San Martín era un hombre de buen humor, según se ve en sus cartas. En las enviadas a Tomás Guido encontramos frases realmente sabias y a veces ingeniosas. Cuando a éste lo nombraron ministro de Relaciones Exteriores le escribió: “Como amigo de Ud. lo siento, como individuo del país me alegro”. Y recomendaba a Mr. Deslile nuestro cónsul de Amberes y agregaba: “Yo creo que estos funcionarios públicos son muy útiles como no cuesten dinero y que sirvan los empleos ad honorem”. Y agregaba jocosamente que había estudiado dos años gramática latina “y según el antiguo adagio de que la letra con sangre entra tengo bien presente los sendos azotes” que le había costado una frase. En respuesta a otra donde el mal humor de don Tomás era evidente lo califica de “rico y gotoso viejo”.
En otra le recuerda a Guido: “¡Que es de Hilarión…! Que batallas tan furibundas no me dio en Montevideo, que Dios se lo perdone: protesto a Ud. que le había cobrado tal miedo que a pesar de la distancia que nos separa aún no ha desaparecido del todo. Desgraciadamente el amor (que indistintamente ataca a toda edad y profesión) bajo la figura de una rolliza y pelinegra se apoderó del corazón de mi tío (Hilarión de la Quintana era tío político de San Martín, hermano de su suegra) y lo convirtió en un volcán. ¡Que escenas no presencié, mi querido amigo! Antes ni después del sitio de Troya no las ha habido comparables. Hubo moquetina de tal tamaño que la diosa espantada se presentó en mi casa a deshoras buscando mi protección. Yo creí que el juicio final había llegado. En conclusión, baste decir a Ud. que protegido de Eolo y Neptuno me hallaba ya en el Ecuador y aún la sombra de Hilarión me perseguía”. En los primeros días de agosto de 1827 De la Quintana había visitado a San Martín en Bruselas
Estos comentarios de San Martín a un Guido ocupado largamente como ministro de Relaciones Exteriores, le permiten esta reflexión: “Como Ud. tiene el arte de hacerme reír aun en mis pocas horas de malhumor, me cuenta Ud. los amores de nuestro buen tío (que me han hecho desternillar, pues sepa Ud. para su gobierno que ya ha entrado en guardia otra rechonchona a quien espero que la deje como una tonta”.
La Revue de Paris, publicó un articulo titulado “Los exiliados de Bruselas”, donde pasa revista a los personajes que por distintas razones y lugares, se acogían a la hospitalidad de esa ciudad. El autor Monsieur Baron, dice: “Me acuerdo un día en que se encontraban reunidos el general Zaldívar, que había figurado en las Cortes de España, Guillermo Pepe, el napolitano, y el Libertador del Perú, San Martín. Era un baile, y estas tres figuras, morenas, velludas, de aspecto dominante, sobre todo la de San Martín, tan gallarda que hace pensar en Dugommier y en Kléber, formaban violento contraste con el tinte lechoso, lustroso, de los belgas e ingleses. San Martín y Zaldívar se habían conocido en España; el encuentro fue afectuoso; después, apoyados en el alféizar de una ventana, cada uno habló de sus batallas, de los éxitos obtenidos. La lengua francesa rebelábase pero terminaba por plegarse al pensamiento, y entonces, lo raro de la expresión o la frecuencia del ademán que trataba de suplirlas, infundía gracia especial a los relatos maravillosos. San Martín nos contaba, entre otras cosas, el paso de los Andes cuando fue a libertar a Chile. Era un canto de “La Araucana”. San Martín es, sin duda alguna, uno de los hombres más completos que puedan encontrarse: militar excelente, espíritu elevado, carácter firme, buen padre a la manera burguesa, hombre de fácil acceso y de un atractivo personal irresistible. Resulta inexplicable el reposo a que se ha condenado en pleno vigor de su edad y de su genio”. Cuando en 1830 los revolucionarios de la independencia belga le ofrecieron el mando de su ejército, rehusó la oferta invocando las leyes de la hospitalidad que le había brindado y su condición de extranjero.
La correspondencia variaba de los temas políticos al clima, como en febrero de 1830, en el “horroroso invierno” que se vivió en Bruselas: “De memoria de vivientes no se ha conocido otro igual. Yo hace tres meses que no he salido de mi habitación en razón de mi herida (aquel vuelco del coche que de Falmouth lo llevaba a Londres a su regreso de América); y en esta situación he llegado a apreciar lo que valen los consuelos que me ha proporcionado mi tierna hija. Ésta se halla gozando de una cumplida salud, y el amable carácter que desplega me hace esperar con fundamento que ella será una buena esposa y tierna madre”. Y utiliza en esta carta aquel refrán de “a perro flaco...”.
Para resguardar a Mercedes ante el temor a la violencia -algo que siempre aterró a San Martín- por los movimientos independentistas en Bruselas le confiaba a Vicente López, que “el mismo día que partí para París, adonde fui con mi hija, con el objeto de ponerla en un colegio: antes de ayer he regresado y me apresuro a aprovechar el paquete de este mes, que debe salir esta semana”.
