‘Solcito de otoño’. Autoría: Sebastián Bayot. Dirección: Gonzalo Castagnino. Música: Fernando Nazar. Vestuario: Alejandro Mateo. Escenografía: Alejandro Mateo. Objetos: Giselle Lalo. Iluminación: Lucas Orchessi. Actriz: Ana Padilla. En la sala Patio de Actores (Lerma 568). Viernes 28 a las 20, última función.
En palabras del filósofo Paul Tillich, “el término solitude expresa la gloria de estar solo mientras que la palabra loneliness expresa el dolor de estar solo”. Y esta última indica el estado de la protagonista de esta historia. Adolece de falta de intimidad y de falta de conexión con los demás, y quizá consigo misma. Pocos disfrutan de una soledad serena. Se podría inferir que Andrea, que así se llama el personaje, pasa los días sola. Y los fines de semana. Y la Navidad. Meses y años en los que casi nadie la visita. El aislamiento prolongado se ha metido en su piel y amenaza con convertirse en una fuerza independiente que mina su autoestima, una fuerza invasora que transforma y que destruye, lenta pero constantemente.
Su instinto de conservación hace que cada día visite un parque, tal vez buscando un interlocutor, y logra encontrarlo. Desgrana en esta ocasión su monólogo con un ser estático que no sabe si oye sus historias, pensamientos y fobias. Andrea quiere que la escuchen, aunque también quiere dialogar con esa presencia misteriosas a la que reprocha su hermetismo e indiferencia.
Ana Padilla no sólo brinda su cuerpo, su apariencia, su voz y su afectividad, sino que se hace pasar -adoptando una poética del actor naturalista- por Andrea, una persona real, semejante a la que podríamos frecuentar a diario y con la que muchos espectadores pueden identificarse ya que en ella se encuentran similitudes con el carácter, la experiencia del mundo, emociones y valores morales y filosóficos. Muy pronto se pueden olvidar de que están engañándose a sí mismos al construir una totalidad a partir de unos indicios escasos.
UNA GRAN ACTRIZ
El espectador se olvida de la técnica de la actriz para identificarse con el personaje y sumirse en el universo que representa. Podríamos decir, con palabras de Vitez sobre el trabajo del actor, que Ana Padilla es “como un escritor, extrae de sí mismo, de su memoria, la sustancia de su arte y compone un relato según el personaje ficticio propuesto por el texto. Maestro de un juego de señuelos, agrega, suprime, ofrece y quita; esculpe en el aire su cuerpo movedizo y su voz cambiante.” Sabe gestionar y dar a leer sus emociones, si bien en la práctica teatral contemporánea el actor ya no alude a una persona real, a un individuo que forma un todo, a una serie de emociones. A contracorriente, Padilla está enteramente en su papel, hasta el punto de hacer olvidar que es una artista que representa un personaje.
Es curioso que ni siquiera el actor, según Stanislavski, se olvida de que interpreta, de que está comprometido con una ficción y de que construye un papel y no un ser humano verdadero. Esta reflexión surge a ´partir de la aclaración que hace la actriz sobre el final, de que ella no odia a los animales como Andrea y hace que aparezca en escena una pequeña perra juguetona en su momento de agradecimiento y de despedida.
LA SENCILLEZ
Está terminando el año y este es el sexto unipersonal que ha visto este cronista en la cartelera teatral de Buenos Aires, cinco de ellos protagonizado por actrices y uno por un actor. Seguramente debe haber habido muchos más. En general, el teatro, ¿no es un espacio comunitario donde el escenario es compartido por un grupo de personas? ¿La soledad física del actor puede sostenerse más allá de la intimidad de un camarín? Asaltan la curiosidad, las preguntas, los porqués. ¿Será porqué en medio de este unipersonal uno de los grandes temas que se plantean es, justamente, la soledad? ¿Será porqué la puesta minimalista de Gonzalo Castagnino convierte en una fuerte presencia escénica a un muñeco? Las respuestas quedan flotando en el aire.
‘Solcito de otoño’ es un espectáculo con la profundidad de la sencillez, donde la música y la luz ocupan el lugar que les corresponde, sin exageraciones, acompañando una actuación que hacen de esta obra una pequeña pieza de cámara, una reflexión optimista sobre la soledad.
Calificación: Muy buena