Se sabe que Argentina no venera héroes. Adora mártires y cadáveres. Una tradición que viene desde Mariano Moreno, o desde el drama del corazón masón de San Martín que el Libertador pidiera que reposara en el país y que la Catedral se negara a albergar, para finalmente permitirle yacer como una concesión en la medianera lindera, hasta el cuerpo calcinado de un Gardel que peregrinó por el mundo para llegar luego de meses al país recién cuando convenía a la política de turno al mismo tiempo que cantaba desfigurado y enmascarado en los bares de Colombia y Venezuela.
Desde el otro cadáver mártir, el de Eva Perón, llevada por un cruel cáncer que los canallas vivaron y que, embalsamado por unos locos, recorrió el mundo en manos de otros locos para que no fuera símbolo, hasta el cuerpo hervido y descarnado de Lavalle hecho esqueleto y atado a su caballo por sus compañeros de huida para que no lo vejaran los “otros”, como recuerda Sábato en su novela definitiva, Sobre héroes y tumbas, donde tan bien estampa esta prosapia necrofílica y sufriente.
Desde el cobardemente acribillado José Rucci al cajón cerrado de Néstor Kirchner, que después de su paro cardíaco ganó una elección imposible con el apoyo lacrimoso que su esposa ocultó al unificar las mesas, para que no se advirtiera la lástima solidaria de su género. No se puede evitar pensar en las muertes dramáticass de Gatica, de Olmedo, de Bonavena o de Monzón, a quien su choque fatal redimió de su crimen. O el martirio hecho santidad de bandidos como Mate Cosido, Felipe Varela, el Gauchito Gil o el Che Guevara con su inmolación inducida, hoy héroe sólo en tantas remeras, en tantos posters y en tanta admiración de quienes nada saben de él.
Ni son una casualidad los mártires literarios, Martín Fierro, Santos Vega, Facundo, o Laprida huyendo hacia el sur por arrabales últimos, ya sintiendo el intimo cuchillo final en la garganta. Sin contar los muertos del tango, que se mataron sin odio ni lucro, siguiendo a Borges, todos mártires venerados.
Esa tradición revivió el lunes último, cuando Cristina Kirchner soldó herméticamente otra vez, por carta, el cajón de su marido, cuando explicó innecesariamente que no necesitaba, no podía o no quería asistir a la entronización de la estatua calafateada del mártir del Calafate.
Además de que la señora Fernández tiende a desaparecer en los momentos que evocan o concitan dolor, de lo que la sociedad tiene muestras de sobra, no hace falta mucha perspicacia para advertir que quería mostrar un evidente distanciamiento con todos los nestorhomenajeadores, el presidente entre ellos, que debieron resignarse a un homenaje sin viuda, una ausencia de dramatismo irreparable, con un toque de envidia protagónica.
No hacían faltas sutilezas. En su encíclica tuitera del lunes, quedó claro que Cristina se estaba divorciando no sólo de la estatua efusiva de Néstor sino de Alberto Fernández y todos sus seguidores, que a esta altura tienen para ella menos utilidad que el mausoleo. Cuando Perón quería reemplazar a algunos de sus tantos emisarios-representantes durante su exilio-martirio, solía hacer trascender una frase: “Me ha traicionado”. Eso indicaba a los seguidores que ya no debían obedecer al mandadero y que sería reemplazado de inmediato. Cámpora fue uno de los destinatarios de esa frase, además de otro calificativo que hoy disfruta Parrilli. Sin apelar a copiar al líder, la vicepresidente dijo lo mismo con su estilo de mater dolorosa. Pasó página. Alberto es historia. Ella fue juez y verdugo.
