“Todos mienten”, aseguraba el personaje Dr. House. Y aunque se refería a sus pacientes, yo le doy la razón, en general, todos alguna vez mentimos. ¿Por qué? ¿Nuestras excusas son las mentiras que nos vendieron nuestros miedos? ¿Es el famoso Ideal del Yo impuesto que nos obliga a simular? ¿Son los sueños diurnos que no logramos cumplir y estos se nos vuelven insoportables?
No me interesa hablar aquí del embuste del político corrupto en elecciones, o del corredor inmobiliario que te quiere vender una casa podrida por la humedad como si fuera un castillo, o el comerciante que te falsea el peso del kilo de fruta en la balanza.
Me llama más la atención el autoengaño, el delirio que provoca la neurosis narcisista en Facebook, la autoficción que inunda el mentir la experiencia vivida en una charla, o en una imagen fotográfica que simula una felicidad ficticia.
Pero para darle humor al tema vayamos a algunas de las mentiras más comunes que nos dicen “Ellas” en la vida:
“Antes de vos estuve solo con un chico; hacé como quieras que no me molesta; ¡qué simpática tu ex!; salgo en dos minutos; no me pasa nada; es mi mejor amigo y no me desea; a esa fiesta vamos todas mujeres; el tamaño es lo de menos; contáme que no me voy a enojar”… ¿Sigo? No, vayamos a las que Nosotros les decimos a Ellas:
“No estoy casado; no puedo pero es la primera vez que me ocurre; mañana te llamo; si fui al cine con ella pero no pasó nada; nunca he sido infiel; te mando mi foto actual; tu mamá es amorosa; ¡sos tan distinta a todas las demás!; te juro que es la última vez; yo dije eso? No me acuerdo”…
¡Menos mal que la mentira tiene patas cortas! Y fecha de vencimiento.