Opinión
El rincón del historiador

Rosas y la campaña libertadora de los 33 orientales

Se cumplió, el 19 de abril, el bicentenario de la gesta de un puñado de hombres para liberar a su tierra del dominio del Imperio del Brasil.
El año 1820 no sólo fue conmocionante por la derrota porteña en Cepeda, la caída del Directorio, el rechazo total de la Constitución de 1819, y la “provincialización” de Buenos Aires, sino que también del otro lado del Plata la tensión fue creciendo por la desobediencia del entrerriano Francisco Ramírez -Tratado del Pilar mediante- al mando del oriental José de Artigas -que ya venía siendo golpeado por las fuerzas imperiales del Brasil que deseaban apoderarse del territorio oriental-, al que posteriormente derrotaría, con ayuda porteña, lo que marcó el derrotero de Artigas a su exilio paraguayo.
Escribió Pacho O’ Donnell en “Artigas: La versión popular de la Revolución de Mayo” (2012): “Con un puñado de hombres, su caballo y un ordenanza -el leal “negro” Ansina, apodo de Joaquín Lenzina-, desde Candelaria, por el paso de Itapuá, pasa a Campichuelo, en territorio paraguayo, de donde el hasta entonces poderoso Protector de los Pueblos Libres no había de salir jamás”.
En lo formal la Banda Oriental, la actual República Oriental del Uruguay, desde 1816 estuvo ocupada por el general portugués Carlos Lecor, en nombre del Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve, con capital en Rio de Janeiro, tras huir la corte lusitana de Lisboa ante el avance napoleónico y ser trasladada con ayuda de los ingleses a tierras americanas, teniendo como pretexto el combatir el caudillismo de Artigas.
La casa Braganza tuvo siempre como objetivo absorbe a la Banda Oriental y renombrarla como su provincia Cisplatina bajo dominio efectivo, en 1820, tras el exilio del ex Protector de los Pueblos Libres en las tierras de Gaspar de Francia. Al año siguiente, presionó para que se convoque un Congreso que decidió la incorporación uruguaya al Imperio.
Para 1822 Brasil se proclamó, pelea en la corte entre padre e hijo, imperio independiente de Portugal, lo que generó debates entre los invasores en la Banda Oriental, ya que unos desean depender de Portugal y mientras otros aceptaban, vía Lecor, a Pedro I como su monarca, quedando estos últimos como dominantes de las tierras charrúas.

UN JOVEN ESTANCIERO
Pero son muchos orientales los que desean expulsar a los invasores y buscan ayuda del otro lado del Río de la Plata, consiguiendo inmediata adhesión a su causa, salvo de las autoridades porteñas a instancias del ministro Bernandino Rivadavia. Entre ellos se encuentra un joven estanciero: Juan Manuel de Rosas.
Don Juan Manuel había acordado llevar cabezas de ganado al gobernador Estanislao López en parte de pago del tratado acordado recientemente y aprovechó para interiorizarse de la suerte de sus hermanos orientales.
“A principios de marzo de ese año 1823 -apuntó Manuel Gálvez se su biografía sobre Juan Manuel de Rosas (1940)- parte para Santa Fe. Acompaña a una delegación del Cabildo de Montevideo, que va a pedir ayuda en favor del Cabildo Oriental… entre los delegados figura un español avecinado en Montevideo y cuyo nombre hay que retener; Domingo Cullen (futuro gobernador santafesino y enemigo declarado, años después, de Rosas). La delegación lo espera todo de López: Rivadavia acaba de declarar que Buenos Aires no auxiliará en modo alguno el proyecto de liberar a la provincia hermana”.
Tras los sucesos de Ayacucho y el malestar creciente contra el accionar del Imperio del Brasil sobre la Banda Oriental, reseñó Gálvez que, “reúnense algunos personajes para tratar de una invasión. Un hijo des esa tierra, el general Juan Antonio Lavalleja declara resuelto a realizarla. Todos conviene en ayudarlo pecuniariamente. Pero él cree también necesario que alguien, de quien el enemigo no tenga razón para sospechar, vaya a la provincia oprimida, observe los lugares de los futuros hechos de armas y anime a los patriotas de la campaña. Todos invitan a Rosas, allí presente, y él acepta”.