Tras esta decapitación masiva subyace el verdadero peligro, que es el acuerdo que parece estar proponiendo la expresidente. ¿Entre quienes propone acordar? ¿Con el peronismo? ¿Con el peronismo cercano a Macri? ¿Con Juntos por el Cambio? ¿Con Macri? Quien ha sido reiteradamente admirada por el periodismo como poseedora de una gran habilidad y visión política, no puede ignorar que hay un gran sector de la sociedad que no le cree. Y no sólo el 41%. Por algo tuvo que recurrir a Fernández y a Massa, tragando duro. No hay nada que ella prometa que la sociedad le vaya a creer. De modo que no puede ser tan ilusa de presuponerlo. Para no perder tiempo, se puede resumir así: ¿quién le creerá a Cristina K? ¿Y quién le dará crédito, en el doble sentido del término? Ni sus seguidores más fervientes, a quienes sólo mueve algún tipo de interés.
De modo que su propuesta es inconsecuente e irrelevante. Lo máximo que puede conseguir es algún escenario de compromiso e hipocresías aplaudidoras como los tantos que le armaron en su presidencia. Sin ningún efecto. O con efectos letales.
Es posible que el temor que inspira su capacidad de daño predisponga a algunos a ensayar negociaciones con ella para atenuar sus despropósitos. El extraño llamado de Elisa Carrió a aprobar la designación de Rafecas como Procurador, parece ir en ese sentido: “Aprobémosle algo para que no haga un desastre”. En el mismo camino se pueden leer algunas de las declaraciones de Miguel Pichetto, súbitamente mucho más tolerante y comprensivo. Y hasta la mismísima reaparición de Mauricio como contraparte.
También el temor a que destape situaciones complicadas. No hay que olvidar cuando la actual presidente propietaria del Senado lanzó su pedido de auditoría de toda la obra pública desde el comienzo del kirchnerismo hasta la actualidad. Ella fue simultáneamente adjudicataria y competidora en esas obras. Conoce todas las tramoyas y a los tramoyistas. Como conoce muchas tramoyas judiciales a los más altos niveles. O de los más altos niveles. También ella estuvo de los dos lados de ese mostrador. Más el tercer lado, el de los espías.
Para ponerlo con más claridad, no hay manera en que Cristina K haga un acuerdo creíble y cumplible que implique seriedad institucional y económica. Bajar el gasto, achicar el estado, reducir el populismo, dejar de incentivar las puebladas y de jugarse por Maduro, Castro y la Patria Grande. No lo hará, prometa lo que prometiere. Nadie puede ignorarlo.
Cuando dice que hay que hacer un acuerdo para salir del bimonetarismo, además de mostrar un profundo desconocimiento técnico, está abriendo la discusión hacia medidas autocráticas, prohibiciones, imposiciones, limitaciones, nunca hacia una economía libre, ni a una sociedad libre, palabra que le resulta incomprensible.
Sin embargo, aún cuando todos dicen entender eso, y quieren negociar con la Constitución sobre la mesa, preocupa lo que habrá debajo de la mesa en ese Pacto de la Moncloa subdesarrollado. ¿Qué se negocia? ¿A qué le temen? Es evidente que esa negociación está en marcha. No es casualidad que en 48 horas se hayan resuelto tanto institucionalmente como en su ejecución dos episodios de usurpación violenta que amenazaban con crear graves enfrentamientos. No es casual que la grosera Hebe esté en contra de las tomas, igual que el parricida Shocklender. ¿Fue una demostración de poder provocar las usurpaciones para luego mostrar la conveniencia de un pacto, al estilo Tony Soprano?
¿Cristina K negocia con las concesiones mutuas o con el temor? No tiene la flexibilidad ni psicológica ni política como para llegar a términos medios que difícilmente se puedan encontrar a esta altura. Está negociando con el miedo que provoca su capacidad de daño o sus carpetas. O está negociando una impunidad colectiva y multipartidaria. Además, una vez que el populismo acostumbra a sus seguidores a recibir alguna clase de pago por cualquier razón y como solución a cualquier planteo, no puede volver atrás. La señora de Kirchner no puede negociar aunque quisiera. Se acaba de ver bien claro con la coima que paga el gobernador Kicillof para desalojar a los usurpadores. Significa que sin plata no los controlan. De choripaneros a indemnizados por usurpar.
