Los montes antiguos
Por Enrique Andrés Ruiz
Periférica. 288 páginas
Una narración que no se anima a declararse novela, en un tono que por estrategia argumental se resiste a ser elegíaco, aunque lo sea en cada página. Algo de eso es Los montes antiguos, el libro del español Enrique Andrés Ruiz que por estos meses circula en el país en la edición más reciente aparecida en la península ibérica.
El narrador es un hombre de ciudad que, tras la muerte de su padre, regresa a una vieja propiedad familiar enclavada en los campos próximos a Soria, “en las lindas mismas del monte Valonsadero”, para desbrozar malezas y enfrentarse con recuerdos añejos.
Su presente, al que poco se alude, es el del “siglo nuevo”, el XXI. Desde allí la narración, que alguien calificó más bien como una “colección de historias”, retrocederá haciendo escalas en ciertos hitos temporales al compás de una memoria compartida.
Quien escribe se presenta apenas como un amanuense que cumple el deber de evocación que recibió de sus mayores, como Ramón, el capataz de una familia singular, azotada por la tragedia en su mudanza de la ciudad al campo.
“Ponle voz a todo eso que se ha quedado mudo, reseco -implora Ramón antes de morir-. Yo te doy las palabras; tú tienes que poner la voz. Una voz que, escrita, a lo mejor parece un poco rara, anticuada, porque va atravesada de palabras y tiempos que no son tuyos”.
Esa es la columna vertebral de un libro escrito con la precisión de la poesía (Ruiz es ante todo un poeta), que se disfruta más en la descripción que en los tramos narrativos de una trama de hilos desperdigados y episódicos.
El narrador “necesitaba oír cosas antiguas de gente que las conoció”. Hilvanar una novela sobre el paso del tiempo y el fin de un mundo que ya no volverá: el mundo del campo, los pueblos y su gente. Esa “España vacía” que hace años aflige a demógrafos y sociólogos y que generó un modesto fenómeno literario, cruzado de crónica y denuncia matizada de nostalgia.
En Los montes antiguos se visitan árboles y flores, piedras y rocas, alimañas y pájaros, pozos de agua y fiestas de pueblo. Hay como un sano regodeo en la exhumación literaria de sus hombres y mujeres, siempre parcos, sufridos y leales. Al correr de los capítulos van pasando las estaciones y se modifica el paisaje. Este “tiempo recobrado”, ganado por la poesía y por cierta fibra religiosa que anima a algunos de los personajes, fluye hacia el pasado en busca de un “amor sin remedio” por las cosas y las gentes que partieron.
Ruiz (Soria, 1961) es poeta, ensayista, crítico de arte y también novelista. Ha escrito ocho poemarios, siete ensayos, preparó varias antologías poéticas y fue el curador de una decena de muestras de arte. Este año se conoció en España una segunda novela, Las señoritas, que ya cosechó algún elogio de la crítica.