De mi consideración:
La explicación que usted ofreció a una ministra de un país extranjero sobre las piedras depositadas en el monumento al General Belgrano en Plaza de Mayo, calificándolas como “las piedras dejadas por la derecha” ha herido y ofendido a todos los argentinos bien nacidos. Una enorme cantidad, créame. No es posible hacer un censo, pero esas piedras representan mucho dolor, mucha impotencia, mucha angustia, mucha ausencia, mucha desesperación popular. Son piedras-lágrimas.
Son el símbolo de los muertos queridos, obviamente, no sólo de Covid, sino de cualquier otra enfermedad fatal que no pudo ser atendida adecuadamente, o de quiénes no pudieron ser operados, o de aquellos que se fueron sin que sus seres amados pudieran darles el adiós final, o murieron en alguna cama de terapia que sus deudos no pudieron rodear, sin un llanto compartido en la instancia suprema de la partida. Derecho que no se le niega ni a un condenado a la cámara de gas.
Representan la mano que no se pudo apretar, el último intento de decir lo que no se pudo decir en toda la vida, el pedido de perdón, o el perdón concedido, la necesidad desesperada de ver el último destello de luz en los ojos de quien se está marchando. O de despedirlo u homenajearlo.
También representan la bronca contenida por el encierro que separó a familias y amigos, un encierro hasta hoy imposible de comprender, ni justificar. La sensación intuitiva de que la salud de la población estaba siendo rifada, postergada, subordinada a algún otro objetivo que impedía traer las vacunas eficaces y en su lugar se recurría a raros sucedáneos en pos de fines nunca aclarados y que acaso sea mejor no aclarar tampoco, para no pavimentar de odio la grieta que nos tajea.
Son también la representación del miedo que vivió la sociedad local y mundial frente a una enfermedad jamás del todo aclarada, ni del todo explicada, que generó algunos millonarios pero que por otro lado causó también mucha miseria y pérdida del sustento económico de millones.
Representan la impotencia y desesperación de la gente que vio que sus hijos desperdiciaban un momento importantísimo de su infancia al negárseles la escuela, al quitarle para siempre su evolución emocional, cerebral y física que ya no se podrá reemplazar. Y los daños colaterales que por muchos años se seguirán padeciendo. Desde la depresión a la desinmunización, desde la tristeza al silencio.
Esas piedras, señora, somos todos. No importa si de derecha o de izquierda, no importa si deudos o muertos, no importa si víctimas o maltratados, encarcelados o perseguidos como delincuentes que no somos. Los argentinos de bien, una enorme cantidad, créame, sentimos el mismo dolor que el padre que acarreó a su hijita en brazos para internarla, o que el hijo que no pudo darle sus respetos y su adiós a su padre o a su madre, o que quien murió en soledad en una cama de terapia intensiva. Tal vez no todos llevamos a la plaza esas piedras que ya han sufrido demasiados vandalismos y manoseos físicos, morales e intelectuales. Pero ellas nos representan a todos. Porque en una sociedad de verdad, el dolor es siempre colectivo. La muerte se respeta. El duelo se cobija y se mitiga.
ESFUERZO HIPOCRITA
En un hipócrita y evidente esfuerzo para retroceder en su ofensa, usted sostiene que lamenta que alguien se haya sentido ofendido por sus palabras, una disculpa que parece salida de algún reality, o de algún panel de TV de la tarde. No. No son unos cuantos familiares los que “pueden haberse sentido ofendidos”. Somos todos. Usted nos ha ofendido y nos ha avergonzado. En nuestra solidaridad, en nuestra compasión, en nuestra comprensión, en nuestra calidad humana. Como nos ofende cuando remata su formal disculpa diciendo que esas piedras fueron usadas por la derecha políticamente.
Está proyectando, con perdón. Como punzantes lanzas, esas piedras nos hieren a todos. Nos tocan el alma. Con perdón, nuevamente.
