Cultura
IRENE CHIKIAR BAUER Y SU MONUMENTAL BIOGRAFIA DE EDITH STEIN

Recorrer el camino de perfección

El libro relata la extraordinaria historia de la filósofa judía que abrazó la fe católica y se hizo religiosa carmelita. La Iglesia la canonizó en 1998 por su muerte mártir en Auschwitz.

Una de las conversiones más impresionantes de los tiempos modernos fue la de Edith Stein, la filósofa alemana de origen judío que tras la Primera Guerra Mundial abrazó la fe católica al punto de ingresar en la orden de los Carmelitas Descalzos, donde adoptó el nombre religioso de Sor Teresa Benedicta de la Cruz. La Iglesia la canonizó en 1998 al reconocer su muerte mártir en Auschwitz a manos de los nazis en 1942.

Esta admirable historia de vida, que en palabras de san Juan Pablo II ofrece una “síntesis dramática” del siglo XX y el testimonio de “un corazón que estuvo inquieto e insatisfecho hasta que encontró descanso en Dios”, es la que ahora narra Irene Chikiar Bauer en la monumental biografía que acaba de publicar el sello Taurus en el país.

Corresponde señalar el mérito de que este considerable aporte a la bibliografía dedicada a la filósofa y santa haya surgido de una autora argentina contemporánea, quien diez años atrás ya había consumado una tarea similar al presentar su propia biografía de Virginia Woolf.

También conviene aclarar que la obra resultante no es una hagiografía; se trata más bien de un estudio secular que respeta el significado que le ha asignado la Iglesia a la vida de Stein, pero al mismo tiempo registra las objeciones levantadas contra esa interpretación confesional, en especial las que provienen de la comunidad judía y de algunos familiares de la biografiada.

Chikiar Bauer compuso el libro a partir de una lectura minuciosa de los cinco volúmenes de las obras completas de Stein, con énfasis en sus escritos autobiográficos y filosóficos.

Completó ese material acudiendo a ciertos trabajos secundarios que han interpretado, otra vez con predominio de una mirada secular, los elementos salientes de una existencia entregada al cultivo de la inteligencia y las verdades que enseña la Iglesia.

FE Y RAZON

Nacida en 1891, Stein fue la menor de once hermanos criados en una familia judía asimilada a las sociedad prusiana de fines del siglo XIX. Huérfana de padre a los pocos años de vida, muy temprano se alejó de la religión de sus mayores pese a la amorosa relación que siempre mantuvo con su madre practicante.

Emprendió su exigente formación filosófica (se doctoró con una tesis sobre la empatía) bajo el ala de Edmund Husserl (1859-1938), el fundador de la fenomenología, de quien fue discípula aventajada y asistente.

El círculo de intelectuales formado en torno a Husserl iba a ser decisivo en otro sentido. A través del movimiento fenomenológico varios de sus integrantes redescubrieron el tomismo y comenzaron un proceso de acercamiento y comprensión de la fe cristiana que, al cabo de unos pocos años, llevaría a algunos de ellos a la conversión al protestantismo como primer paso para ingresar en la Iglesia. (Por esto el líder del movimiento bromeaba que algún día iban a canonizarlo debido a la cantidad de discípulos católicos que había contribuido a crear).

Edith Stein fue a la vez espectadora y protagonista de esos cambios providenciales en una época de transformaciones bruscas y odios demoníacos.

En su caso el camino hacia la fe empezó con el abandono del agnosticismo en medio de la matanza de la Primera Guerra Mundial, que además la llevó a resquebrajar su férrea adhesión al Estado prusiano. (Durante el conflicto colaboró como enfermera en hospitales militares).

Luego vinieron sus primeras experiencias de tipo religioso o místico. También influyeron algunas lecturas decisivas, como la del Libro de la Vida, de Santa Teresa de Jesús, la madre carmelita de quien dijo que al leerla “puso fin a mi larga búsqueda de la verdadera fe”.

La muerte en las trincheras de un querido

profesor de origen judío, Adolf Reinach

(también en camino a la conversión), iba

a ser un parteaguas espiritual para Stein.

LA CRUZ

La muerte en las trincheras de un querido profesor de origen judío, Adolf Reinach (también en camino a la conversión), iba a tener la relevancia de un parteaguas espiritual para Stein. Cuando fue a visitar a los deudos, se llevó una honda impresión al constatar el modo de resignada esperanza y fortaleza con la que había recibido la pérdida aquella familia de nuevos católicos creyentes.

“Fue este mi primer contacto con la Cruz y con la virtud divina que comunica a los que la llevan -escribiría décadas más tarde-. Por primera vez vi palpablemente ante mí a la Iglesia nacida de la pasión redentora de Cristo en su victoria sobre el aguijón de la muerte. Fue el momento en que se quebró mi incredulidad, palideció el judaísmo y apareció Cristo: Cristo en el misterio de la Cruz”.

