Los dos últimos días provocaron un bache entre la tolerancia popular y el accionar de La Libertad Avanza. El proyecto de ley de Ficha limpia había sido un objetivo planteado por el presidente Milei solemnemente, y las ausencias de diputados de su propio partido, que colaboraron a la falta de quorum, si bien no fue definitoria, impidió que el rayo fulmíneo y descalificador del Presidente cayera con su apelativo de traidores y ratas con los que habitualmente califica a quienes no acompañan sus ponencias.
La sensación de que se trataba de una burla a sus propios partidarios y a la sociedad toda fue bastante generalizada. La súbita bonhomía presidencial y sus alfanjes más filosos hizo recrudecer las sospechas que se arrastran ya desde el proceso preelectoral sobre algún pacto con el kirchnerismo, o con Cristina Kirchner directa o indirectamente, para garantizar su impunidad.
Eso se acrecentó por el enojo del Pro, que había presentado el proyecto, en especial luego del brillante discurso de la siputada Lospenato, digno de ocupar un sitial privilegiado entre las grandes piezas oratorias liberales, religión a la que el oficialismo jura adherir como a la Torah.
La posteriores defensas y explicaciones, tanto de los apóstoles libertarios como de los funcionarios, empeoraron la situación, tanto desde lo argumental, como en la sensación de que la opinión pública era burlada una y otra vez.
El ministro Francos –que se ocupó de explicar en una reciente intervención que no tenía afinidad alguna con el peronismo ni con el kirchnerismo-, sostuvo como argumento central que no se podía aprobar esa ley sin crear la sensación de que se trataba de una persecución o proscripción contra la exvicepresidente-presidente, porque se podría alegar que la ley tenía efecto retroactivo.
La formación en derecho del jefe de Gabinete debería evitarle el efectuar estas aseveraciones que carecen de respaldo jurídico. En primer lugar, las leyes no pueden hacerse pensando en lo que alegarán los sancionados. No se trata de un cotilleo sino de la formación de normas rectoras para la política nacional, sobre el que hay un amplio consenso.
En segundo lugar, la determinación de que una ley se aplica o no con efecto retroactivo no es función ni de los legisladores ni del Ejecutivo, sino de la Justicia, que debe evaluar cada caso individualmente.
En tercer lugar, el proyecto se limitaba a ampliar los requisitos mínimos para la postulación de cualquier candidato, lo cual no supone indultar los delitos que esos candidatos hubieran cometido con anterioridad.
Otra explicación-justificación de algunos legisladores y de muchos apóstoles, fue que ni Bolsonaro ni Trump se podrían haber postulado de existir una ley similar en sus países, donde fueron condenados en dos instancias por acciones que según los que opinaban era lawfare. Además de la sorprendente versatilidad de los acólitos para llegar a semejante conclusión instantánea y certera, se hacía abstracción de que el Congreso no legisla para otros países.
Y por supuesto, se daba con ese argumento la razón a Cristina Kirchner que a grito limpio viene sosteniendo exactamente lo mismo, de paso calificando al doble fallo de la justicia de persecutorio, revanchista y proscriptor.
Otras vertientes más ordinarias sostenían que “lo mismo no iba a haber quorum” y que “de todos modos el proyecto no se aprobaría en el Senado”. Como si se quisiera ignorarse que se trataba de una cuestión de principios, además agitada por el propio presidente. Justamente el reclamo al mandatario se basaba justamente sobre que en este caso no había ejercido su concepto de “principio de revelación”, que consiste en poner en evidencia a quienes votan en contra de las leyes que benefician a la sociedad.
Otro grupo de improvisados tratadistas abrazaba el criterio de que se debería aplicar igual criterio para la justicia y el sindicalismo. Probablemente sí. Pero eso no invalidaba empezar por alguna parte. Aunque quienes argüían semejante concepto se debieron haber chocado de narices con la indefendible figura del juez Lijo. La casta es política, judicial, sindical, estatal y empresarial, como nadie ignora, salvo un distraído o un ciego vocacional.
Otro sector de exégetas aficionados de la política sostenía que el supuesto acuerdo de base tenía por objeto asegurar la gobernabilidad, algo que el lector tiene todo el derecho a creer sin reírse, y hasta que se trataba de un acuerdo para no hacer “lucir mal al kirchnerismo”, un supuesto acuerdo que se canjeaba por la reelección de Martín Menem. Boe, diría un viejo tuitero.
Pero el broche de oro al absurdo -y a la burla a la comunidad– tuvo lugar cuando el Presidente se comunicó con Lospenato para asegurarle que incluirá una ley de Ficha limpia en las próximas ordinarias, “sin los errores del proyecto no votado”.
Nunca ningún miembro del Ejecutivo ni siquiera funcionario de segunda manifestó nunca ninguna discrepancia con relación al proyecto. Además de no haberse puntualizado los errores contenidos.
¿Confía el Presidente que esta vez se aprobará? ¿O simplemente esta vez no habrá pacto para no poner en evidencia al kirchnerismo y entonces se lo podrá insultar y llamar traidores a sus diputados y senadores?
No debe haber otra ley que cuente con más unanimidad para ser implementada que la que se acaba de no-tratar. Y por muy bueno o distinto que fuera un proyecto no está exento de ser modificado o rechazado. La promesa presidencial es del mismo valor que su promesa anterior sobre el mismo tema.
Lo que abre otro interrogante: ¿se está negociando la gobernación de la Provincia de Buenos Aires? Se tendrá más certezas cuando se conozca el anteproyecto prometido por Milei. Que seguramente será rechazado mediante la falta de quorum orquestada por los traidores, con asistencia perfecta de LLA.
En los albores de la década de 1940, George Orwell publicó una de sus dos novelas icónicas: Rebelión en la Granja. Se recordará que en ella, un cerdito, Napoleón, encabeza una rebelión contra el propietario del establecimiento bajo el lema “dos patas no, cuatro patas sí”.
Luego de que triunfara su rebelión, alguien vio a los cerditos en su gran baile de gala, emperifollados como duques y ¡bailando en dos patas!
Siempre se la consideró como una metáfora del régimen estalinista y la tradicional costumbre del socialismo de metamorfosearse en oligarca cuando le toca gobernar. Sin embargo, describe con más precisión la mecánica de la lucha para lograr hacerse del poder por el poder mismo en cualquier régimen y lugar. Algo que algunos liberales admiran de Machiavello, en un ejercicio de memoria, más que de discernimiento.
En ese proceso, siempre se mimetizan cuando triunfan con el mal que juraron combatir. Y nada mejor que usar las propias palabras de Orwell, en el final de su novela como recordatorio:
El origen del conflicto parecía ser que tanto Napoleón como el señor Pilkington habían mostrado simultáneamente un as de espadas cada uno.
Doce voces gritaban enfurecidas, y eran todas iguales. No había dudas de la transformación ocurrida en la cara de los cerdos. Los animales asombrados pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro.