POR JORGE MARTÍN FLORES *
Con esta líneas queremos seguir las enseñanzas de quién consideramos el mejor intérprete del espíritu sanmartiniano que ha dado nuestra Patria: El profesor licenciado y Mayor (RE) del Ejército Argentino José Conrado Antonioni, de feliz memoria. Quien tras los pasos del Libertador, hizo de su vida una encarnación del legado del Gran Capitán y supo sembrarlo generosamente como un fuego imperecedero y abrasador en las mentes y pechos de todos los que tuvimos la gracia de ser sus discípulos.
EL HOMBRE DEL MISTERIO
Fue un 17 de agosto de 1850 en Boulogne Sur Mer, Francia, cuando José de San Martín exhaló su último suspiro. Tenía 72 años. Su corazón se detuvo a las tres de la tarde y junto con él, el reloj de la pared de su habitación y su reloj de bolsillo. El estandarte de Pizarro que recibió como premio a sus servicios en el Perú, símbolo de la autoridad en América, condecoró su ataúd. Y luego, desapareció.
¿Misterio? Claro, como lo fue San Martín. Un misterio que detiene el tiempo porque lo trasciende, porque siempre estuvo llamado a la gloria y a la eternidad: A ser la autoridad moral de América.
Hablamos de cómo murió, pero sería mejor contar cómo vivió.
EL LÍDER
Antonioni siempre nos decía que la regla de oro del liderazgo afirma que: "No se cree en el mensaje sino se cree en el mensajero". Por lo tanto, no hay liderazgo sin ejemplo personal. Pues al decir del Tte. Coronel Seineldin VGM: ”El ejemplo no es una manera de conducir, es la única manera de conducir". Así se comprende que un auténtico líder no busca cargos, sino cargas. Elige ser el primero en los sacrificios y el último en las comodidades.
Lo que el Padre Castellani desarrolla cuando define qué es un noble: Es un hombre de corazón (...) Es un hombre que tiene alma para sí y para otros. Son los nacidos para mandar. Son los capaces de castigarse y castigar. Son los que en su conducta han puesto estilo. Son los que no piden libertad sino jerarquía. Son los que se ponen leyes y las cumplen. Son los capaces de obedecer, de refrenarse y de ver. Son los que sienten el honor como la vida. Los que por poseerse pueden darse. Son los que saben cada instante las cosas por las cuales se debe morir. Los capaces de dar las cosas que nadie obliga y abstenerse de cosas que nadie prohíbe”.
Y San Martín fue uno de ellos. Uno de los máximos líderes de nuestra historia patria pues su prédica se expresó bajo la escuela del ejemplo personal. “El camino más seguro de llegar a la cabeza es empezar por el corazón”, decía y supo ganarse los corazones de los hombres y mujeres que ha tocado con su admirable ejemplo y con el fuego sagrado del amor a la Patria.
EL ESTADISTA
Sirva de ejemplo práctico a lo anteriormente afirmado, su brillante gestión política como Comandante Político y Militar en Cuyo. ¿En qué contexto desempeñó el poder?. En una gran crisis. Déjenos que él nos lo diga: “Hablemos claro -le decía a Tomás Guido el 28-1-1816-: yo creo que estamos ante una verdadera anarquía, o por lo menos una cosa muy parecida a esto. ¡Carajo con mis paisanitos!” Y sin dudarlo, se puso a trabajar para establecer el orden y la jerarquía. “Es llegada la hora de los verdaderos patriotas -exclamaba a los pueblos cuyanos- A la idea del bien común y de nuestra existencia, todo debe sacrificarse. Desde este instante el lujo y las comodidades deben avergonzarnos como un crimen de traición contra la Patria y contra nosotros mismos. (...) Desde hoy quedan nuestros sueldos reducidos a la mitad (...) Cada uno es centinela de su vida. Yo graduaré del patriotismo de los habitantes de mi provincia por la generosidad, mejor diré, por el cumplimiento de la obligación de sus sacrificios. Todos somos ya soldados”.
Tuvo como norte una brújula olvidada en estos tiempos y que constituye la causa final de la existencia de la sociedad política: el bien común. A partir del cual cada uno desde su lugar y desde cada grupo al que pertenece, contribuye responsablemente con su aporte sacrificado en el bien de todos y cada uno, bajo la guía de una autoridad legítima que ponga en práctica el principio de subsidiariedad. San Martín sabía que no existe paz sin justicia y que no puede haber justicia sin orden. Así, lo primero que hizo fue reducirse el sueldo a la mitad -cómo lo harían nuestros políticos en la actualidad ¿no es cierto?- y convertir a su Ínsula Cuyana en un pujante foco político, social, económico, cultural y militar. Luego puso todas sus energías en la Declaración de la Independencia para con los reyes de España y cualquier otra dominación extranjera y en la confirmación de un estado que sirviese de contención para la creación de un Ejército que emprendería la campaña libertadora de la América del Sur.
