Suplemento Económico

Tiempo al tiempo


Cuando Javier Milei ingresó a la actividad política, la opinión pública, en general, estaba llena de expectativas. Se produjo un hecho distinto en la política argentina: apareció un hombre nuevo sin experiencia ni apoyo de un partido, solamente mostraba decisión y coraje para volver a la Argentina a las ideas de la Constitución alberdiana.

Su personalidad no gustaba, de lenguaje fuerte y muchas veces grosero, atraía a los jóvenes pero rechazaba a un sector numeroso de los votantes. Su llegada al poder produjo tremendo enojo en las fuerzas opositoras, en los viejos políticos, dudas en los más por el escepticismo reinante, pero también nuevas esperanzas en quienes creían que un político no tiene por qué ser forzosamente el modelo ideal sino quien debe conocer bien los problemas del país.

Y aquí está, hombre de soluciones rápidas, drásticas, inmediatas. Hay un sector proclive a soportar por inercia lo que no debería, que está impaciente porque no mejoran pronto las cosas que permitió destruir durante décadas. A los pocos meses mostró ansiedad e incomprensión creciente, sin entender que para hacer visible las reformas se necesitaba tiempo.

Tanto para estabilizar la moneda, para equilibrar la balanza de pagos, para detener el aparentemente incontenible alza de precios, para convencer a quienes, por una u otra razón, se oponen a las medidas que la situación requiere.

Sin embargo, los hechos de hace unas semanas están indicando que está triunfando la sensatez y el patriotismo: cuando dirigentes opositores proclaman la necesidad de mantener empresas estatizadas y deficitarias, el hombre común les está volviendo la espalda. Incluso, cuando sindicalistas vociferan en las calles y por los medios pidiendo altos salarios, valiéndose del gran sacrificio que sufrimos todos y con más razón los sectores menos afortunados, muchos son los que no los acompañan.

La experiencia les ha enseñado que si bien se benefician como trabajadores, se perjudican como consumidores. Escuchan al presidente, quien a menudo explica algo ya evidente: ayudar sólo a un sector pone sobre la mesa inmoralidad porque perjudica a otro; muestra también que los números cantan con una lógica irrefutable.

ESPERANZA

Se ha esperado un tiempo como pedía el Gobierno, la realidad está emergiendo, parte de la oposición acepta, ante los primeros buenos resultados el plan económico y las severas medidas que éste conlleva.

Por supuesto, también se emiten opiniones facilistas a favor de economías mixtas, las cuales desde hace años, por experiencia, se sabe que no funcionan. Muchos dirigentes políticos y gremiales, artistas, escritores, no comprenden aún que la iniciativa privada, el desarrollo y la multiplicación de las sociedades por acciones han facilitado la creación de industrias aptas para la producción masiva.

Es por ello que llevan al alcance de personas de recursos más modestos, cantidades y variedades, cada vez más grandes de productos y servicios a precios siempre más bajos. La producción industrial no puede concebirse para un mercado reducido, formado por unos pocos compradores acaudalados. Para prosperar y reducir los costos de producción se necesita que el mercado esté formado por millares de consumidores potenciales con poder de compra.

Opuestamente, con un mismo nivel de producción y de intercambios, las aspiraciones de mejoras de un grupo se cumplen siempre a expensas del perjuicio de otro grupo o de toda la sociedad. Es indispensable el respeto por la propiedad privada y la eliminación del Estado como socio del hombre de trabajo.

Milei está cambiando la política internacional, es meritorio, el estado-nación es un marco estrecho para una economía capitalista, para las dimensiones de las empresas, los flujos de capital, el desarrollo cultural, de la ciencia y de la técnica, los cuales son sin duda universalistas. La interdependencia critica y responsable, provisoria y renovable, es el camino para una asociación de sociedades, a pesar de las diferencias y los conflictos.

La economía argentina exige un marco institucional: un sistema abierto en transformación, además de que las libertades civiles e individuales no se vean perturbadas por la arbitrariedad del Estado.

Ojalá el Gobierno se dé cuenta que es cardinal para el despegue la calidad de la Justicia. Preocupa la insistencia del presidente en promover como juez de la Suprema Corte al juez federal Ariel Lijo, a pesar de la inconformidad de la mayor parte sana de la sociedad. Su actitud ha llevado a pensar toda clase de suposiciones que sería preciso evitar.

Por otra parte, está siendo difícil tender un puente para cubrir la brecha surgida entre la política económica del gobierno central y los programas de varios gobernadores provinciales, ello tiene un efecto de freno sobre el programa global de gobierno.

Por ejemplo, la política de la provincia de Buenos Aires representa una considerable carga sobre la economía, lo cual está lejos de ser apropiado para alentar a los inversores nacionales o extranjeros e intensificar sus actividades en esa provincia. Ignorando los intereses combinados del país, el gobernador Kicillof está empeñado en introducir políticas anticuadas que van contra la realidad y generan un ambiente de inseguridad en los círculos agrícolas, comerciales e industriales. ¡No quiere tirar del mismo carro!

Pero tiempo al tiempo: cuando se comparen los resultados de la política del gobernador Kicillof y otros gobiernos provinciales, con la política nacional se verá muy claro que Javier Milei y su equipo han propuesto el único camino que puede seguir el país para recuperarse.

CERTEZAS

Cada vez la sociedad está más segura de que pretenden sinceramente promover el engrandecimiento económico del país y que esa riqueza sea compartida por todos los argentinos, en vez de ir a un solo grupo de privilegiados.

El país no está en condiciones de permitirse el lujo de absurdos económicos. Es inevitable que la gran tarea de la recuperación exija sacrificios, el presupuesto nacional no puede seguir arrastrando el enorme déficit de las empresas estatales.
 

Es obvio también que los presupuestos particulares no consigan soportar el mayor incremento de cargas fiscales. Los sacrificios son exigibles cuando se comprende bien su finalidad, dan resultados concretos y se vislumbra el fin del penoso camino, recién lo estamos comenzando a notar.

Milei ha reventado todos los globos contenedores de mentiras de los gobiernos kirchneristas, pidió un tiempo, una tregua para poder reorganizar al país, dejar de practicar el despilfarro, disminuir lo más posible la inútil burocracia, el personal y servicios ineficaces, mejorar las finanzas que iban derecho a la bancarrota.

Mucha gente ya está de vuelta de las panaceas siempre incumplidas, comprende una política de orden y de autenticidad, apoyan esta orientación que ha triunfado, en el pasado y en la actualidad, en muchos países del mundo. Por eso, el Gobierno está decidido a combatir todo lo que anule los valores que hacen a la jerarquía y dignidad humana y a defender el incentivo individual en un clima de libertad. Combate la arbitrariedad y prepotencia del Estado, la manía planificadora, dirigista y la acción directa con la que amenazan los grupos de presión.

No entienden la realidad quienes confunden las actitudes del presidente, muchas veces cuestionables, con su política, la cual lleva hacia más libertad política y económica. El enojo que ellas suscitan hace olvidar que la tendencia del Estado es invadir la sociedad civil, disminuir su espontaneidad y destruir los centros de lealtad autónoma, surgidos espontáneamente de los intercambios. Tiende a multiplicar las reglamentaciones y controles de sus cuerpos administrativos para dominar lo inesperado de la sociedad.

Es así como los que dirigen el Estado lo utilizan a su antojo tratando de extender sus funciones bajo pretextos inventados para poder exterminar todo centro de poder que compita con él. Milei, esperemos no le tuerzan el rumbo, hasta ahora promueve lo contrario -gusten o no sus maneras- la institucionalización de la propiedad privada, la cual indudablemente diversifica el poder.