Recuerdo reiteradamente la escena cuando conocí a Nelson Mandela en Copenhague. Ignorante, comenté a uno de los periodistas que acompañaba la comitiva: “¡Qué increíble ver que ahora la secretaria que sirve a un negro es una rubia!”. El me miró asombrado y cortó de plano mi frase: “En Sudáfrica hace tiempo que ya no hablamos de color de piel, sólo hablamos de personas”.
Palabras más, palabras menos, lo importante es la lección de cómo una nación remontaba el racismo que había marcado durante siglos su historia. Además, me revelaba cómo desde la izquierda progre muchas veces reaccionamos con frases hechas, con modelos fijos que no nos atrevemos a superar.
Ahora, los bolivianos padecemos similares adjetivos ignorantes por parte de académicos, periodistas, activistas. Sobre todo, son criterios originados en Argentina, en el mismo país que tanto arrinconó a los cabecitas negras, eliminó a los onas y tehuelches originarios y margina a los sobrevivientes.
Pensé que eran sólo los comentaristas deportivos los que despreciaban a los “bolitas” y retrataban con simpleza a la “selección del altiplano” o reiteraban: “la altura de La Paz”. No son los únicos iletrados que ignoran que Bolivia es un país de selvas, florestas, bosques secos, montañas y que el altiplano representa sólo el 10% de su geografía. Lástima que ahora también el binomio presidencial Fernández y Fernández revele su incultura sobre lo que es la sociedad boliviana.
En pleno 2019 escuchamos comentarios emitidos por periodistas argentinos tan absurdos como “Luis Fernando Camacho no parece boliviano”. O reaccionar: “boliviana basura”. Nunca nos comprendieron como nación pluri multi, menos ahora.
Lo inaceptable es que generen tanta confusión y malestar criticando qué una rubia reemplazó al indio. No se han tomado el tiempo de leer la normativa boliviana que prevé sucesiones constitucionales incluso en momentos tan dramáticos como los vividos entre el 10 y el 12 de noviembre. No tienen idea que en Bolivia hubo renuncias presidenciales en este siglo, pero ni Gonzalo Sánchez de Lozada ni Carlos Mesa ordenaron acciones terroristas y cercos incendiarios para despedirse del poder.
No se enteraron en su TV que, al igual que allá, acá llegaron españoles en el Siglo XVI, así como arribaron japoneses, alemanes, árabes, croatas y palestinos. Ni idea de dónde queda San Joaquín, del mestizaje beniano, de sus ríos, de sus cantos, de su forma de vida, de sus costumbres.
Quieren castigar a Jeaninne Añez por ser blanca, por no encajar en su prejuicio de “bolita”, por ser mujer, por ser inteligente, por ser graduada, por ser valiente.
En cambio, los que vivimos el día a día de este intenso mes boliviano agradecemos a esta senadora que decidió dejar sus comodidades para enfrentar una turbulencia, pocas veces tan peligrosa. En pocas horas, en pocos días, ha resuelto asuntos que parecían imposibles. Ha enfrentado las primeras campañas de guerra sucia por su condición de mujer (típico) y ha sabido salir airosa.
El albur quiso que fuese así. Luego del hombre duro, una mujer amable. La providencia le ayudó a contar con otra admirable profesional, Karen Longaric, y como una predestinación el primer abrazo con el adversario fue con una joven, Eva Copa.
Argentina intentará, ni duda cabe, desestabilizar a Bolivia. Cuidado el matón termine entrampado.