Dice el saber popular que la necesidad tiene cara de hereje, pero en el caso de los dirigentes argentinos en campaña tiene la cara de la confusión, el travestismo y la promesas de cumplimiento imposible.
A dos semanas de la votación Daniel Scioli no consiguió aumentar decisivamente su ventaja sobre Mauricio Macri. Está cerca de la meta, pero nadie le asegura que pueda evitar la segunda vuelta. Su estrategia consiste en impedir cualquier roce directo con el gobierno que enoje a la presidenta y ponga en riesgo la base electoral que lo llevó hasta el 38% de las PASO.
Lo demás es mostrarse como garante de la gobernabilidad y decir lo que los votantes quieren oir, sin explicar cómo va a hacer lo que dice.
Macri, por su parte, sabe que corre de atrás. Resolvió por lo tanto olvidarse del "purismo" y de Durán Barba y abrazarse a una estatua de Perón. Es paradójica su situación. Carga con el estigma de ser un "oligarca", pertenecer al "establishment" y al "círculo rojo", pero su candidata a vice, Gabriela Michetti, declaró un patrimonio total de 140 mil pesos, cifra que hasta para el más insignificante secretario personal de Cristina Fernández representa un vuelto. ¿Cómo es que los defensores de los pobres son más ricos que los representantes de la oligarquía? Un enigma argentino y peronista.
En este reino del revés se produjo otro cambio de roles el miércoles último cuando Daniel Scioli concurrió a un hotel de Recoleta para participar de un almuerzo con representantes de los grupos económicos más poderosos del país. Fue recibido con la expectativa que podría generar el próximo presidente y tratado como tal entre aplausos y muestras de simpatía. Sus anfitriones no necesitan encuestas ni gurúes ecuatorianos para saber dónde está el poder.
En un almuerzo anterior Mauricio Macri había debido responder las preguntas de los hombres de negocios, pero a Scioli se lo libró de ese engorro. Pudo afirmar, por ejemplo, que para fortalecer las reservas piensa repatriar capitales, pero nadie intentó averiguar cómo podrá conseguirlo sin levantar el cepo cambiario, algo que el gobernador bonaerense parece considerar superfluo. ¿Quién traerá sus dólares, si no se los puede llevar? Como dijo certeramente hace ya muchos años Tulio Halperín Donghi: "inmovilizar capitales en la Argentina es como entregar rehenes al destino".
Entre las causas por las que el candidato oficialista eludió el sobrevaluado debate por TV del domingo último debe contarse la de tener que explicar la manera en que piensa transformar las consignas de campaña en hechos. Pero ese no es un problema exclusivo de Scioli, sino también de sus rivales. Por eso en la presentación de los candidatos opositores no hubo debate real y más que un ejercicio democrático fue un fiasco. Un rosario de buenas intenciones sin ideas de cómo ejecutarlas, utilizando de paso la ocasión para atacar al candidato con más chances de llegar a la Casa Rosada.
La verdadera lucha política de Scioli no es hoy con el macrismo, ni con el massismo, sino con el kirchnerismo. Dos gobernadores, Juan Manuel Urtubey y José Luis Gioja, salieron a diferenciarse del gobierno y chocaron con funcionarios "K".
Si gana en primera vuelta esa será su próxima batalla y de ella dependerá la gobernabilidad. Comienza a alinear la estructura del justicialismo y está cerca la hora en que los oficialistas deberán elegir en dónde quieren pasar los próximos cuatro años. Se verá entonces la real carga ideológica de los kirchneristas.
Si el triunfo está cerca de Scioli, Macri parece, en cambio, retroceder. Para acallar la campaña del oficialismo que lo presenta como un personero del poder económico concentrado, optó por propuestas populistas y por adherir al culto de Juan Perón inaugurando una estatua del ex presidente en su territorio. Como era de imaginar los peronistas se indignaron, pero sin razón. Borges alguna vez dijo que los peronistas eran personas que se hacían pasar por peronistas para sacar ventaja. Nadie, entonces, más peronista que el jefe de gobierno porteño.
Así, la diferencia entre los candidatos oficialistas y los opositores se vuelve cada vez más tenue. La crisis de 2001 no sólo disolvió las instituciones, el sistema político y el de partidos, sino hasta las campañas electorales, donde todos prometen un paraíso populista, mientras hacen cuentas de cómo endeudarse cuando reciban la sequía que herederán de Kicillof.