Opinión
Acuarelas porteñas­

Todos en libertad condicional

 

­

­El señor juez se despierta con un WhatsApp de su custodio. Mira el reloj, constata que el horario es adecuado, remolonea un rato en la cama. Se pone las pantuflas y enfila hacia el baño. Antes toma la pequeña radio que suele acompañarlo en las actividades previas a la ducha, y durante ella. Se alarma por la temperatura y los anuncios de tránsito congestionado. Llegan las noticias. 

Primer dilema del día. Mientras deja correr el agua tibia, escucha a dos empresarios vinculados a causas que se tramitan en su juzgado explicando ciertas prevenciones sobre las características de la acusación. 

Está gozando de su baño matinal, y no piensa resignar ese placer. Alcanza a descifrar algunas palabras como argumentos deshilachados. "Estos deben ser culpables'', piensa mientras cierra los grifos. 

"¿Que necesidad tienen de usar la radio para buscar excusas si no?'', continúa su reflexión mientras las gruesas toallas secan su extensa humanidad.

­

PRIMERAS PLANAS­

­

En el desayuno junto a su mujer, advierte que las causas donde tiene que resolver, están en las primeras planas. Busca los artículos para ver cuanto espacio ocupan. Las notas son bastante importantes y hay opiniones de juristas expertos, incluso algún profesor que tuvo en su carrera. 

Al bajar, el chofer tiene encendida la radio del auto. Por precaución le pide que la apague. El conductor obedece. Durante el viaje, medita sobre la culpa de los imputados, y el enjambre de abogados que debió soportar durante el juicio. 

Recuerda que debe tomar testimonios finales y sentenciar en unas horas, y retorna al recuerdo de uno de sus maestros universitarios, que afirmaba: "El hombre es, por decirlo de alguna manera, naturalmente culpable, no como individuo, sino como miembro de una especie, frente a un poder, el de Dios, que imparte una justicia a cuyas reglas no se tienen acceso''

Durante el viaje medita sobre aquel concepto. Al llegar lo esperan algunos periodistas. Advierte caras conocidas, de la sala de prensa tribunalicia. Apenas ingresado a su despacho encuentra abolido el mundo real. La lógica sigue funcionando (en realidad nunca funciona tan implacablemente como en el fatigoso transcurrir de los expedientes) pero las premisas de que parte o las conclusiones a que llega, escapan al normal mecanismo humano. 

Se encuentra instalado en otro mundo. Llámese pesadilla, ensueño o absurdo. Es otro mundo. Y no es el producto de una fantasía ingobernable. No es caprichoso, es un mundo que encierra en un organización fatal la cifra de este mundo. Se hunde irremediablemente en un plano que es más real, más grave, más intenso, más comprometido que este, que se llama realidad: el universo profundo que oculta tanta apariencia gastada, tanta superficie. Desde ese momento, estará sujeto a dos situaciones intolerables: el azar y el sigilo. 

Por otra parte, el conocimiento de los hechos es incierto, incompleto, porque la maquinaria de la justicia está rodeada de misterio: la jerarquía de la justicia comprende grados infinitos, entre los cuales se pierden los acusados. Los debates ante los tribunales permanecen inasibles, por normas procesales,  tanto para los pequeños funcionarios como para el público. 

Casi envidia al sujeto que llega a prestar su declaración, puntual y prolijamente vestido. Lo hacen pasar al despacho y se sienta en una silla incómoda ex profeso. 

Mientras hace la indagatoria desde su mullido sillón, piensa a cual de sus quintas irá el fin de semana, el arreglo de su lancha, el viaje (en espera) al Caribe con su secretaria y formula sus preguntas, sencillas, concretas. 

El otro responde sin inquietarse, con el libreto acordado con los abogados. Luego de un par de horas, concluye y dicta al oficial primero actuante su sentencia. Va a su oficina privada, donde el ordenanza dejó un café más cercano a la tinta que a una infusión. Lo toma con gesto automático. 

Con aire desangelado va en busca de su auto. Al salir no hay cámaras ni micrófonos. Se fueron detrás del empresario. Antes de llamar a su casa para avisar que almorzará afuera, se consuela: "Demasiada presión mediática''.­