Por Jose Luis Rinaldi
Quizá este tipo social resulte algo difícil de reconocer, pues suele mimetizarse con lo correctamente político, aunque muchas veces no sea eso más que un artilugio que usa para confundir y no mostrar de inicio su cerrazón.
El ideologizado, en el sentido común y habitual del término, es aquel que, negador de la realidad, alejado interiormente de las personas y cosas que lo rodean, tiene en su mente un sistema cerrado, concluso, autosuficiente, desde el cual cree tener respuesta para todo y la necesidad de ponerlo en práctica. Y no cualquier respuesta, sino la única válida y posible que no es otra que la suya.
Si bien es más fácil de identificar en el ámbito de lo político, termina el ideologizado aplicando su sistema a otros aspectos, sean sociales, económicos, filosóficos y hasta religiosos. No se trata de derechas o de izquierdas; de liberales o coletivistas; de privatistas o estatistas; de populistas o antipopulistas; la ideología que profesa, que muchas veces no es más que “el relato”, está por encima de esas categorías; seguramente elegirá alguna de esas posturas y la absolutizará, porque el ideologizado lo que hace es aplicar su esquema mental preconcebido a los hechos, las circunstancias, a lo contingente, con lo cual, en lugar de ver la realidad como es, la ve bajo las antiparras de su ideología.
No aplica los principios a las circunstancias, sino que son las circunstancias las que deben adecuarse a sus ideas, de allí la ideología. No hay adecuación de la inteligencia a las cosas, sino que las cosas deben entrar en alguna de sus categorías mentales.
RESPUESTAS ABSOLUTAS
Las respuestas que da son absolutas, aunque generalmente lo son sobre cuestiones relativas, opinables y que pueden tener diversas lecturas o interpretaciones: así, por ejemplo, sólo puede haber un sistema político legítimo (que será el que ellos propician), las mayorías nunca se equivocan (salvo que no coincidan con su posición, en cuyo caso han sido engañadas), los obreros son todos buenos y en el peor de los casos no tienen maldad sino ignorancia, o son todos malos e impiden el progreso económico; los empresarios son todos explotadores o son los salvadores de la Nación; la globalización es absolutamente buena o absolutamente mala; el progreso tecnológico es siempre conveniente para el hombre o definitivamente atroz, los animales tienen derechos inalienables… los grises no figuran en su juego mental. La verdad no existe, pero cuidado con contradecir lo que él afirma que es la verdad …
REALIDAD E INTERESES
Y así como suele absolutizar lo que es relativo y opinable y relativizar lo que sí es absoluto, muchas veces la ideología busca encubrir o esconder la realidad para poner su ideología al servicio de ciertos intereses; es en estos casos cuando, después de absolutizar lo contingente, paradójicamente se convierte en el más extremo relativista de aquello que sí está más cerca de ser considerado absoluto: como la existencia de Dios Creador, los valores culturales profundos de una sociedad, la heroicidad de sus próceres, la existencia de vida humana desde la concepción, el valor de la fidelidad conyugal, la ética de la virtud, la familia como base del grupo social…
ACTO DE PEREZA INTELECTUAL
De esta forma, el ideologizado, no indaga ni analiza ni reconoce la realidad, sino que, en un acto de pereza intelectual extrema, le aplica categorías nacidas en su mente, o peor aún, en la mente de terceros y así, a través del relato, es como angosta y achica su visión, no se permite crecer y expandirse, usar sus capacidades intelectuales. La realidad debe quedar encerrada o ubicada en alguna de sus categorías mentales como sea; quiere ser progresista pero termina siendo retrógrado, no está abierto a la verdad sino a la idea que ya se hizo de la realidad o al modelo que quiere aplicar “a priori” a las circunstancias que debió contemplar y analizar previamente y no lo hizo.
