El triple jubileo de santo Tomás de Aquino (1224-1274) que se celebra por estos días conmemora los 700 años de su canonización, los 750 años de su muerte y los 800 años de su nacimiento. El magno acontecimiento, que suscitó un gran número de ponencias en nuestro país, invita a volver la mirada a la figura de este fraile dominico que marcó un punto de inflexión en el pensamiento humano y cuya inteligencia excepcional viene iluminando a la Iglesia desde el medioevo.
A Tomás, “el más docto entre los santos y el más santo entre los doctos”, que ayudó a ver el estrecho vínculo entre la razón y la fe, se le atribuye una capacidad especial para hablar al mundo moderno. Un mundo que hace tiempo dio la espalda a Dios y ahora empieza a hacer lo propio con la razón, sumergiéndose en el delirio del sinsentido.
Es a este mundo ensoberbecido y desquiciado al que justamente puede hablarle. A este hombre de hoy, que se entronizó como el criterio último de verdad y de moralidad. A este hombre que reclama legitimar sus caprichos como si fueran “derechos”: no sólo convivir o separarse, tener hijos a toda costa o matarlos sin piedad antes de que nazcan, deshacerse de los ancianos o trasvestirse de mujer. Sino más: obligar a otros a renegar de sus sentidos y su intelecto para afirmar que ese hombre que tiene delante es una mujer.
Frente a este subjetivismo extremo e intolerante que impregna el pensamiento moderno, signo de desvarío mayor de una humanidad que marcha alegre hacia su disolución, el Doctor Angélico, llamado así porque su inteligencia se compara a la de los ángeles, puede ayudar al hombre a aclarar sus ideas, a pensar con rigor, a recobrar la cordura y el sentido de la vida.
Así lo entiende también el presbítero doctor Ignacio Andereggen, filósofo, teólogo y presidente de la Sociedad Tomista Argentina, quien conversa con La Prensa días antes de la XLVIII Semana Tomista, que tendrá lugar del 2 al 6 de septiembre en la sede de Puerto Madero de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA).
“Santo Tomás es un punto de referencia seguro y así lo proclamó siempre la Iglesia desde su muerte”, destacó Andereggen, quien también es profesor ordinario de Metafísica y Gnoseología en la Facultad de Filosofía y Letras de la UCA. “El puede iluminar todas las épocas, y muy especialmente la presente, como señaló el papa León XIII en su encíclica Aeterni Patris”, añadió.
Esto es así porque Santo Tomás “lleva a su punto más alto, dentro de la cultura cristiana, el encuentro entre la fe y la razón”, apunta el profesor.
“La fe nunca es contraria a la razón, porque contiene una verdad que viene del mismo Dios. Y Dios es el autor de la razón”, matiza el sacerdote. “Lo que debemos a Santo Tomás es que, con su capacidad filosófica, hizo que la razón se pusiera al servicio de la fe y, al mismo tiempo, se desarrollara a sí misma hasta llegar a una gran perfección. De manera tal que en su doctrina se puede ver la relación armónica que hay entre la razón y la fe”.
Para Andereggen, el pensamiento del fraile dominico, proclamado Doctor de la Iglesia por san Pío V, “es la culminación de todo un proceso que había comenzado en la edad patrística y que buscaba asimilar lo que había de verdadero en la filosofía griega para hacerla un instrumento de difusión de una verdad superior, que es la verdad revelada por Dios”.
GRANDIOSO
Santo Tomás parece desafiar las escalas humanas. Fue fraile, teólogo, filósofo, exegeta, jurista, consejero tanto de papas como de reyes y, por si eso fuera poco, santo. Vivió sólo 49 años y escribió más de 60 obras de una profundidad inigualable. ¿Qué podría decirse para mejor calibrar la magnitud de su figura? ¿Qué es lo grandioso de Tomás que llevó a convertirlo en un Doctor Communis de la Cristiandad? ¿Y qué significa esto?
“Hay varios aspectos que son magnánimos en Santo Tomás de Aquino. Él habla muy especialmente de esta virtud de hacer cosas grandes. Él hizo realmente cosas grandes. Muy especialmente en el pensamiento”, explica Andereggen, que es autor de numerosos libros y artículos, entre ellos Introducción a la Teología de Tomás de Aquino (1992).
