Ciencia y Salud

Seguimos celebrando San Valentín, pero esta vez con “Una pequeña gran historia de amor”

El mundo está hecho de contrastes, claros y oscuros, luces y sombras, enanos y gigantes. No  podemos hablar de uno sin mencionar al otro.
Días atrás les refería una gran historia de amor, hoy les contaré una minúscula.

 
Tres vidas se cruzan en este relato y como casi siempre ocurre , algunas encontraron la felicidad, otros la desilusión ,en los azarosos caminos del amor. 
Pocos individuos fueron tan célebres en su tiempo como Charles Sherwood Stratton, a quien el ingenioso Phineas Barnum bautizó como el general Tom Thumb, en franca alusión a Pulgarcito, el personaje del cuento de Charles Perrault publicado en 1697 y, más tarde, por los hermanos Grimm. También Tom Thumb era el nombre del caballero enano que sirvió en la corte del rey Arturo. 
En más de una oportunidad hemos hablado de Barnum, uno de los empresarios del espectáculo que sentó las bases del show bussines. Toda treta publicitaria que hoy presenciamos entre los artistas y productores fue, en algún momento, concebida por este visionario. Ni los romances fingidos, ni las frases altisonantes, ni las declaraciones explosivas o las fake news, son inventos de las divas y galancetas de hoy que se las ingenian para aparecer todos los días en los medios. Hace más de un siglo, Barnum ya las había ideado de una forma u otra. “No me importa lo que digan los periódicos mientras escriban bien mi nombre”, sostenía aunque en más de una oportunidad terminó involucrado en conflictos legales con los periódicos. Su ingenio lo llevó a convertirse en el segundo americano en acumular un millón de dólares.
Volviendo a Stratton, este había nacido en Connecticut en 1838, pero curiosamente no llegó a este mundo tan diminuto como otros de su talla. Mientras que Nicolás Ferry, el célebre “Bebé”, el enano del rey Stanislavs de Polonia, recibió un sueco por cuna y Caroline Crachami, llamada “el hada italiana”, dormía en una caja de zapatos, el general Tom Thumb nació de un tamaño normal, pesando algo más de 3 kg. Nada presagiaba su diminuto porvenir hasta que, 6 meses más tarde, su crecimiento se detuvo. Para cuando Barnum lo conoció a los 4 años, solo medía 50 cm. Sus padres, avergonzados por el tamaño de su hijo, solían ocultarlo porque en esa época toda malformación era interpretada como un castigo divino.
Barnum se enteró de la existencia de esta pequeña maravilla y no le costó mucho llegar a un arreglo con la familia, dispuesta a deshacerse de esta “embarazosa miniatura”. 
Para el niño, seguramente fue el fin de una infancia cruel llena de vergüenzas y ocultamientos y el comienzo de una brillante carrera que le daría fama y fortuna.
Barnum se esforzó por hacer del enanito un ídolo: le enseñó a cantar, a bailar y contar chistes. Las personas que asistían al teatro para ver a esta curiosidad se encontraban con un espectáculo elaborado, donde el general Thumb hacía las delicias del público. Más de 30,000 personas fueron a ver su número solo en la primera semana de presentación.
Para sumar interés al espectáculo, Barnum decidió crear una historia fantasiosa alrededor de su reciente descubrimiento: Tom  pasó a tener 11 años en lugar de los 6 reales, lo hizo originario de Inglaterra, lo vistió con los trajes más elegantes que pudo comprar (obviamente, hechos a medida) y lo llevó a viajar por el mundo para dar a conocer a la “pequeña gran maravilla”.
Diez mil personas se agolparon de el puerto de Nueva York para despedir al general el día que comenzó su gira triunfal. Tom llegó a Europa precedido por una campaña publicitaria al estilo de Barnum. Tantos dislates, exageraciones y afirmaciones temerarias habían creado un clima de gran expectativa alrededor del enanito. Fue  tal el revuelo que la reina Victoria y el príncipe Alberto pidieron conocerlo. La reina se quedó prendada del pequeño caballero e inició una costumbre que, si bien al principio resultó algo chocante, con los años sería para Tom una graciosa condena: lo besó en la frente, y desde entonces todas las damas se pelearon por besar la cabeza del pequeño general a lo largo de su vida. No menos de un millón de mujeres estamparon sus labios sobre su testa, circunstancias que convirtió al enano en una especie de en un especialista en ósculos. 
Su vida transcurría cómodamente entre espectáculos y exhibiciones en las que se lucía por su verba graciosa. Pero, a pesar de ser ídolo de monarcas, amado por el público, favorecido por la diosa fortuna y buscado por miles de mujeres para darle besos inocentes, Tom suspiraba por la única mujer que podía estar a la altura de este singular galán: la hermosa  Lavinia Warren, una damita de escasos centímetros pero grandes encantos…
Sin embargo, el corazón de Lavinia no era tan fácil de conquistar. Tom tenía un contrincante en los escenarios y en el afecto de su amada: el diminuto George Washington Morrison Nutt, otro de los miembros de la troupe de Barnum, quien lo  había elevado al grado de comodoro sin que se hubiese acercado un barco en su vida, de la misma manera que el general Thumb jamás había comandado ni un pelotón.
Nutt era 6 años menor a Tom, y tenía la discutible ventaja de ser unas pulgadas más bajas que el general, como puede verse en las fotografías, aunque se desconozca ciencia cierta su tamaño exacto. Las alturas eran mantenidas en estricto secreto para que cada uno pudiera autoproclamarse como el más pequeño.