Suele entonces tener una conciencia errada o falsa de lo que le rodea junto a una incapacidad para salir de su error y dar respuestas válidas; suele plantear soluciones a los problemas imposibles de aplicar o de llevar a la práctica; cristaliza, solidifica y endurece su pensamiento y su modo de razonar, dice defender la libertad pero vive esclavo de sus ideas, sus posturas se vuelven fanáticas cuando no totalitarias, pues nada ni nadie puede contradecirlas, todo tiene una respuesta desde su sistema hermético aunque si observara los hechos vería su error, manifiesta ser abierto pero sólo lo es respecto de aquello que le conviene o que prefiere que lo sea. Esa postura lo hace propenso a aceptar y compartir “el relato” que otros confeccionan y que su pereza mental facilita su convencimiento.
Parece como que el miedo a lo desconocido lo lleva a encerrarse y aferrarse a su pensamiento y así sólo puede dar respuestas desde su sistema; el recurrir a la violencia para imponer la ideología va creciendo en su intimidad como único modo (nuevo absolutismo) de resolver sus diferencias con otros, y luego traducirse en sus palabras y actos, con una justificación a partir de su propio pensamiento, al que, pese a las fallas que tiene por no ver la realidad, la denomina la verdad.
EL PROJIMO
Y la ideología que profesa también termina afectando e influyendo en su vida íntima, en sus afectos, emociones y sentimientos; el otro sólo vale si comparte mis ideas; el otro no es otro en cuanto otro, es otro en tanto es una extensión y un instrumento para lograr expandir mi pensamiento; el amor al otro no es entrega, apertura, sacrificio, paciencia, solidaridad, servicio, sino un apéndice y apenas una sensación al servicio de la ideología.
El otro, el prójimo, si no encaja en su sistema que es el único que vale, si lo cuestiona, necesariamente se convierte en su enemigo; no hay lugar para diálogos fecundos, para intercambio de visiones, para discrepancias respetuosas. Es un enemigo que no sólo no participa de su mundo, sino que es un peligro y una amenaza para poder implementar la ideología, por lo que de allí a su eliminación no hay demasiado trecho. La relación amigo-enemigo se da solo en el pensamiento ideologizado.
Mientras por una parte quedan afectadas sus relaciones con aquellos que no piensan como él, por la otra su estrechez de miras lo lleva a endiosar a algunas personas que son revestidas de un áurea y de una perfección propia de los dioses del Olimpo, dado que como parte de su ideología, nunca se equivocan y están llamadas a las grandes transformaciones para lograr el mundo perfecto en el cual, como parte intrínseca de su ideología, también erróneamente creen.
Esos pocos iluminados son los ideólogos, que generalmente se dan en el mundo político y que son vistos como la encarnación de todo su sistema de pensamiento y son quienes lo manifiestan, enseñan a los demás y los guían. “El relato” que construyen los ideólogos le resulta atractivo pues los exime de pensar y de usar su libertad, constituyendo generalmente el modo de pensar de los ideologizados.
¿Puede ser feliz la persona ideologizada? A esta altura la respuesta es obvia: en modo alguno. Suele ser una persona retorcida, encerrada, miedosa de perder la falsa seguridad que le brinda la ideología, en quien la sonrisa es sólo una mueca, su mirada no es franca, la alegría de vivir le produce escozor, cargo de conciencia, es perder tiempo, pues en la ideología no hay lugar para el ocio creador, sabe que tiene libertad para pensar pero prefiero no usarla, no hay lugar para la amistad, para los afectos, para los sentimientos, para el dar y recibir cariño y consuelo, para la bondad y mucho menos, para la belleza. Un pesimismo y una mirada supuestamente crítica lo persigue.
LA TRAMPA
Una lástima que su encierro no le permita insertarse realmente en la sociedad pues si hay algo que precisa, es necesidad de asombro, de admiración, de interrogarse ante la realidad, de vincularse con el otro, de apertura a los demás y de afecto; su sistema de pensamiento no le permite acceder a todo ello, pues es su propia trampa; si todo está ya resuelto desde mi yo mental, ¿cómo encontrar el camino para reconocer al otro en cuanto otro?.
Y entonces, mientras la ideología lo vuelve más cerrado, más difícil le resulta encontrar y disfrutar de las múltiples oportunidades y variaciones del mundo real.
Termina siendo dañino no solo para sí sino también para el sociedad, pues además de no llegar a insertarse en ella, pretende su transformación hacia su única forma de vivir: triste, errónea, agobiante, pesimista, carente de matices y de colores.