Nunca olvidaremos la pandemia, ni ninguno de los atropellos que se perpetraron en su nombre. En los que hay que reconocer que Argentina no fue exclusiva. Pero todos los muertos, todos los dolores, todos los llantos son nuestros llantos, nuestros dolores, nuestros muertos. Como lo fue la indignación apartidaria por la fiesta en Olivos, o los vacunatorios VIP. No hay tumbas ni lágrimas de izquierda o derecha para los seres de bien. Un adiós que no se pudo dar no es un tema ideológico. Es un tema humano. Con perdón. Se trata de algo difícil de comprender para algunos.
Pero aun si se intentase analizar el punto desde una óptica política o de gobierno, también es deficiente su accionar. Cualquier funcionario se debe a toda la sociedad, no a sus votantes, o a quienes cree que son sus votantes. Esto es más contundente cuando se trata de funcionarios designados, no electos. Simples servidores públicos que deben respetar a la ciudadanía, jamás juzgarla, dividirla con falsas dicotomías que son sólo un pensamiento propio ni minimizar sus sentimientos o sus ideas. Menos aún descalificarlas con maniqueísmos. ¿Quién le ha otorgado tal poder? ¿Quién le autoriza a trasmitir esa imagen de la sociedad y para peor, a funcionarios extranjeros? Y yendo a los detalles de lo pequeño de su cargo, ¿tiene idea de que lo que dice compromete al presidente? Y ya con ánimo de ser inquisitivo: ¿tiene idea el presidente de que le está haciendo decir lo que tal vez no quiere decir? (tratando de pensar bien) Usted, además, se ha excedido en sus deberes y en sus funciones, y ha tomado una posición diplomática grave que no le corresponde tomar. Más allá de que el desorden estructural de su credo militante le haga pensar que puede decir cualquier cosa para quedar bien con quién sabe quién. Como usted dice, las piedras fueron dejadas, no arrojadas por toneladas ni usadas como armas de revolución o sedición. Son piedras de paz, no de derecha.
¿Ese es el análisis político presidencial? ¿Qué las piedras fueron “dejadas por la derecha”? ¿Qué se hace un uso político del duelo y del valor simbólico que en este caso lo materializa? ¿Sobre eso se construyen las políticas de gobierno? No es muy difícil concluir algo que es ya una evidencia: usted no nos quiere. Usted odia a un sector muy amplio de la sociedad y termina despreciando a todos. Usted no nos quiere ni nos cuida. Nuestro viejo Martín Fierro termina una de sus octavas diciendo:
“…y he de decir, asimismo
Porque de adentro me brota
Que no tiene patriotismo
Quién no cuida al compatriota”
Esa máxima ayuda a entender. No somos su patria. Ni sus compatriotas. Así nos considera, así nos trata. Como persona y como funcionaria. Habrá que rogar que sea sólo un aspecto aislado, no generalizado en su gobierno.
DESPEDIDA
Pero su agravio no puede ser perdonado, sería tan iluso como creer en su forzada disculpa. Y, en consecuencia, procedo a despedirla de su cargo en este acto, en nombre de todos los ciudadanos que piensan como se lo cuento en estas líneas. Una enorme cantidad, le aseguro. Es posible que su jefe inmediato no tenga la comprensión, la fortaleza, el coraje o el respeto por la sociedad necesario para refrendar la decisión. O que, como su jefa suprema, usted decida desoír e incumplir el fallo inapelable, no sería novedoso. Pero cuando concurra a su despacho se sentirá usurpando las funciones. Con perdón.
Por sobre todas estas consideraciones, y pese a las vandalizaciones, a las negaciones y a los desprecios minimizadores, ahí están para siempre esas piedras. Clavadas en los corazones de todos, para recordarles un momento trágico de la vida nacional. Por culpa de quien usted prefiera. No importa.
Tampoco hay culpables de derecha o de izquierda.
Esas piedras no son una acusación, aunque cada uno las puede percibir como quiera. Son el dolor de la patria. Salvo que quien las juzga tenga el corazón de piedra, con perdón.
La saluda atentamente, una enorme cantidad de argentinos, créame.