Tiene la cara desfigurada del dolor. Pero no se rinde. Le preguntan si puede seguir. ¡Sí, cómo no iba a quedarse a pelearla hasta el final! El remedio fue un agujero en su camiseta para que pudiera meter la mano en él en procura de conseguir una postura más relajada para ese hombro derecho luxado que le hacía saltar las lágrimas. Se quedó hasta el último pitazo del brasileño Romualdo Arppi Filho y fue campeón del mundo. José Luis Brown fue campeón del mundo. También se recibió de héroe, de epítome de amor por la camiseta, de entrega sin reservas… El Tata nos dejó ayer a los 62 años, víctima del Alzheimer que había deteriorado agresivamente su salud en poco más de un año y medio. El fútbol argentino perdió un símbolo de uno de sus últimos días felices.
La vida del Tata es la historia de un luchador cuya determinación le impedía bajar los brazos. No entendía de renunciamientos. Jamás se entregaba. Si por su mente hubiese pasado al menos un instante de duda, jamás habría sido quien fue. Se habría perdido en la memoria colectiva y tal vez sólo lo recordarían los hinchas de Estudiantes, club del que surgió y en el que se ganó un lugar como defensor seguro, impasable en el juego aéreo y de férrea personalidad.
En el Pincha apareció a mediados de los ´70, cuando en la porción albirroja de la ciudad se vivían tiempos de recambio tras la memorable gesta del equipo de Osvaldo Zubeldía que había tocado el mundo con las manos en 1968. Brown se hizo muy pronto de un lugar en el equipo. Carlos Salvador Bilardo, otrora jugador del Estudiantes ganador de todo, hacía cuatro años había tomado la posta de su antiguo maestro y se empeñaba en regresar a los días felices.
En medio de esa renovación, el Narigón le dio pista a un zaguero de 18 años para que se fuera formando de la manos de jugadores más experimentados como Franco Frasoldatti, Carlos Pachamé, Néstor Togneri y La Bruja Juan Ramón Verón. Era José Luis Brown, un pibe nacido el 10 de noviembre de 1956 en la localidad bonaerense de Ranchos. El Tata formaba parte de la camada de la renovación junto con el aguerrido mediocampista Miguel Angel Russo y el talentoso Patricio Hernández.
No le costó demasiado quedarse con la titularidad y empezar a hacerse notar por su firmeza, su aptitud para el cabezazo y su mentalidad ganadora. En él Bilardo encontró al jugador ideal para una idea que le venía dando vueltas en la cabeza desde hacía mucho tiempo: explorar una retaguardia con líbero y stoppers, más parecida al catenaccio italiano que a la tradicional línea de cuatro marcando en zona que era habitual en la Argentina. Con el Tata como líder del fondo y como autor de algunos goles clave, Estudiantes fue campeón en el Metropolitano de 1982 a las órdenes del Narigón y del Nacional de 1983, ya con Eduardo Luján Manera como DT por la partida del hacedor de ese equipo a la Selección.
DE CEBADOR DE MATE A CAMPEON
Por supuesto no bien tomó las riendas del conjunto albiceleste Bilardo citó a Brown. El Tata corría de atrás, de muy atrás, porque en ese puesto actuaba Daniel Passarella, un símbolo de la Selección. Un defensor excepcional al que el Narigón miraba con recelo por su cercanía con César Menotti -su enemigo futbolístico- pero al que no podía relegar porque era imposible renunciar a contar con un jugador de los quilates del Gran Capitán. En esos días nadie le decía Káiser a Passarella…
Brown tenía pocas oportunidades para jugar. Passarella -despojado por Bilardo de la cinta de capitán- y Diego Maradona -el nuevo dueño del brazalete- no faltaban a ninguna convocatoria. Se peleaban con los dirigentes de Fiorentina y Nápoli, sus respectivos clubes, en momentos en que la cesión de futbolistas no era tan organizada como ahora. Al Tata se le presentó una ocasión fantástica para mostrar sus cualidades vestido de celeste y blanco en una gira por Europa. Estaba lesionado. El uruguayo Rubén Sosa le había dado un planchazo en la rodilla derecha y le costaba recuperarse. En la victoria 2-0 sobre Bélgica se le cayó encima el delantero Jan Ceulemans. Pasó una semana internado y corría el riesgo de perderse el cierre de la excursión contra Alemania Federal. Insistió ante el doctor Raúl Madero para que le sacara el líquido acumulado en la articulación. Le quitaron diez jeringas antes de empezar el partido y otras siete en el entretiempo, pero fue de la partida en ese triunfo por 3-1, aunque tuvo que dejar la cancha media hora antes del final.