“Se trata de un pensamiento que no está separado de la caridad, del amor de Dios y del amor del prójimo. Es un pensamiento puesto al servicio de la contemplación de Dios y puesto al servicio de la difusión del evangelio”, añade.
“El era un fraile predicador. Así que toda su producción intelectual estuvo dirigido a la difusión de la verdad del Evangelio, en la cual también está contenida la verdad racional. Podríamos decir que la cultura, incluso la cultura moderna, no sería como la conocemos sin la figura de Santo Tomás”, grafica Andereggen, quien disertará en la Semana Tomista y fue uno de los oradores en el magnífico curso que viene dedicando este año a Santo Tomás el Centro Pieper de Mar del Plata.
Para apreciar la gran contribución intelectual de Santo Tomás de Aquino bastaría detenerse en los dos títulos que le fueron concedidos años después de su muerte: Doctor común y Doctor de la humanidad.
“El primero de los títulos quiere señalar el carisma especial que le atribuye la Iglesia para iluminar todos los ámbitos del saber, desde la filosofía a la teología”, apunta Andereggen. “Mientras que el segundo, Doctor humanitatis, es un título más moderno y significa que se lo tiene por un gran referente ya no solamente en el ámbito de la fe, sino también en el ámbito de la cultura humana, de la cual el centro son las ciencias filosóficas, y especialmente la metafísica, que Santo Tomás, con la ayuda de Aristóteles, cultivó de una manera egregia”.
EL HOMBRE Y SU EPOCA
La propia biografía de Santo Tomás sirve para ver al hombre en su contexto, cuando la Edad Media se acercaba a su final. Una época, en general, asociada con el esplendor la Cristiandad, pero en la que no faltaban ya contradicciones: el languidecer del monacato, la amenaza de los albigenses, el inicio de las Guerras de Religión, entre otras, como señala Josef Pieper en su Introducción a Tomás de Aquino.
¿En qué medida la época ayuda a entender al pensador? Andereggen sostiene que hay que tener en cuenta que “santo Tomás es, en primer lugar, un religioso y él se concebía como un monje”.
“En la Suma de Teología, cuando trata de la vida religiosa la describe prácticamente como idéntica a la vida monástica. Es cierto que, de manera incipiente, abre la posibilidad a especializaciones dentro de la vida religiosa. Pero él mismo era un dominico y esto es importante para tener en cuenta”, alega.
La propia Orden de Predicadores había surgido como reacción a las herejías de la época, principalmente la de cátaros (maniqueos, que veían como malo todo lo material), valdenses (que recusaban a la Iglesia oficial), y albigenses. Santo Domingo hizo propio el radical llamado a volver a la Biblia y al ideal de pobreza de esos movimientos, para encauzar estos impulsos, recuerda Pieper.
“Es un momento de renovación de la vida de la Iglesia a través de un retorno radical al Evangelio producido por dos grandes figuras del siglo XIII como santo Domingo y san Francisco”, sostiene Andereggen.
NOBLE Y POBRE
Santo Tomás había nacido el 28 de enero de 1225 en el castillo de Rocasecca, cerca de Aquino, una pequeña ciudad entre Roma y Nápoles. Era italiano pero su sangre era germana, tanto por el lado paterno como materno. Su padre pertenecía a la aristocracia cortesana de Federico Hohenstaufen. Y ese ambiente en el que se crió no puede soslayarse.
A los cinco años, Tomás, que era el menor de nueve hermanos, y tenía una contextura robusta, fue enviado a educarse en la cercana abadía de Montecasino. Sin embargo, apenas diez años después se fugó a Nápoles, una huída que tiene una explicación.
“Su familia -aclara Andereggen- no quería que fuera dominico porque era una orden que profesaba la pobreza y él era noble. Por lo cual intentaron que no se volviera un fraile mendicante, sino que siguiera siendo benedictino. Y lo hicieron mediante tentaciones y otros recursos. Llegaron incluso a confinarlo durante un año”.
En Nápoles, Tomás trabó contacto no sólo con el movimiento de pobreza sino con la universidad, la primera universidad estatal de Occidente, que estaba fuera de la órbita de influencia eclesial, donde se encontró con Aristóteles, que todavía por entonces estaba prohibido dentro de la Iglesia.
