En el ámbito de habla inglesa, Dylan Thomas fue el poeta estelar de mediados del siglo XX. Su muerte en 1953 a los 39 años terminó de coronar una trayectoria fulgurante y plagada de excesos que más tarde habría de inspirar a parte de la contracultura sesentista y a varios de los emblemas de ese tiempo turbulento, como los Beatles o el bardo de Minnesota, Robert Allen Zimmerman, convertido en Bob Dylan tras apropiarse de ese nombre adorado.
Una voz poética original, rupturista y a menudo hermética fue el gran aporte de Thomas a las letras inglesas en su carrera meteórica y es lo que, pese a las necesarias revisiones de la crítica, mantiene en pie su reputación hasta el día de hoy.
Su obra en prosa, en cambio, ha sido menos encomiada, hecha la excepción de Retrato del artista cachorro (1940), uno de sus libros más famosos y queridos. Thomas fue esencialmente un poeta que trasladó ese feroz instinto verbal a sus escritos en prosa, como lo demuestra la edición de sus Cuentos completos (Nórdica Libros, 528 páginas) que llegó por estos meses a las librerías argentinas.
PROSA Y POESIA
Los expertos en Thomas subrayan la vinculación que existe entre sus primeros poemas y los cuentos iniciales escritos en la década de 1930. Esos relatos, que integran la primera parte (titulada “Hacia el comienzo”) del tomo que reúne toda su producción, comparten temas, inquietudes, obsesiones y referencias comunes con algunos de sus poemas juveniles.
Son obras de un talante sombrío y más bien gótico, atravesadas por resonancias religiosas y el predominio de situaciones ambientadas en el entorno rural del sur de Gales donde el autor nació en 1914 y pasó sus años formativos, incluido su precoz desempeño como periodista de un diario regional.
Hay menciones frecuentes a imágenes extraídas de la Sagrada Escritura, en tanto los elementos de una naturaleza hostil y rebosante dan forma o condicionan a unos personajes estrafalarios, misteriosos, serios y despiadados.
Estos seres, que no pocas veces parecen elevarse a la categoría de símbolos, le sirven a Thomas para conformar una suerte de confusa mitología propia, mezcla de paganismo, panteísmo y cristianismo.
Habitantes de una naturaleza cruda, también las relaciones humanas exhiben esa violencia extrema, sólo atenuada de vez en cuando por raptos de ternura que lucen desubicados en un entorno inclemente y con frecuencia tenebroso.
Ese joven Dylan Thomas no era un autor realista. Sus relatos mejores, como “Los enemigos” o “El niño en llamas”, que tiene su eco en un poema contemporáneo, son experimentos estilísticos que abrevan en la vasta literatura gótica de las islas británicas y en el temprano cine de terror, y por momentos cruzan la frontera del género fantástico sin que puedan ubicarse del todo en esa categoría.
GIRO REALISTA
La segunda parte de los Cuentos completos está formada por el Retrato del artista cachorro. Comparadas con los textos que las anteceden, estas narraciones de inspiración autobiográfica, estilo realista y tono humorístico llegan como un remanso para el lector sacudido páginas antes por crímenes rituales, incestos, brujas, aquelarres, pesadillas, sueños delirantes y emanaciones retóricas.
Más allá de la amistosa parodia del Retrato del artista adolescente, de Joyce, Thomas se permitió en esa recreación de su infancia y adolescencia jugar con sus recuerdos y volver al pasado con mirada humorística, pero sin incursiones vanguardistas ni afanes parricidas o justicieros.
Estampa la evocación nostálgica de sus travesuras infantiles, la vida compartida con tíos, primos y vecinos, el lento discurrir del tiempo en una ciudad provinciana, la grata exaltación de un pasado inocente y añorado.
Thomas prolongó ese espíritu en los relatos que este volumen agrupa en la tercera parte, denominada “Con otra piel”, que en su momento designó a una novela inconclusa que vio la luz tras la muerte de su autor.
Sus tres fragmentos o capítulos satirizan el viaje del joven poeta a Londres para probar suerte en la gran capital. Otros relatos independientes que le siguen en esta recopilación, como “Una mañana temprano”, “Navidades infantiles en Gales” y “Recuerdos de vacaciones”, pintan con más detalle y emoción las experiencias que había dejado atrás en la costa meridional galesa.