Algunos exégetas de la segunda dama sostienen que puede estar negociando su retiro de la política a cambio de la inmunidad económica, penal e histórica. No han leído psicología ni tampoco zoología. Hay como una mano invisible que guía a Cristina Fernández hacia la inexorabilidad de su destino combinado de Hamelin y de alacrán. Tiene, además, como en Species, a su Designated survivor o delfín, (más zoología) que es para ella irrenunciable, y para una gran mayoría intragable, aún muchos peronistas. De modo que los exégetas están al menos equivocados. Inclusive cuando sueñan con la carta no escrita: “Nos vamos Macri y yo, queda Máximo. Otro héroe inventado ya sería mucho.
Salvo cuando finge estar dolida, de luto, en silla de ruedas o preocupada por su hija cubana, Cristina K no tiene vocación de mártir, es seguro que se crea a veces heroína, a veces estadista, a veces Cleopatra. Pero no es capaz de renunciar a nada ni de sacrificar nada. Y no lo hará. Por eso el país está de nuevo ante un momento de extremo peligro. Las pulsiones cambiarias se han atenuado por poco tiempo, con maniobras y manipulaciones que sólo funcionan en el corto plazo, y con la venta de dólar futuro que pone al gobierno en un zapato chino: si no permite que se evidencie la devaluación ya ocurrida al emitir, provoca una recesión casi final. Si en cambio sincera la pérdida de valor del peso se mete en un tobogán de emisión y deuda local inmanejable. El dólar blue está coimeado como los usurpadores, con el estado operando disfrazado en las cuevas que supuestamente eran para lavadores y traficantes
La pulseada con el agro, donde el Gobierno está más interesado en ganar como un partido de truco que en acordar o negociar, también tiene mal pronóstico, como lo tiene la no negociación con el Fondo, que sigue un curso de colisión notable, proporcional al riesgo país, además de la inminente paralización de crédito de los otros bancos internacionales de fomento.
El desprecio del público y de todos los factores por el peso, no se resuelve con un acuerdo. A menos que el acuerdo se firme en la última página de La acción humana, de von Mises, lo que es inviable e impensable. Uno de los peligros es perder el tiempo con esta propuesta de negociar no se sabe qué, ni quien con quién, por lo menos en lo que está a la luz del día. Lo que se negocia en tinieblas es siempre oscuro.
La columna publicó la semana pasada un acuerdo inventado, con un plan imaginario para razonar por el absurdo, pero de medidas sensatas que se podrían tomar si en serio se quisiera seguir un camino coherente. Si la lectora se toma el trabajo de repasar el punteo, difícilmente encontrará alguna medida que se pudiese acordar con la señora Fernández.
En tales condiciones, la carta de la expresidente no es exactamente una carta. Es un naipe, un naipe marcado jugado por un fullero en el que nadie cree, que invita a jugar un juego que nadie entiende y que nadie quiere jugar.
Transformar al presidente en otro cadáver descarnado atado a su caballo, huyendo derrotado entre sus pocos partidarios y amigos, es haber fabricado un nuevo mártir que, si bien siempre tuvo pocas oportunidades y hasta escasas condiciones para llevar el timón de un delirante país de fantasía, ahora no tiene ninguna.
Por eso, la carta de Cristina K debe quedar sin responder. Como un naipe marcado que nadie admite. Como un juego que no se quiere jugar, como una trampa en la que no se quiere caer. Un acuerdo, aún si se diera el milagro de que fuera de buena fe, tendría la mitad de inspiración cristinista, en el mejor de los casos. Y eso llevaría al mismo resultado que se repite una y otra vez, claro que en cada repetición los mártires, los muertos y las tumbas son menos imaginarios, lejanos y simbólicos.
La carta está llena de podredumbre, aunque obviamente, huela a costoso perfume francés.