“Aristóteles no era todavía muy conocido”, expresa Andereggen. “No había traducciones de sus obras más importantes, como la metafísica. Pero había unas pocas traducciones imperfectas del árabe que empezaban a circular en esa ciudad. Santo Tomás alcanzaría un conocimiento más pleno de Aristóteles con la ayuda de su maestro san Alberto Magno. Pero eso sería más adelante, al llegar a Colonia”, prosigue.
En ese momento había un empuje hacia una investigación meramente natural de la realidad, en la que Aristóteles aparecía como un aliado, por lo que este filósofo era visto todavía como una amenaza para la fe. La originalidad de Santo Tomás fue, precisamente, unir los que aparecían, en apariencia, como opuestos: la razón y la fe.
“Aristóteles era objeto de desconfianza porque, por un lado, no era cristiano. Era un filósofo anterior a la venida de Cristo. Y, por otro lado, era utilizado por los árabes musulmanes con un tipo de filosofía que no era del todo compatible con la verdad cristiana”, puntualiza Andereggen.
“Había solo una apariencia de oposición con la fe -prosigue-. Santo Tomás, con su inteligencia, descubrió que esas verdades racionales que había en Aristóteles eran las mismas que estaban incluidas en el cristianismo, si bien la Revelación va más allá de las mismas”.
A los 19 años, Tomás entra en la orden de predicadores y viaja a la Universidad de París, la universidad por antonomasia de Occidente, donde primero es alumno, luego alcanza un doctorado y finalmente será uno de sus grandes maestros. Es en esa universidad, en la que llega a ser profesor de Teología, pese a la resistencia que había entonces a las órdenes mendicantes, donde se encuentra con Alberto Magno, a quien luego seguirá hacia Colonia.
Pieper señala que fue precisamente la pasión por la enseñanza uno de los motores para entrar en la orden de predicadores, como también lo fue el movimiento de pobreza. Y señala que, para Santo Tomás, la enseñanza no consistía tanto en dar a conocer lo que sabía o el fruto de su reflexión, sino más bien conmover al oyente. Y conmoverlo, no tanto por la fascinación o la magia retórica, sino al favorecer que el oyente pudiera ver la verdad por sí solo a partir de lo que se le está diciendo.
En 1259, a los 34 años, es decir tres años después de ingresar en la Universidad de París, abandona la cátedra para emprender ya una vida viajera. Una vida viajera que no abandonará y que lo llevará a estar en cada lugar no más de dos o tres años, lo que parece incompatible con la gran obra intelectual que desarrolló.
Los cambios no le dan tregua: regresa a Italia para organizar los estudios de la Orden, es convocado por el Papa Urbano IV para trabajar en su corte en Orvieto, luego va a Roma para dirigir una escuela de la Orden.
A los 39 años, dice Pieper, le quedan diez de vida y todavía no escribió ni una sola línea de sus comentarios a los escritos Aristóteles, ni la Suma Teológica. O sea que su gran producción y la escritura de sus obras más egregias están en los últimos años de su vida, durante los cuales se hace tiempo para colaborar en la corte de un nuevo Papa, Clemente IV, en Viterbo, y para regresar luego a la Universidad de París.
En los últimos tres años de vida es cuando entrega los comentarios a casi todas las obras de Aristóteles, un Comentario al libro de Job, al Evangelio de San Juan, a las Epístolas de San Pablo, redacta las grandes Cuestiones disputadas, sobre el mal, sobre las virtudes y la vasta segunda parte de la Suma Teológica, sin dejar esa vida trashumante que lo lleva a Nápoles otra vez, antes de ser convocado para participar de un Concilio Ecuménico que iba a comenzar en Lyon en la primavera de 1274, al que no llegó porque lo sorprendió la muerte cuando ya estaba en camino.
“De toda su producción, la obra capital es, por supuesto, la Suma Teológica, que es la obra magna de toda la teología y que está recomendada y citada por los grandes concilios hasta el Concilio Vaticano II, pero sobre todo por el de Trento. Es decir, Santo Tomás se convierte por estas obras y por el valor intrínseco de su pensamiento, en cierta manera en una parte del Magisterio de la Iglesia”, destaca Andereggen.
