Los medios estatales tienen credibilidad nula y los paraoficiales sólo sirven para dos cosas: hacer jugosas ganancias con fondos fiscales y calumniar opositores. Para nada más.
Segundo error: reemplazó a Hugo Moyano por los "Gordos" y le regaló los reclamos salariales en un contexto de alta inflación. Resultado: en cualquier momento se queda sin apoyo sindical relevante en pleno año de elecciones. A la CGT Azopardo también la regaló la calle que ahora ocupa a sus anchas junto con la clase media cacerolera.
Tercer error: pretendió deshacerse del Partido Justicialista reemplazándolo por "la Cámpora" y otros grupúsculos alimentados con cargos públicos, pero como también aquí era de prever, hubo otro fracaso. Los punteros no se reemplazan con burócratas sino con otros punteros. Consecuencia: los punteros están buscando jefe político, el PJ está en estado deliberativo porque ve el futuro dudoso y, si estalla la indisciplina, no habrá "cuadros jóvenes universitarios" que la frenen, ni Kicillof que valga.
Demasiados errores de conducción en un contexto económico desfavorable. Por eso, aunque la economía mejore, la situación del Gobierno no lo hará si sigue por el actual camino de guerra a las "corpos"-medios, sindicatos, partidos- y sin una estrategia eficaz para reemplazarlas. El corporativismo tiene una larga y nefasta tradición en la historia local, pero el personalismo no lo derrotará si la persona en la que se deposita esa esperanza se equivoca tan seguido.