Es admirable contemplar que el Ejército de los Andes se hizo en tiempo récord. Sin condiciones ideales. Sin hacer castings. Utilizando con excelencia todos los medios humanos, materiales y espirituales de los que disponía. Potenciando lo pequeño con magnanimidad. Dando cohesión y sentido trascendente a su misión. Conformando un sólido equipo que estuviese a la altura de tamaña empresa. Sembrando la esperanza y contemplándola como una realidad posible.
Por ello, quién en carta privada le confiaba sus miedos a su amigo Tomas Guido: “Lo que no me deja dormir es, no la oposición que puedan hacerme los enemigos, sino el atravesar estos inmensos montes. Dios nos de acierto, mi amigo, para salir bien de tamaña empresa”; terminó diciendo al pie de los Andes en su proclama de despedida a sus paisanos cuyanos en 1817: “La cordillera va a abrirse (…) A las armas mendocinos. Arrojemos a los enemigos del desgraciado Chile, y en el momento regresareis a vuestras casas cubiertos de gloria; esto os ofrece vuestro paisano”.
Siendo débiles tomaron la resolución del más fuerte. Luego de preparar el terreno, sin prisa y sin pausa sembró la confusión del adversario con la guerra de zapa. Y atacó siendo minoría desde el lugar menos pensado. Cómo en San Lorenzo, en Chacabuco y Maipú demostró que lo imposible podía hacerse realidad si un conductor verdadero estaba dispuesto a marcar la diferencia.
Podemos contemplar que San Martin fue un estadista. Y como tal sabía que “(…) al hombre justo no le queda otro recurso, en medio de las convulsiones de los Estados, que proponerse por parte de su conducta ´obrar bien´: la experiencia me ha demostrado que ésta es el ancla de esperanza en las tempestades políticas”. Es evidente que San Martin no solo fue un genio militar, estratégico y táctico, sino que sobre todo un político realista en el sentido tradicional y pleno del término. Un protector. El protector. Un líder. El líder.
EL SEÑOR DE SÍ MISMO
Tal vez creamos que la vida de San Martín fue una vida fácil, rodeada de honores y del reconocimiento de todos sus contemporáneos, como el gran héroe que fue. Pero la verdad es otra. Dijo Leonardo Castellani en su obra “La muerte de Martin Fierro”: “San Martín ha sido grande/ y hoy es grande su memoria/ Pero no basta con su gloria/ pa´ cubrir a un hijo ruin/ No es lo mismo San Martín/ que los que escriben su historia”.
Así, como todo buen hombre tuvo muy buenos amigos. Pero por sobre todo, muchos enemigos. Fue insultado, burlado, despreciado, perseguido, y principalmente envidiado. Tal es así, que luego de haber realizado su campaña independentista, los políticos corruptos y logistas de Buenos Aires lo estaban esperando para detenerlo. Ya habían puesto precio a su cabeza. Como escucharon ¡A San Martín lo querían matar! ¿Por qué? ¡Por bueno! Como dijo Leopoldo Lugones, “nunca pudieron perdonarle el imperdonable crimen de haber sido más grande que ellos”. ¡Ay esta Argentina desalmada que de sus héroes se avergüenza, persigue y mata, pero a los traidores celebra y consagra!
A esto debemos sumarle una salud siempre frágil y castigada, que con varias enfermedades encima, buscaban doblegarlo en todo momento. Sus 13 años de campaña militar los atravesó enfermo, vomitando su propia sangre. ¡Y aún así continuó adelante! Convirtió las amenazas en oportunidades y como tuvo mucha espalda, transformó esas amenazas en fortalezas. Ante él quedaron doblegados todos los "No se puede".
Frente a sus enemigos -contemporáneos y actuales- nuestro héroe mantuvo siempre su dignidad en alto, su temple de acero frente a las adversidades, su perseverancia ante las derrotas, su humildad ante las victorias, y su espíritu de sacrificio que marcó el rumbo a seguir con el ejemplo, renunciando a lujos, honores, dinero y privilegios. Como dejó escrito: “la conciencia es el mejor juez que tiene un hombre”, por lo que sin dudas su conciencia estaba tranquila y en paz.
NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA
San Martín tenía un sueño: Quería conservar la Patria Grande, conformar una América soberana e independiente de toda potencia extranjera, unida en unos mismos valores trascendentes, en una misma visión del mundo, en unos mismos ideales que sirvan al bien común. Pero como todo héroe, no gana en este mundo, por lo que no pudo ver coronado su sueño de grandeza. Y las desavenencias con los gobiernos de turno, que lo hostigaban permanente (rodeándolo de espías, violando su privacidad, abriéndole su corresponde), no lo dejaron vivir en paz y lo condujeron a tomar la terrible decisión de retirarse del escenario americano. ¡Nosotros mismos lo hemos expulsado!