“El papa Pablo VI, en la carta Lumen Ecclesiae, declara que el Magisterio de la Iglesia hizo suyo el pensamiento de Santo Tomás. Es decir, que la Iglesia reconoce la verdad que ella misma profesa en el pensamiento de Santo Tomás y muy especialmente en la Suma de Teología”, prosigue el presbítero y profesor.
“Ahora, para entender la Suma también hay que referirse a otras obras. Por ejemplo, hay que remitirse a los comentarios a las Sagradas Escrituras y también a los comentarios a las obras filosóficas y patrísticas. Entre las filosóficas, las principales son las de Aristóteles. También comenta el Liber de caucis, que es una obra neoplatónica, y por otro lado comenta el Libro de los nombres divinos, de Dionisio Areopaqita, que es un libro por un lado filosófico, metafísico, pero por otro lado altamente teológico”, añade.
“Pero, además, Santo Tomas tiene las Cuestiones disputadas, especialmente las que se transmitieron con el título De Veritate, acerca de la verdad”, expresa.
A la luz de estas Cuestiones disputadas, y del conjunto de su obra, se ha dicho que el tomismo termina por crear una suerte de configuración mental o, como la llaman, una forma mentis. Andereggen coincide: “Sí, la crea. Y eso es así por su claridad racional. El tomismo enseña a conocer por las causas, que es lo propio de la esencia. Este tipo de pensamiento, que es verdaderamente científico, y que vale tanto para la teología como para la filosofía, por extensión permite también un ordenamiento en otras disciplinas como el derecho, la psicología, y tantas otras”.
“Es el rigor del propio razonar y la claridad de la fe, lo que da lugar a esa configuración mental y lo que permite llegar a la verdad. Pero, sobre todo, es la claridad de los principios que están en la razón y en la fe lo que permite llegar a la verdad”, abunda.
INFLUJO
La doctrina de Santo Tomás fue declarada como sólida y sana muy tempranamente y sus obras empezaron a ser consultadas. Su influjo fue creciendo, se fue irradiando, y escaló dentro de la iglesia. Pero en épocas más recientes su influencia empezó a declinar. Tanto es así que el papa León XIII, en 1879, con su encíclica Aeterni Patris, propuso un programa de restauración del tomismo.
“Que hubo una declinación puede decirse especialmente de los siglos XVIII y XIX”, admite Andereggen. “Porque la doctrina de Santo Tomás convivía con otras líneas filosóficas y teológicas dentro de la Iglesia que se enseñaban legítimamente. León XIII descubre y propone a Santo Tomás como un remedio para los males modernos y un instrumento de doctrina para progresar en la verdad. Y así lo hicieron también los papas sucesivos e incluso el Concilio Vaticano II”.
En 1918, por ejemplo, Benedicto XV prescribió que todo sacerdote recibiera su formación teológica y filosófica según el método, la doctrina y los principios de Tomás de Aquino, algo verdaderamente extraordinario.
“Esa prescripción está en vigencia también porque el Código de Derecho Canónico establece que la formación teológica de los sacerdotes tiene que ser hecha según la mente de Santo Tomás. Y eso fue reafirmado por el Concilio Vaticano II en dos documentos: Gravissimum Educationis y Optatam totius, que se refiere justamente a la formación de los sacerdotes y a la enseñanza en las universidades católicas en general”, destaca Andereggen.
En los últimos tiempos, sin embargo, es evidente que otras corrientes de pensamiento rivalizan con el tomismo en la formación de los sacerdotes.
“La teología contemporánea -responde Andereggen- recibe el influjo de muchas corrientes filosóficas, especialmente de raíz idealista, sobre todo kantiana, hegeliana y heideggeriana. Entonces, estas teologías configuradas con este otro tipo de base filosófica producen un resultado naturalmente diferente, que es lo que observamos hoy. Pero esto no corresponde a las prescripciones de la Iglesia, a las orientaciones del magisterio de la Iglesia”.
De todos modos, Andereggen sostiene que “Santo Tomás es realmente muy valorado en muchas partes del mundo. Lo que ocurre es que hay sacerdotes que muchas veces no lo conocen por el influjo de estas corrientes filosóficas, que les llegan a través de la producción teológica más reciente que han introducido los autores modernos, y que pueden tener un influjo externo y social”.