POR JUAN JOSE GUARESTI (nieto)
El modelo de desarrollo que fue exitoso en la República Argentina estaba basado en la exportación y en la industrialización, que en muchos casos consistía en la transformación de los frutos del país. También se sustentaba en el cumplimiento riguroso de las obligaciones financieras, fueran en moneda local o extranjera.
Era tal el prestigio argentino en esta última materia que cuando el presidente Marcelo T. de Alvear quiso volver al patrón oro o sea que la moneda argentina tuviera una correspondencia con dicho metal como en la ley de 1899 y consultó con el Banco de Inglaterra sobre el margen de crédito que tenía para hacer esa importante operación financiera, le contestaron en inglés "unlimited", o sea ilimitado.
En 1932 el producto bruto interno agrícola era similar al producto bruto industrial pero siete años más tarde éste duplicaba al primero en impresionante demostración de la capacidad de los gobiernos de esa época. Lamentablemente, años después, se creó un tributo denominado "retención" que científicamente no existe y que graba la producción. Esto último no lo hace ninguna nación civilizada, que sepamos, porque los países serios estimulan la creación de riqueza, en lugar de desalentarla como se hace con este impuesto y otras obstáculos, en nuestro medio.
Entre los directos responsables de nuestro desolador retraso en términos mundiales, que comenzó con el golpe fascista del 4 de Junio de 1943 que nos envió en los 76 años transcurridos hasta la fecha, del puesto número 7 que teníamos comparándonos con otras naciones, al 70 y algo más en que nos ubicamos en la actualidad, existe el impuesto a la producción que para engañar a la gente se lo denomina "retención".
Este impuesto es realmente "salvaje" en el cabal significado de la palabra: "Dícese de los pueblos que no se han incorporado al desarrollo general de la civilización y mantienen formas primitivas de vida". La palabra retención no tiene vinculación alguna con el derecho tributario: el acto de retener no describe el hecho real que es un impuesto sobre la producción de determinados bienes, sino la acción del gobierno de quedarse con una parte de los ingresos de alguien.
Se utiliza la palabra retención para ocultar su verdadero significado al ciudadano "de a pie". Este no ha sido enterado que los alcanzados por la retención pagan un impuesto sobre el hecho de producir, independientemente de si los bienes producidos han brindado a quién los obtuvo una ganancia o una pérdida. Supongamos que un productor agropecuario tuvo una mala cosecha. Si lo que cosechó no cubrió sus gastos, el gobierno, además, le retiene una parte de lo obtenido.
A la derrota de haber menguado su patrimonio por el fracaso del negocio, el productor tiene que agregarle el tributo que le debe pagar al Fisco que grava lo poco que consiguió. Ese tributo se trata de un impuesto a la producción y así debe llamárselo porque gane o no gane, el productor tiene que pagarlo. En ninguna nación civilizada se abona un impuesto de esta naturaleza.
Es por ese motivo que las personas bien intencionadas y que al vino lo llaman vino y al pan, de esa manera y no de otra, no deberían utilizar más la palabra "retención" que sirve para ocultar la siniestra verdad de un gravamen a la producción que es su nombre real.
No debe hacérsele el juego a los discípulos del fascismo y el trotsquismo, expertos en modificar el significado de las palabras para que se entienda algo diferente de su esencia. Para terminar con la pobreza y la inflación, no hay más remedio que producir más y desde luego exportar más y no tirar el dinero inventando puestos públicos para incorporar empleados que no trabajan.
Si realmente queremos pagar las deudas y no amenazar dentro de unos años a los acreedores con un próximo default, hay que alentar a los que producen y no aplicarles tributos salvajes falsificando el nombre que científicamente les corresponde.
EXPORTACIONES
Si tomamos el caso de la soja -de todos los demás no podemos hablar por razones de espacio- se ha gravado la exportación de soja con el 30% de su valor. Ese 30% "retrocede" en la cadena de la comercialización y lo paga finalmente el productor, quién no puede vender a nadie a un precio que sea superior al valor neto que recibe el exportador del mercado internacional deducido ese 30% con el que se queda el Fisco, o sea que "retiene" el fisco.
Para facilitar la comprensión del itinerario del precio, no computamos el flete ni los gastos de comercialización que también los paga el productor. En consecuencia si queremos saber cuál es el precio que recibe realmente el productor, es preciso deducir además del 30% retenido por el Fisco los demás gastos arriba mencionados del precio fijado en el mercado internacional de la soja. Si computamos los costos de producción, el impuesto del 30% es confiscatorio.
Debido a que la ley de la oferta y la demanda no ha podido aún ser derogada por nuestros gobernantes desde el 4 de Junio de 1943 en que se lo intentó en varias ocasiones, si el precio que recibió el productor no es satisfactorio, en adelante no siembra o siembra menos. Disminuye en consecuencia la producción y desde luego la exportación.
Se reciben menos dólares y las deudas no se pagan, no se crean empleos, disminuyen las fuentes de trabajo y hay muchos bolsillos vacíos. A las provincias se les reduce su recaudación y tienen que tratar que el gobierno nacional, endeudamiento mediante o emisión monetaria más o menos disimulada, las ayude.
El federalismo, invento norteamericano para garantizar las libertades de su pueblo y adoptado por ilustres gobernantes argentinos con el mismo propósito, concluye en la mano mendicante de un gobernador a quien no le cierran las cuentas. El impuesto a la producción va a terminar con la República porque es un tributo salvaje o sea contrario a la civilización.