MISION DE ROSAS
¿Rosas espía? Sí, su rol fue el de obtener información del enemigo y reconocer el terreno de lucha. Para ello primero va a Santa Fe, con el pretexto de comprar campos a nombre de sus primos los Anchorena, para luego trasladarse a Entre Ríos y, de allí, a la Banda Oriental, donde se entrevista con el general Fructuoso Rivera – jefe “colorado” en la futura guerra civil uruguaya -, allí con él, amigo éste de los Anchorena, y con vecinos destacados analiza la posibilidad de la acción libertadora.
“A mediados de abril el general Lavalleja -acotó Gálvez- se embarca en la costa de San Isidro con treinta y dos hombres. El desembarco d ellos Treinta y Tres orientales en la Agraciada, lugar de la costa del Uruguay, constituye uno d ellos más bellos momentos de la historia de América. Empieza la liberación de la provincia hermana”. Y sentenció: “A Rosas, en buena parte, le deben su libertad los orientales”.
Señaló la Dirección de Estudios Históricos del Comando General del Ejército en tomo II del trabajo “Política seguida con el aborigen” (1974): “Producido el desembarco y engrosado el grupo insurrecto hasta contar con 270 hombres, Lavalleja entró triunfalmente en Soriano, y el 7 de junio se situó en el Cerro, frente a Montevideo, donde Lecor quedó sitiado”.
Agregó Fermín Chávez, en “Historia del país de los argentinos” (1967): “En julio pudo instalarse ya, en la Florida, el primer gobierno oriental, y el 25 de agosto, una asamblea reunida en el mismo lugar declaró la independencia de la provincia, así como también que el voto general de ese pueblo era por la unidad con las demás provincias argentinas a que siempre perteneció por los vínculos más sagrados que el mundo conoce”. Era la independencia, tal como Artigas la había predicado”.
Luis Benvenuto, en “Breve historia del Uruguay” (1967) fue más explícito: “Una rápida y brillante campaña militar (Rincón, 24 de septiembre -Sarandí 12 de octubre) que se desarrolló en paralelo con una cuidadosa organización institucional (14 de junio, Gobierno Provisorio- 20 de agosto, Sala de Representantes convocada por aquel) y una clara explicación de los fines de la revolución (leyes del 25 de agosto) decidieron al Congreso Constituyente a aprobar la siguiente ley del 24 de octubre: De conformidad con el voto unánime de las provincias y con el que deliberadamente ha reproducido la Provincia Oriental por el órgano legítimo de sus representantes el 25 de agosto el Congreso Constituyente, a nombre de los pueblos que representa, le reconoce de hecho reincorporada a la República de las Provincias Unidas a que por derecho ha pertenecido y quiere pertenecer”.

RECLAMOS
A ello se sumó los reclamos del cónsul Pereira Sodré al gobierno de Buenos Aires por el apoyo brindado a la gesta oriental, cosa que oficialmente no realizó, pero sí fue indudable el soporte material y logístico, más el acompañamiento de habitantes bonaerenses a dicha acción de recuperación del territorio usurpado.
Pero, tras la declaración del 25 de agosto, -siguiendo el texto de la Dirección de Estudios Históricos del Ejército- el Congreso bonaerense dictó una ley, luego refrendado por el gobernador Las Heras y su ministro Manuel José García el 25 de octubre de 1825, reconoció la reincorporación de la provincia Oriental de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, “a la que por derecho ha pertenecido y quiere pertenecer”.
El artículo 2°, de importancia capital para los acontecimientos que sobrevendrían luego, establecía: “En consecuencia, el Gobierno encargado del Poder Ejecutivo Nacional proveerá a su defensa y seguridad”.
Lo posterior fue la guerra entre el Imperio del Brasil y las Provincias Unidas, donde, a pesar del éxito militar, se determinó la independencia del Uruguay. Finalmente, lo importante es destacar un hecho poco estudiado en nuestros claustros que fue la gesta de los 33 Orientales, y la importancia que tuvo el apoyo dado por Juan Manuel de Rosas.