“El único conocimiento absoluto que puede alcanzar el hombre es que la vida no tiene sentido”.
Después de cumplir 50 años, mientras escribía “Anna Karenina” (obra que fue censurada en varios países), las posiciones filosóficas del conde se volvieron cada vez más contestatarias. Se enfrentó a los zares y al régimen establecido, propugnó la liberación de los campesinos, predicó contra la propiedad de la tierra y promovió una vida ascética. Muchos de sus seguidores se unieron a este movimiento; se hacían llamar los “tostovtsi”
Sus columnas publicadas en medios como Obnovlenie (Renovación), muchas veces provocaban el secuestro de tiradas completas por orden judicial.
Su posición llegó a tales extremos que, a pesar de ser un ferviente creyente, fue excomulgado por la Iglesia Ortodoxa. Muchos creían que era un santo y un profeta.
La relación epistolar con Mahatma Gandhi afianzaba esa imagen del concepto de resistencia no violenta que caracterizó la predica del político hindú. Otros, sin embargo, creían que era un desequilibrado, un bipolar de reacciones psicóticas ...y entre ellos estaba su esposa, Sofía Behrs.
León y Sofía se habían casado cuando ella cumplió 18 años, y entre 1863 y 1888 tuvieron 13 hijos, mientras colaboraba con él corrigiendo su obra. Se dice que transcribió seis veces “La Guerra y la Paz”.
Sin embargo, a pesar de la devoción demostrada a su marido, no coincidía con muchas de sus ideas. Pero la que rebasó todas las expectativas fue cuando empezó a plantear la donación de todos sus bienes. La familia no debía heredar ninguna de sus extensas propiedades ni sus cuantiosos derechos de autor. Obviamente, las peleas se sucedieron. Tolstói llegó a afirmar: “El matrimonio como hoy existe, es la peor de todas las mentiras. La forma suprema del egoísmo”.
En su propiedad de Yásnaia Poliana fundó una escuela para los hijos de los campesinos y se convirtió en un maestro rural. Sin embargo, las discusiones con Sofía no cesaron: “Tus nietos morirán de hambre por seguir este deseo vicioso”.
Decidido a terminar con el vínculo matrimonial, Tolstói le escribió una carta lapidaria: “Mi posición en esta casa es intolerable. No puedo vivir en estas condiciones de lujo…” Y sin más, se fue de su casa en pleno invierno ruso.
Si Tolstói pensaba que esta sería solo una rencilla familiar, se equivocó; más aún si pensaba que sus últimos días serían quietos y solitarios. La noticia se difundió como reguero de pólvora por el mundo.
Recordemos que Tolstói había sido candidato en más de una oportunidad tanto al Nobel de Literatura como de la Paz. Los diarios del mundo se hicieron eco de esta huida, y el New York Times uno dudó en llamarla “patética”.
Tolstói se dirigió al convento donde se alojaba una de sus hermanas y su hija Alejandra. Allí se enteraron de sus intenciones, y Alejandra lo acompañó en su viaje en tren a Astapovo, a 100 km de su finca. Durante el viaje –en un vagón de tercera clase– predicó sobre el amor al prójimo y el no uso de la violencia.
El frío le resultó intolerable, y en Astapovo debieron bajar para ser hospedados en la casa del jefe de la estación.
Cuando se conoció la noticia, su esposa inmediatamente tomó un tren para verlo (pocos días antes había hecho un intento de suicidio histérico), pero él se rehusó al reencuentro. La neumonía que había desarrollado pronto le hizo perder la conciencia. Recién entonces Sofía pudo entrar a la habitación y asistió al hombre que había acompañado por 30 años en sus momentos finales. Sus últimas palabras inteligibles fueron: “En verdad tengo mucho amor…”
A lo largo de su vida, Tolstói había sufrido varios procesos depresivos, sus cartas reflejaban en más de una oportunidad su cansancio de vida y las ideas de suicidio que lo acosaban… “Y me llegan con tanta naturalidad”, se decía a sí mismo, “que siempre habrá tiempo de suicidarse”.
Estos episodios depresivos se caracterizaban por ansiedad, desesperación, irritabilidad y ensimismamiento.
Si bien su muerte no fue por mano propia, abandonar su hogar en pleno invierno ruso en un hombre de 82 años, era un acto suicida.
“¿Acaso la percepción de la vida cambia a medida que nos aproximamos al final?”, se había preguntado uno de sus personajes, Ivan Illich, durante su agonía.
Quizás en este final dramático, Tolstói encontró el sentido de la propia.