En dicha carta coincide con don Vicente López en que el “incremento que han tomado las discordias en Buenos Aires tiene su base en la revolución y contrarrevolución”, pero más adelante alude a que esos “mismos síntomas, el mismo cuadro de desórdenes y la misma inestabilidad” no sólo compete “a todas las antiguas colonias españolas”. En el viejo continente en ese momento fermentaba la agitación política y social. En esta carta que es de las últimas que escribió el Libertador en Bruselas agregó: “Dos son las bases sobre las cuales reposa la estabilidad de los gobiernos conocidos, a saber: en la observancia de las leyes o en la fuerza armada: los representativos se apoyan en la primera, los absolutos en la segunda; de ambas garantías carecen las de América…”.
No dejaba de indicar a sus corresponsales la idea de regresar a mediados de 1831 a Buenos Aires, así a Gutiérrez de la Fuente “en que la educación de mi hija habrá concluido. Yo lo deseo, pues este clima es ya poco compatible con mis años y salud”.
Al general Fructuoso Rivera al que saludaba por su nombramiento como presidente de la Banda Oriental, aunque “la experiencia me ha enseñado que los cargos públicos, y sobre todo el que Ud. obtiene, no proporcionan otra cosa que amarguras y sinsabores”, le anunciaba su retorno, con la salud “bastante quebrantada”. A Vicente López lo mismo, aunque alega que “la depresión de nuestro papel moneda, que no me permite vivir en Europa con el rédito de mis fincas, es la causa que me obliga a dar este paso”.
En julio de 1830 desde París en extensa carta le explicó a José de Ribadenaira los motivos por los que dejó Bruselas: “La revolución que estalló en los Países Bajos me obligó a dejar mi residencia de Bruselas y conducir a mi hija a esta con el objeto de evitarla de los peligros y temores de que son consecuentes a una insurrección, cuyos principios acompañados de saqueos e incendios hacían temer sus consecuencias, y al mismo tiempo, a su educación. También decía a Ud. la situación de este continente amenazado de una guerra general, cuyos temores sobre este punto aún no están del todo disipados, pues siempre quedan pendientes los dos graves puntos en cuestión a saber; la suerte definitiva de Polonia y Bélgica”.
A esto agregaba “los progresos del cólera morbus que ni los cordones sanitarios establecidos por las potencias del Norte, y todas las demás medidas adoptadas de cuarentenas, etc., etc., no han podido hasta el presente detener la marcha de tan espantosa enfermedad”.
En aquellos últimos días de San Martín en Bruselas, el joven diplomático chileno don José María de la Barra, que había sido alférez en Maipo se apresuró en visitarlo. A iniciativa de don Pedro Palazuelos el cónsul de Chile en ese momento, organizan una visita a caballo al llano de Waterloo. San Martín aceptó la invitación los ilustró sobre lo sucedido de este modo: “Cabalga el general con gallardía y es un consumado jinete. El cicerone no nos fue necesario, porque San Martín nos explicó la batalla de un modo tan claro y preciso y al mismo tiempo pintoresco, que parecía que hubiera estudiado mucho las campañas de Napoleón en el terreno mismo. Nos dimos cuenta perfecta del primer ataque y victoria de Napoleón y enseguida el cambio completo en el plan por la aparición de Blucher. Criticó los movimientos el general como sólo él sabe hacerlo. Era hermoso oír a San Martín explicando sobre el terreno a Napoleón. Regresamos al galope en una hermosa tarde de verano, con San Martín, erguido y silencioso a la cabeza. Parecía que el recuerdo de sus victorias embargaba por completo la mente del expatriado”.
La última carta de San Martín desde Bruselas es del 11 de diciembre de 1830 a Guido, allí desliza este comentario de increíble actualidad: “Nuestro país necesita de hombres, no sólo conciliables sino que obren sin pasiones ni espíritu de partido. Ud. me dirá que es bien difícil poder formar una administración que toda ella parta de este principio más si no hay una uniformidad absoluta, es suficiente el que una parte contenga los arrebatos de la otra: he leído no sé en dónde que los mejores matrimonios son los que se componen de caracteres encontrados, es decir, que si el marido es violento y el de la mujer dulce y prudente, éste suaviza el de aquel y tempera sus violencias: por el contrario, si ambos fuesen arrebatados todo se lo llevaría Pateta en un momento”. Y agregaba esta referencia: “Hace seis días que regresé a ésta con el objeto de recoger algunas ropas y objetos que había dejado: este país se halla aún sin constituir, pero hay esperanza de que en breve se constituya en un Estado independiente”.
Quizás uno de los mayores títulos que tiene Bélgica con respecto a San Martín, es de haberle otorgado algo que en palabras de una persona tan reservada es más que un elogio y no le visto en ninguna de sus cartas. Esto le escribió al general Tomás Guido: “Ud. dirá que soy feliz. Sí, amigo mío verdaderamente lo soy”.
Y agregó esto que es más que ratifica aún más el vínculo de los belgas para con los argentinos: “A pesar de esto ¿creerá usted si le aseguro que mi alma encuentra un vacío que existe en la misma felicidad? ¿Sabe cuál es? El de no estar en Mendoza. En cuanto a mis planes futuros son los siguientes: dentro de dos años, tiempo que creo necesario para afirmar la educación de mi hija, pienso con ella ponerme en marcha para Buenos Aires. Si me dejan tranquilo y gozar de la vida, sentaré mi cuartel general un año en la costa del Paraná, porque me gusta mucho, y otro en Mendoza, hasta que la edad me prive de viajar… Usted sabe que en cualquier parte en que me halle, una habitación y un puchero serían partidos con Ud. con el mayor placer: sírvale de gobierno”.