Sin embargo, aun estando lejos de su tierra natal, padeció y mucho al ver desangrar a su Patria en tantas calamidades. Especialmente al observar cómo luego de haber dejado todo por la independencia y por la unidad americana, entre hermanos hacíamos todo al revés: los egoísmos se adueñaban de la Patria, nos destruíamos, nos desuníamos, y en ese desquicio y anarquía, perdíamos nuestra independencia para que las potencias extranjeras que dominaban el mundo nos sometan a su voluntad e intereses.
Pero lo que más odiaba San Martín era saber que existiesen americanos que por intereses de partidos y bajo el nombre de la “humanidad” se unieran al extranjero para humillar a su Patria y reducirla a la dependencia y a la esclavitud. Decía San Martín que “una traición semejante ni el sepulcro la podían hacer desaparecer”. Tal es así, que quien en el fragor de los combates había exclamado “seamos libres que lo demás no importa nada”, terminó por decir en carta a Tomás Guido desde Francia el 1° de febrero de 1834 “¡Maldita sea tal libertad!”. Tenemos aquí a un San Martín irritado al ver la ingratitud de sus compatriotas frente a tantos sacrificios. Un San Martín que sufre, porque ama. Un San Martín que se da cuenta que lo demás sí importaba, porque no todos tenían su altura moral y espíritu de sacrificio. ¿Qué diría entonces en nuestros días?
Para él, “un buen gobierno no está asegurado por la liberalidad de sus principios, pero sí por la influencia que tiene en la felicidad de los que obedecen”. Por ello, quiso el destino que en sus últimos años parte de sus anhelos realistas se cumpliesen, al ver a la República Argentina guiado bajo la esfera del caudillo Juan Manuel de Rosas, quien restauró las leyes y el orden interno garantizando el bien común, y especialmente porque supo defender a la Patria de los embates ingleses y franceses que quisieron entrar por nuestros ríos con sus buques mercantes y de guerra como “panchos por sus casas”. Frente a este conflicto conocido como Guerra del Paraná dirá San Martín que Rosas demostró que “los argentinos no somos empanadas que se comen con el solo hecho de abrir la boca” y que por ello, “es merecedor del título de Libertador”, por lo cual le obsequiará su sable fundido en la independencia.
EL TIMONEL
Las últimas palabras del Gran Capitán fueron dedicadas a su hija Mercedes, pero yo creo que nos lo decía a todos nosotros. Dijo: “Esta es la tormenta que nos lleva al puerto antes de morir”. Se ve conduciendo un barco en medio de la tormenta. Pero sabe que si él está al mando, el navío llegará a puerto seguro. Sabe que la muerte no es el fin, sino el comienzo de la verdadera vida. Y sabe que él siempre será el Gran Capitán de la Patria. Su tumba gloriosa nos convoca y nos recuerda que somos hijos de la estirpe de las hazañas y que debemos romper la mediocridad: “Pensemos en grande y si la perdemos que sea con honor. ¡Ánimo! Para los hombres de coraje se han hechos las empresas”.
La crisis se enseñorea por doquier. Los falsos modelos son los dueños de la opinión pública. La esperanza se disipa. Por lo que nuestra respuesta no puede ser otra que la resiliente respuesta sanmartiniana. Y su mejor intérprete José Antonioni nos pedía que pongamos en práctica aquí y ahora el ejemplo del Libertador: metamoslo en la piel, hagámoslo carne en nuestra vida cotidiana, en esta Patria que se nos cae a pedazos. Y que sólo se podrá levantar volviendo al ser nacional, con sello argentino, con estilo sanmartiniano. Por ello decía ese hombre soberano, ese hombre vertical, ese modelo y referente que tenemos por Padre de la Patria: “Si hay victoria en vencer al enemigo, la hay mayor cuando el hombre se vence a sí mismo”.
¡Comencemos, pues! Seamos hombres y mujeres soberanos. Dispuestos a contradecir nuestro tiempo con nuestro ejemplo. Venzamos la pereza, la comodidad y el egoísmo. Respondamos a tantos males, con mayores bienes. No perdamos la alegría de vivir una vida con sentido y con esperanza. Superemos las divisiones que nos fabrican para dominarnos y unámonos por las causas justas que hacen grande la Patria. Sirvamos al bien común y confiemos en que siempre el Libertador nos está advirtiendo: Argentina “¡serás lo que debas ser y si no, serás nada!”.
* Profesor de Historia y diplomado en Conducción y Liderazgo Sanmartiniano.