En un pasaje de “Una mañana temprano” Thomas escribía: “El pueblo todavía no había despertado y yo recorría las calles a pie como un desconocido recién salido del mar, despojándome de las algas y las olas y las tinieblas a cada paso, o como una sombra inquisitiva y determinada a no perderme nada, ni siquiera el temblor preliminar en el gaznate del gallo que anuncia el alba o el primer remolino del tiempo en el vientre del despertador colocado sobre la cómoda, bajo el texto zurcido y las acuarelas de Porthcawl o Trinidad”.
EL CAMBIO
Los críticos observan que el cambio en la prosa de Thomas acompañó una transformación equivalente de su poesía, que dejó atrás las oscuridades de lo experimental y del surrealismo y se volvió algo más comprensible y llana, más humana y terrenal. Otro hecho decisivo de esa época fue su casamiento en 1937 con Caitlin Macnamara, con la que tuvo tres hijos.
Esto ocurrió en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, en la que Thomas no pudo participar debido a problemas de salud. Era, además, un pacifista convencido al que le horrorizaba la matanza de las trincheras y los bombardeos, pero también se definía como un “militarista mental” que se indignaba por la guerra total que libraban, sin diferenciarse, los nazi y los aliados.
En esos años trabajó para la BBC preparando programas y grabando unos vibrantes recitados de sus poemas en los que se representaba “como actor bajo múltiples rostros y unas veces se le sentía de joven airado, otras de cobarde, de héroe, de amante, de adúltero, de miserable ladrón, de plagiario, pero en el interior de cada máscara resonaban sus poemas con la tralla de unas imágenes surrealistas siempre inesperadas”, escribió Manuel Vicent en el prólogo de esta edición de los Cuentos completos.
Ya era un escritor famoso y después del conflicto su popularidad se multiplicó, salió de la órbita británica y cruzó el Atlántico, donde cautivó a los norteamericanos y se codeó con algunas de sus máximas estrellas, como Marilyn Monroe o Charles Chaplin.
El último período en la vida breve de Thomas estuvo dominado por las agotadoras giras de lectura por Estados Unidos (llegó a aceptar hasta 150 presentaciones seguidas), por sus problemas con el fisco inglés y por las cada vez más profundas recaídas en el vicio del alcoholismo. También se repitieron las infidelidades que agrietaron su matrimonio con Caitlin, otra aficionada a la bebida.
Fue durante la cuarta de esas giras norteamericanas, en noviembre de 1953, cuando Thomas sufrió una letal crisis respiratoria después de beber decenas de cervezas y whiskies y al término de una jornada de frenética actividad y juerga en Nueva York, estimulada por las inyecciones de morfina y cortisona que le aplicaba su médico de cabecera. Lo llevaron de urgencia al hospital, donde entro en coma y falleció tres días más tarde, el 9 de noviembre de 1953.
Muerto el hombre, nació el mito. “De pronto -escribió Vicent- el público vio en Dylan Thomas a una estrella de carne y hueso, que se ofrecía en sacrificio y se despeñaba desde lo alto de sus versos y lo adoptó como la criatura que simbolizaba la llegada de una nueva era. Pero el éxito no le ofreció escapatoria”.
Sus casas de la infancia y la madurez en Gales y los bares y tabernas de Londres y Nueva York donde recitó y se emborrachó hasta la muerte no tardaron en convertirse en lugares de peregrinación laica, visitados por una juventud insurrecta que celebraba los excesos en tanto señal de autenticidad en un mundo que detestaban.
Por eso no ha faltado quien pretendió ver en ese desperdicio generacional la expresión de un descarriado instinto religioso. “La autodestrucción se acerca al sacrificio personal, y es común a ambos la convicción religiosa en una realidad trascendente -escribió John Updike hacia 1980-. La misma despreocupación con la que, por caso, Dylan Thomas se desprendió de la vida por insignificante, implica la creencia desesperada en otra significación. Un cierto resplandor cristiano ilumina la literatura del modernismo”.