Leer un diario, recorrer sus páginas todas las mañanas, detenerse en la lectura de editoriales o los escritos de ciertos autores, es un acto de fe. Obviamente, uno busca información, actualidad y hasta algo de historia ( el periodismo es el primer borrador de la historia y nada hay más viejo que el diario de ayer). Sin embargo, cuando uno sigue un periódico por años, también busca guías para los tiempos que se avecinan (más en un país como Argentina) y coincidencias en las convicciones.
Por eso digo, leer La Prensa es un acto de fe, más cuando la fortuna me permitió participar con mis escritos .
La Prensa publicó su primer ejemplar el 18 de octubre de 1869 bajo la conducción de J. C. Paz, quien acababa de crear un medio solidario para los soldados heridos que volvían de la Guerra de Paraguay. Con Cosme Mariño y Jorge E. Cook comenzó la edición y distribución de este medio afirmando “la formación de la independencia, el respeto al hombre privado, el ataque razonado al hombre público y no a la personalidad individual” (evitar la argumentación ad hóminem y centrar su discurso sobre los actos).
Durante la epidemia de fiebre amarilla que azotó Bs As en 1874, el periódico salió todos los días entre febrero y julio, cuando Buenos Aires había sido abandonada por sus conductores (Sarmiento y Alsina habían dejado la ciudad) y solo un grupo de notables encabezados por Roque Pérez trataban de poner orden en un caos apocalíptico. La Prensa mostró desde entonces una vocación de servicio, una tribuna para el debate y la meditación.
A lo largo de 150 años sus perspectivas políticas fueron cambiando según las mareas de los tiempos que arrastran la política argentina. Su famosa sirena del hermoso edificio de la Avenida de Mayo 575 anunció por años los acontecimientos más importantes. Desde el asesinato de Humberto I de Italia (por primera vez) hasta el demoledor golpe de Firpo que arroja a Dempsey del ring.
Pocos periódicos sufrieron agresiones tan violentas (en 1951 La Prensa fue atacada a balazos y murió uno de sus trabajadores por este acto) y pocos pudieron resurgir de sus cenizas y exhibir con orgullo sus heridos, pero sin dejar de expresar sus opiniones.
En el año 2013 cumplió con la edición número 50.000 donde declara que el secreto para haber sobrevivido a caballo de tres siglos era “informar con veracidad, servir al público con objetividad, orientar con opinión, no ahorrar la crítica sino la adulación y constituirse en intérprete y vocero de todas las clases sociales que vieron en La Prensa un comprometido testimonio de cada momento”. De allí que leer La Prensa, como dije al principio, es un acto de fe que se renueva cada mañana.