Varios historiadores hicieron diversas conjeturas sobre la fecha de la llegada del general José de San Martín a Bruselas. Bonifacio del Carril lo presume a fines de 1824 entre noviembre y diciembre. El historiador belga Carlo Bronne, natural de Lieja -“espíritu curioso por todo, de extraordinaria erudición”, como se lo definiera, fue quien aclaró documentalmente el tema. El 17 de agosto de 1950, Bronne en un artículo que evocaba el centenario de la muerte del Libertador, hizo conocer que el 15 de setiembre de 1824, el periódico local Mathieu Laensberg anunció que “El general San Martín había arribado ayer de Escocia” y se alojaba en el Hotel de la Cruz Blanche, en la calle Fossé aux Loups.
Conocía la ciudad en la que había permanecido por unos pocos días en julio de ese mismo año, según quedó asentado en el registro de extranjeros, venía desde Londres, en el paquebote a vapor Talbot, con pasaporte británico y asentaron su edad 44 años, dos menos de los que había cumplido. A continuación se registró su antiguo subordinado en el Ejército de los Andes, José Antonio Álvarez Condarco, que además era el padrino de bautismo de su hija Mercedes. La niña mientras tanto continuaba su educación en Londres.
Seguramente el primer viaje, fue para conocer personalmente Bruselas y su resolución fue más que acertada. Así se lo hizo saber a varios de sus corresponsales. En diciembre de 1825 a Diego Paroissien: “Mi vida es uniforme y tranquila; las noches las empleo en el teatro y los días entre el paseo y la lectura. Después de la vida agitada de América, necesitaba gozar de paz por algún tiempo”. En febrero de 1825 le confesó al brigadier Bernardo O´Higgins: “Desde fines del año pasado, me he establecido en ésta. Lo barato del país y la libertad que se disfruta, me han decidido fijar mi residencia aquí hasta que finalice la educación de la niña…”.
Con el general Guido, su confidente, se explayó: “En cuanto a mí, solo le diré que paso por un verdadero cuáquero; no veo ni trato a persona viviente, porque de resultas de la revolución he tomado un tedio a los hombres que ya toca lo ridículo. Vivo en una casita de campo, tres cuadras de la ciudad, en compañía de mi hermano Justo, ocupo mis mañanas en la cultura de un pequeño jardín y en mi taller de carpintería; por las tardes salgo a paseo y las noches en la lectura de algunos libros alegres y papeles públicos”.
No se ha encontrado hasta ahora documento alguno que pueda dar referencia de la ubicación de dicha casa, aunque sabemos que estaba compuesta por “tres piezas perfectamente tapizadas y un jardín de más de una cuadra”, con un costo de mil francos anuales.
No pocos proscriptos por distintas razones vivían en la capital de los belgas que albergaba unas 100.000 almas. El mismo San Martín se refiere a esa hospitalidad en la ciudad, convertida en punto “de reunión de un inmenso número de extranjeros”.
El general retirado mereció el reconocimiento local. Su presencia no pasó desapercibida y a pesar de su retiro de la vida pública, la Logia La Perfaite Amitie le obsequió una medalla en reconocimiento que según informó el periódico Le Belge ami du Roi et de la Patria era “un general extranjero justamente célebre”. El consumado grabador belga Jean Henri Simon fue su autor y ha sido reconocida como la más bella pieza de la numismática sanmartiniana.
El general Guillermo Miller en 1826 le escribió desde Londres y le indicó que cuando se viera desocupado se iba a dar una vuelta a Bruselas, propuesta a la que San Martín respondió: “Con gusto tomo la palabra que me da usted… para mi será una satisfacción el abrazarlo; y mucho más si gusta venir a parar a mi casa, en donde encontrará un alojamiento militar y una independencia completa”.
Bien podría decirle (con las demoras propias de la correspondencia) O´Higgins en 1827: “No podía Ud. haber elegido lugar más aparente para su residencia que el de Bruselas, lejos de ingratos y adonde llegarán helados los maledicentes tiros de la detracción y de la perfidia…”.
Si tuvo San Martín una ocupación, más que una preocupación, fue la educación de su hija Mercedes a través de todos estos años, porque fue un padre presente para usar un término tan actual. La niña quedó estudiando en un internado en Londres, pero la visitaba con alguna frecuencia. Es un tema recurrente en toda la correspondencia de esos años. A Guido le manifestó: “Cada día me felicito más y más de mi determinación de haberla conducido a Europa y arrancado de al lado de doña Tomasa; esta amable señora con el excesivo cariño que le tenía, me la habían resabiado (como dicen los paisanos) en términos que era un diablotín. La mutación que se ha operado en su carácter es tan marcada como la que ha experimentado en figura. El inglés y el francés y su adelanto en dibujo y música son sorprendentes. Ud. me dirá que un padre es un juez muy parcial para dar su opinión, sin embargo mis observaciones son hechas con todo el desprendimiento de un extraño, porque conozco que de un juicio equivocado pende el mal éxito de su educación”.
Sus horas no estaban alejados de las preocupaciones materiales. Por su chacra de Mendoza en 1826 le escribió a su administrador don Pedro Advíncula Moyano: “Mandaré un inventario de todo lo que existe en la hacienda a mi hermano Manuel (Manuel de Escalada, su cuñado y apoderado); usted sabe la confianza que siempre me ha merecido y me merece, para que ni remotamente tenga la menor desconfianza; pero usted y yo somos mortales, y es necesario que si faltamos uno de los dos, todo quede arreglado”.
La política del Río de la Plata no le era indiferente, así en octubre de 1827 en carta a O’Higgins, criticaba a Rivadavia: “Su administración ha sido desastrosa y sólo ha contribuido a dividir los ánimos”. Y sobre las calumnias que difundió sobre el Libertador le indicó haber “despreciado tanto sus groseras imposturas, como su innoble persona”. Con él al frente no había ofrecido sus servicios para la guerra con el Brasil, sin embargo lo hizo con el gobierno de Buenos Aires, y si le eran admitidos, estaba en su espíritu “embarcar sin pérdida de tiempo”.
Tras la renuncia de Rivadavia a la presidencia el 7 de julio de 1827 el doctor Vicente López asumió esas funciones, que desempeñó por poco más de un mes, en que finalizó aquel experimento con la disolución del Congreso. Enterado por los papeles públicos San Martín en diciembre de ese año le escribió a López, -cuando hacía casi cuatro meses que había dejado el cargo- estas líneas que el autor del Himno habrá sin duda meditado largamente:
“Compatriota y señor de todo mi aprecio: Como la experiencia me ha demostrado que todas las ventajas que proporciona el mando no son otras que sinsabores continuos, es por esto que estoy muy distante de felicitarle por su elección a la presidencia de esa república, pero si lo haré a nuestra Patria, por las ventajas que ella puede reportar. En el que incluyo ofrezco mis servicios en la justa, aunque impolítica guerra en que se halla empeñada nuestra patria”.
(Continuará).
* Fragmento del discurso pronunciado por el historiador Elissalde el jueves pasado en la ceremonia de incorporación como miembro de número de la Academia Sanmartiniana.