Opinión
DE QUE SE HABLA HOY

Quién se atrevería a afirmar hoy, que los lápices no lloran

 

El lápiz está unido a la idea, la idea unida al talento y así el papel se llena de intenciones y trazo a trazo va quedando al descubierto el mensaje, la obra final, el objetivo. Un trozo de cartulina blanca espera sobre la mesa, sabe será la base de otra genialidad que irá jugando con líneas finas y gruesas, líneas rectas o curvas aceleradas y luego robarle los colores a cada caja de lápices o a la paleta de acuarelas.

Hermenegildo Sábat, "Menchi", dedicó su vida a ilustrar ideas, sus ideas. Desde aquel primer retrato del poeta Ruben Darío cuando tenía 12 años hecho a pedido de su maestra en la escuela de la Montevideo que lo vio nacer, la vida de Menchi anduvo recorriendo los senderos de la bohemia, aquella, donde además de pensar a contramano había que tener talento. El del dibujo lo heredó de su abuelo y el resto de esa forma de amar lo que se hace, se le subió al alma en Buenos Aires donde llegó en 1965 con 32 años. Amaba el jazz tanto como la democracia, tocaba el clarinete con la misma sensibilidad con la que sacaba unas fotos increíbles y en su lista de favoritos estaban primeros el chocolate y el tango. 

Lo de pintor autodidacta le vino por la necesidad de salir del dibujo político, del editorial en una imagen, de la noticia caliente, del día a día. Hermenegildo llegó a lo más alto sin hacer ruido, le molestaba hacer ruido, tal vez por eso adoraba las películas mudas de Charles Chaplin. Mantuvo charlas con Jorge Luis Borges, se escribió con Julio Cortázar demostrándose la admiración que se tenían mutuamente, se dio el lujo de sacarle fotos a uno de sus ídolos en el mundo de la música, el clarinetista Benny Goodman.

Le dieron decenas de premios de los más importantes del mundo, incluso uno se lo entregó personalmente Gabriel García Márquez. Desde las páginas del diario Clarín, inmortalizó a los más destacados personajes políticos de nuestro país a los que elogió y criticó sin importarle miedos o censuras. Caricaturizó a Videla y Massera en plena dictadura y no pudieron con él; fue duro con Alfonsín y Menem que pidieron guardarse sus dibujos pese a lo severo de sus mensajes y Cristina Fernández lo llamó "cuasi mafioso "porque la dibujó con una "X" cruzándole los labios, insulto que un caballero como Sábat jamás respondió. El subía, despacio, tranquilo, pero no bajaba jamás. Fue un gran periodista y como tal su muerte lo sorprendió siendo Presidente de la Academia de Periodismo. 

Falleció mientras dormía, tenía 85 años y el mundo de los comunicadores se llenó de pena porque "Menchi" era un tipo especial, muy especial, algo así como el gran capitán del barco del plumín y la tinta china y un genio cargado del poder de síntesis. Querido, admirado, en las salas preferidas de muchos personajes de la vida política nacional, están enmarcados los dibujos de Hermenegildo Sábat con la caricatura del dueño de casa. 

El lunes pasado, a la tardecita, como siempre, Hermenegildo Sábat cerró su taller de trabajo en Clarín, dijo "Hasta mañana" y se fue a su casa.

Tal vez a manera de homenaje a "Menchi" uno pueda adueñarse del genio de otro pintor que se volvió poeta, Rafael Alberti, y pueda "robarle" una estrofa de sus versos dedicados al color de la pintura:

"A ti, por quien la vida combinando
color y color busca ser concreta;
metamorfosis de la forma, meta
del paisaje tranquilo o caminando"

V. CORDERO