Jugaba en Nacional de Colombia y no bien volvió del Viejo Mundo tuvo que pasar por el quirófano. Un año después se incorporó a Boca. El pase estuvo a punto de caerse porque la rodilla no estaba bien. El Tata se la envolvía con una toalla con hielo antes y después de los entrenamientos. El dolor no podía derrotarlo. Faltaba un año para el Mundial de México. A principios de 1986 se mudó a Deportivo Español. Los técnicos Oscar López y Oscar Cavallero rápidamente lo hicieron un lado porque su estado físico estaba lejos de ser el ideal.
Se quedó sin club y sólo la fe que le tenía Bilardo hizo posible que integrara la lista de 22 mundialistas. Su lugar estaba claro: suplente de Passarella. En tormentosos días de críticas a una Selección que no rendía, Brown era el que iba a cebarle mate al técnico. La inesperada ausencia por lesión primero y enfermedad después de Passarella catapultó al Tata a la formación titular.
Durante el Mundial cumplió una actuación sobria y se complementaba a la perfección con Oscar Ruggeri y José Luis Cuciuffo, integrantes del terceto defensivo que el Narigón había conformado a lo largo del torneo, haciendo realidad la retaguardia con líbero y stoppers que venía imaginando desde hacía diez años.
Llegó la final. A los 22 minutos del primer tiempo Jorge Burruchaga pateó un tiro libre desde la derecha. El remate encontró una mala salida del arquero Harald Schumacher y desde atrás surgió, imponente y decidido, el Tata Brown para meter un cabezazo victorioso que se incrustó en el arco alemán. Era el momento de gloria que estaba esperando desde hacia mucho tiempo. Pero el destino volvió a ensañarse con él y se lesionó el hombro. No estaba en condiciones de seguir, pero no podía admitir que lo sacaran de la cancha. Había luchado toda su vida para renunciar a ese instante de gloria. Se quedó y fue campeón del mundo.
Con la gloria como nueva compañera, el Tata se fue al Brest francés y luego al Murcia español. Siguió integrando la Selección. Estuvo en la Copa América del ´87 en nuestro país y también en la del ´89 en Brasil. En esa última competición no la pasó bien en un equipo que jugó bastante mal. Decidió aceptar una oferta de Racing para seguir cerca del conjunto nacional. Llegó en una pésima época de la Academia. Tampoco era su momento ideal. A la hora de dar la lista definitiva, Bilardo consideró que no estaba en las mejores condiciones físicas y lo dejó al margen de Italia 1990.
Su carrera llegó al final. Se transformó en técnico. Dirigió a Los Andes, trabajó al lado del Narigón en Boca, estuvo en Almagro, el fútbol boliviano, en Rafaela y en Ben Hur y finalmente en Ferro en 2013. También pasó por la Selección cuando Bilardo fue coordinador de los equipos nacionales. Condujo al Sub 17 al Mundial de 2009 tras ser subcampeón en el Sudamericano de ese año.
El Alzheimer se interpuso en su camino. Lo condenó a una vida difícil en los últimos tiempos. Se lo llevó ayer, pero dejó para siempre ese cabezazo goleador y esa imagen de soldado que no rinde jamás.