Eso ocurrió hacia 1918. Poco más de tres años después, Edith habría de recibir el bautismo y la confirmación. Y aunque ya entonces sintió el llamado de ingresar en un convento y retirarse del mundanal ruido, debió esperar hasta 1933 para concretar ese anhelo largamente meditado y buscado. En el ínterin, desarrolló su primera vocación, la docencia, hasta donde se lo permitieron los usos y costumbres de su tiempo, que no abrían con facilidad las puertas a catedráticas mujeres de origen judío.

Uno de los obstáculos que se anteponían en el camino a la vida religiosa era el temor a causar un dolor insuperable en su madre Auguste, matriarca familiar y judía devota.

Las prevenciones tenían fundamento. Porque en efecto, la decisión fue recibida con angustiosa perplejidad entre sus parientes. A ellos Edith les explicaba que no buscaba simplemente huir de una época hostil.

“Aun cuando las personas no se hubieran portado tan bien conmigo, jamás me hubiera apartado eso de la Iglesia -apuntó en carta un sobrino-. No he entrado en ella para aprovecharme de ella o porque las personas hubieran tirado de mí hacia adentro, sino porque su doctrina y la fe en los sacramentos me parecieron irrecusables. Y a lo largo de once años he experimentado tan abundantemente su bendición, que ya nada podría separarme de ella”.

Al narrar el anuncio de Edith, su última visita a la casa familiar de Breslau antes de entrar en el Carmelo de Colonia y la despedida de su madre bañada en lágrimas, el libro alcanza uno de los momentos más conmovedores.

VIDA Y EJEMPLO

Siguiendo el consejo de André Maurois, maestro de biógrafos, Irene Chikiar Bauer estructuró su libro apegada a un férreo respeto por el orden cronológico, el mejor método, decía Maurois, para seguir la evolución a través del tiempo del personaje retratado.

Dividido en tres partes, 23 capítulos y con decenas de notas al pie explicativas y 2.800 notas bibliográficas, el relato es detallado al extremo. Para contarlo la autora eligió un modo mayormente narrativo con ocasionales comentarios propios de tipo ensayístico; el estilo breve y conciso apela en abundancia a citas y transcripciones extraídas de obras primarias o secundarias.

En sus casi 800 páginas se entrelazan la vida y la obra de Stein, aunque es comprensible que por tratarse de un trabajo de divulgación, el predominio corresponda a la peripecia vital, por más estática que haya sido en una filósofa y después religiosa que sólo se desplazó entre casas de familia y claustros universitarios y conventuales.

Como Chikiar Bauer eligió distanciarse de los “biógrafos confesionales”, su abordaje parece sentirse más cómodo con la etapa secular del personaje antes que el tramo religioso. Tal vez por eso decidió reflejar en distintos pasajes las críticas que parte de la familia Stein y algunos autores dedicaron a las razones de la Iglesia para canonizar a la carmelita asesinada en 1942 con su hermana Rosa, también conversa y refugiada junto con ella en el Carmelo de Echt, en Países Bajos.

Edith habría sido eliminada por su condición de judía y por lo tanto no debía ser considerada mártir cristiana, sostenían (y sostienen) esos críticos soslayando, de modo algo mezquino, las distintas manifestaciones escritas u orales, recogidas en esta misma biografía, en las que Sor Teresa Benedicta de la Cruz se declaraba dispuesta a ofrecer su vida de manera vicaria por la conversión y salvación de los judíos.

En la misma línea, cada vez que menciona ese último aspecto, el de la conversión de los judíos, Chikiar Bauer siente la obligación de aclarar que son manifestaciones de la época “preconciliar” y arriesga que, de haber sobrevivido a Hitler, Stein las habría modificado con espíritu más “ecuménico”.

Son conjeturas entendibles, pero lo cierto es que Stein nunca renegó de su conversión; por el contrario, vivió aquella época de sangre y espanto atravesada por una honda comprensión del sacrificio de la Cruz y, por eso mismo, nunca dejó de pedir por la conversión de los suyos, no con mero afán “proselitista”, como suele alegarse, sino como expresión suprema de la más genuina caridad cristiana.

Un año antes de su muerte había escrito: “Estoy contenta con todo. Una scientia crucis solo se puede adquirir si se llega a experimentar a fondo la cruz. De esto estaba convencida desde el primer momento, y de corazón he dicho: ¡Ave crux, spes unica!”

El libro, se apunta en la Introducción, ha sido el fruto de un cuarto de siglo de interés y lecturas y el final de un “largo proceso de maduración”. Esto incluyó el estudio, no siempre accesible, de la densa obra filosófica y teológica de esta mujer extraordinaria para quien el año pasado se ha pedido al Papa que sea designada “Doctora de la Iglesia”.

La ambición declarada de la autora es que en sus páginas los lectores “descubran en Edith Stein aquello que en esta época, en la que nos atiborramos de sensaciones, no es sencillo de encontrar: una manera de hallar, pese a las frustraciones y al horror, un sentido a la propia vida”.