Este año, el venidero 21 de junio, se cumplirán 120 años del nacimiento del filósofo existencialista – pero por, sobre todo, escritor y dramaturgo – Jean-Paul Sartre (1905/1980). Adquiere sentido, entonces, llevar la memoria a aquellos tiempos de la adolescencia y primera juventud de quien esto escribe, para traer al presente la manera en que Sartre influyó en nosotros.
Claro que, si asumimos el compromiso de honestidad plena, no es posible referirnos a su persona sin traer aquí – y ya mismo – a Simone de Beauvoir (1908/1986) con quien construyó esa existencia en la cual ambos serían el amor necesario – es decir, permanente – pudiendo tener cuántos amores contingentes surgieran con la única salvedad de que el otro tuviera conocimiento de ello y pudiera hacer las preguntas que, al respecto, considerara necesarias. De alguna manera este acuerdo – que, con sus altibajos, mantuvieron hasta la muerte – surge, hoy en día, como el más lejano antecedente de lo que se conoce como “amor libre.” Aunque, claro está, lo de Sartre y Simone era un acuerdo de mayores exigencias. No se trataba de hacer lo que se quisiera sino aquello que cumpliera el acuerdo de libertad absoluta entramado con sinceridad y lealtad.
Para algunos que por entonces éramos jóvenes – como quien esto escribe – conocer esa forma de relacionarse fue entendido como la manera adecuada de vida de una pareja, superando aquellas ataduras y limitaciones – que, por tanto, conducían inevitablemente a ocultamientos, engaños, mentiras y traiciones – del matrimonio “normal” que todos conocíamos. Entendiendo por “normal” el producto de las condiciones socioculturales imperantes en esos tiempos.
Aquellos que compartíamos las lecturas sartreanas solíamos reunirnos, en extensas conversaciones donde lo usual era no pedir mucho más que un café o una bebida gaseosa (puesto que siempre estábamos escasos de dinero) en ciertos bares o confiterías, como el hoy desaparecido “La Paz”, que estuvo situado en la esquina de la Avda. Corrientes y Montevideo.
Aquellos encuentros continuaban hasta pasada la medianoche. Y siempre nos retirábamos con la sensación de que aún faltaba mucho más que discutir y debatir.
Sartre era una figura tan clave que hasta aparecía en nuestros sueños. Así tenemos el caso de Oscar Masotta – quien fuera futuro destacado psicoanalista de prestigio internacional – que comentó haber tenido un sueño donde, mientras iba caminando por la Avda. Corrientes, alguien le toca un hombro. Entonces se da vuelta y esa persona le dice “Sólo quedamos vos y yo.” Masotta lo mira, sin poder pronunciar palabra al advertir que quien se ha dirigido a él y está frente suyo es, nada menos, que el mismo Jean-Paul Sartre. No hay que ser un gran conocedor de la Psicología de lo Inconsciente para comprender que este sueño fue una clara e inequívoca manifestación de deseos. ¡Quién de nosotros no habría querido encontrarse con Sartre caminando por la Avda. Corrientes!
Juan José Sebrelli (1930/2024) comentaba que Oscar Masotta, Carlos Correas (quien se convertiría en filósofo, novelista y ensayista) y él formaron, sin proponérselo, “un trío que se destacó por ser el primero y único grupo existencialista sartreano” a comienzos de los años 50 del siglo pasado. Pero no fueron los únicos.
Ernesto Sábato (1911/2011), en su libro Heterodoxia (1953), se refiere al filósofo de esta manera: “Racionalizar al Universo y a Dios es empresa […] típicamente masculina, locura propia de hombres. No creo en el existencialismo de Sartre por esta razón. Su clave más profunda hay que buscarla en su primera novela, en su náusea ante lo contingente y gelatinoso, en su propensión viril por lo nítido, limpio y racional. Su obra filosófica es el desarrollo conceptual de esta obsesión subconsciente. Y ese desarrollo tiene que llevar fatalmente hacia una filosofía racionalista y platónica.”
Cuando el escritor Abelardo Castillo preguntó a Jorge Luis Borges qué pensaba sobre Sartre, el poeta respondió breve, preciso, concreto… e irónico: “Bueno, caramba, yo no suelo pensar en Sartre.”
León Rozitchner (1924/2011), filósofo y escritor, también se ocupó de la obra sartreana poniendo especial atención en el tema del concepto de violencia.
Boris David Viñas Porter (1927/2011), conocido públicamente como David Viñas, nombre con el que firmaba sus obras, destacado intelectual porteño, también se ocupó de Sartre y éste influyó en su pensamiento, lo que se revela en algunos de sus trabajos.
Por supuesto, Noé Jitrik (1928/2022), crítico literario, escritor y profesor universitario, también leyó y fue influenciado por las obras de Sartre. Hay sobre el tema en su libro “Fantasmas del saber” y en el prólogo que escribió para la obra de Sartre titulada “¿Para qué sirve la Literatura?” donde reflexiona sobre el rol que cabe a quienes pueden considerarse intelectuales hoy en día. Para lo cual propone como definición de “intelectual” a “quienes intentan ir más allá de la superficie de las cosas.”
El hidroescultor, poeta y ensayista Gyula Kosice (1924/2016) me comentó durante uno de nuestros habituales diálogos en su piso frente al Jardín Zoológico de Buenos Aires que conoció a Sartre estando en París, donde residió por siete años. Y, además, nos muestra lo accesible que era el filósofo a quienes deseaban reunirse con él. “Le pedí una entrevista y me la dio”, explica Kosice. “Fui a verlo dos veces; quería verlo por haberlo leído, y porque fue alguien que marcó el siglo XX, como tantas otras personalidades con quienes también me encontré.”
Ni Sartre y de Beuvoir faltaban en la mesa del café – frente al Obelisco – donde conversábamos con el escritor, criminólogo, poeta, ensayista y dramaturgo Juan-Jacobo Bajarlía (1914/2005). Es más, los contertulios estuvimos siempre convencidos que Bajarlía fumaba sólo en pipa recta por haber tomado el modelo del usado por Sartre.
En su libro “Oscar Masotta, una leyenda en el cruce de saberes”, Juan Andrade escribe:
“Para varios de los intelectuales argentinos de mediados del siglo XX, la obra del filósofo y escritor francés se convirtió en un punto de referencia obligado a la hora de sopesar la relación – tensa y dinámica al mismo tiempo – entre la Filosofía y la realidad, entre la teoría y la práctica, entre la lectura y la política.”
Y es muy cierto lo que aquí se describe puesto que – siguiendo los ejemplos de vida proporcionados tanto por Jean-Paul Sartre como por Simone de Beauvoir – nuestro interés nunca estuvo en limitarnos a la transmisión de una teoría sino en llevar a la práctica la forma de vida que brota de aquellos conocimientos y saberes. Lo que implica una vida comprometida tanto con uno mismo como con lo político y social. Que, a mi entender, es el más importante legado que ambos filósofos nos hicieron. Una vida que sea original y no copia – parafraseando al sabio Carl Gustav Jung –, capaz de diluir los mandatos sociocivilizatorios que se conocen como “normales” de manera que cada uno pueda convertirse en único e irrepetible. Como lo fueron Jean-Paul y Simone.