Nutt  tenía el indiscutible honor de haber sido el personaje que más plata le sacó a Barnum en su carrera pues firmó un contrato más que sustancioso con el empresario, lo que era  de por sí una gran proeza.
Mercy Lavinia Warren Bump era oriunda de Massachusetts, aunque gustaba darse aires diciendo que descendía del mismísimo Guillermo el Conquistador y que su familia había arribado a estas costas en el Mayflower con los Padres Fundadores. Sus progenitores eran de altura normal, al igual que cuatro de sus hermanos. Solo su hermana menor, Minnie, era aún más baja.
Lavinia era una joven mujer de grandes aspiraciones y pocas cosas podían doblegarla. Quería ser maestra y, a pesar de su altura y en contra de todas las opiniones,  ejerció la docencia con éxito en su ciudad natal.
Cuando Barnum la conoció, acababa de contratar a Nutt, y el viejo zorro ya vislumbraba la posibilidad de lucrar a expensas de la pareja de enanitos,  justo cuando reapareció Tom con la intención de reiniciar su carrera después de un precoz retiro. Era la oportunidad perfecta para Barnum, el trío de sus sueños. Dos mini galanes compitiendo por el amor de una damita y millones de personas dispuestos a pagar para saber quién se quedaría con el corazón de la pequeña belleza. 
Duro dilema para Lavinia: ¿quién sería su pareja, el gentil Tom o el astuto comodoro? Por meses, el romance fue la comidilla de los periódicos, que destinaban largos artículos a los devaneos amorosos de estos liliputienses enamorados: uno educado y gentil, el otro amable y simpático. ¿A quién elegiría Lavinia? 
Al final, la caballerosidad de Tom venció, y Lavinia entregó sus encantos al diminuto galán con la condición que este se quitara el bigote que se había dejado crecer y que tanto le disgustaba a la madre de la novia. “Me cortaría las orejas con tal de obtener un sí”, contestó el mirmidón enamorado.
La fecha de la boda se fijó para el día de San Valentín (¡qué otro día hubiese elegido Barnum!). Ese 14 de febrero, los diarios del país, enfrascados en los relatos de las  crueles batallas de la Guerra Civil, hicieron una tregua para contar los entretelones del enlace. El comodoro aceptó la decisión de Lavinia como un gentleman y, a instancias de Barnum, pidió ser el padrino a la boda. La pareja accedió, no solo por condescendencia, sino por un astuto sentido de autopromoción. Como madrina de casamiento fue elegida la hermana de la novia,  la  pequeña Minnie. Al conocerla, Nutt quedó encantado con la jovencita. Tal fue  así que, durante la ceremonia, se dispersó entre los 2,000 invitados (que habían pagado 75 dólares para presenciar la boda) el rumor de que el comodoro pediría su mano.
Barnum estaba fascinado por este nuevo ménage a quatre, pero lamentablemente para Barnum, entre el comodoro y Minnie no hubo química, a pesar de compartir el viaje de bodas con la novel pareja, que aprovechó su himeneo para exhibirse en Europa, especialmente en Inglaterra donde la reina Victoria se reencontró con su viejo amigo y su singular esposa. 
Por años, los Stratton viajaron, se exhibieron en distintos países, continuaron facturando y llevando la vida de pequeños dignatarios. Existe una foto del matrimonio con un bebé en brazos que, evidentemente, no podía ser propio porque, la diminuta Lavinia, debido a su tamaño, no hubiese podido sobrevivir a un parto. Justamente en esas circunstancias había muerto su hermana Minie cuando, despechada por el desinterés del comodoro, se  enamoró de un caballero del tamaño equivocado y terminó falleciendo durante el alumbramiento. 
Tom murió sorpresivamente en 1884 y, para consternación de la señora Stratton, nada quedaba de la supuesta fortuna del falso general. ¿Qué fue de todo el dinero que había amasado a lo largo de esos años? Nadie lo sabe. Quizás fueron algunas inversiones desafortunadas las culpables del naufragio financiero, o acaso los gastos impresionantes en los que incurría el señor Stratton para mantener el ajetreado ritmo de vida de su señora. Lo cierto es que el patrimonio de la pareja se había reducido a un nivel tan exiguo como su altura. 
Lavinia, consternada por la noticia, habría caído en un pozo depresivo de no ser por el consejo de Barnum: “Siga  avanzando, señora Stratton, siga avanzando”. El viejo zorro sabía que ella podía rehacer su vida y su fortuna con solo continuar su exposición. 
Algunos creyeron que Lavinia habría de reiniciar la truncada relación con el comodoro, pero Nutt estaba padeciendo una insuficiencia renal, que  poco después lo obligó a abandonar para siempre esta vida que le había negado la dicha del amor… por más pequeño que fuera. 
Apenas había transcurrido un año de la muerte del general Tom cuando Lavinia encontró consuelo en los brazos del diminuto conde italiano Primo Magri, otro liliputiense que, en este caso, no usurpaba títulos ni honores. Con sus modales principescos, conquistó el corazón de la damita. Se casaron en 1885 y, al igual que con su anterior marido, pasaron varios años viajando y exhibiéndose a lo largo del ancho mundo, deleitando a su público con arias de ópera.
Lavinia escribió sus memorias que fueron publicadas en 1906. En ellas relató las vicisitudes de su larga vida y los singulares momentos que le tocó vivir, especialmente cuando debió elegir entre dos inusuales contrincantes cuál sería el hombrecito de su vida.
Lavinia murió en 1919, a los 78 años de edad.