Pájaro de celda
Por Kurt Vonnegut
La Bestia Equilátera. 253 páginas
Lee tus libros tal como un guerrero azteca devoraría el corazón de los enemigos valientes, trata de adueñarte de su magia, sugiere uno de los personajes de esta novela memorable. La magia de Pájaro de celda proviene del formidable sentido crítico del autor (que lo convirtió en su momento en ícono de la contracultura), de las reflexiones metafísicas y de la capacidad para componer historias. Añádase que estamos ante un narrador que siempre intenta ser didáctico, ya sea sobre las reinitas protonotarias (Protonotaria citrea), el idioma urdú (lengua austera y fea inventada en la corte de Gengis Khan) o la infame ejecución de Sacco y Vanzetti. ¡Vive para aprender!, es uno de sus latiguillos. Y como si fuera poco, el prólogo -escrito también por Kurt Vonnegut- tiene la excelencia de la novela misma.
La obra fue escrita en forma de autobiografía. Oímos a Walter Sturbuck, un pobre diablo, entenado de un millonario, ex funcionario de F.D. Roosevelt que cayó en picada cuando acusó de comunista a un amigo que le había robado su novia. Décadas después, Richard Nixon se apiadó de él y le inventó un trabajo en la Casa Blanca. Fue a prisión, por el Watergate. Salió pobre como una rata y un golpe de suerte lo convirtió en vicepresidente del conglomerado más poderoso de su país. Pero la mala estrella de Walter (la mala estrella de cualquier Don Nadie) no le permitió triunfar fuera de la cárcel. No es ninguna vergüenza. Hay mucha gente buena que fracasa en el sistema de libre empresa.
Si la trayectoria vital de Sturbuck arma el esqueleto de la trama; la carne -es decir, lo más sabroso- consiste en la denuncia de la plutocracia americana, de una nación donde hacer dinero es la prioridad absoluta. Vonnegut, un opinador compulsivo, se horroriza por los trágicos subproductos del capitalismo (los indigentes). Habla siempre en nombre de la clase trabajadora. Quiere demostrar un punto: los egresados de Harvard -quintaesencia del establishment- son la verdadera hez.
Jailbird fue publicado en 1979. Cinco años después, Vonnegut intentó suicidarse. Estaba deprimido y temía que los críticos "lo aplastarán como a un mosquito".