¿Cuál es el sentido de volver a Chéjov, a ‘La gaviota’, después de 128 años? ¿Qué hay en ella de inédito o inesperado como para revitalizarla y habilitar otra visita?
Una respuesta probable es que Chéjov, de cuya muerte se cumplieron 120 años el mes pasado, forma parte de la mayoría de los espacios de formación teatral porque se lo asocia estrechamente al trabajo del “actor sobre sí mismo” de Stalisnavksi y al realismo como género teatral.
El desafío es importante porque implica preguntarse qué puede decirnos ese texto hoy para esquivar el peligro de lo anacrónico y encontrar una forma capaz de condensar los antagonismos y tensiones del contexto en el que la versión se produce y circula. Por eso, cualquier adaptación no se limita a una simple traducción. Quizás una de sus claves consista en ajustar su estructura o su retórica para que el texto resuene con nuevos bríos en la percepción actual y que no solo preserve algo de su coherencia con la versión original, sino que también pueda abrir nuevas dimensiones de interpretación y sentido.
Para este cometido es bueno contemplar que uno de los rasgos distintivos del teatro de Chéjov es la forma que adquieren los textos para crear climas y mundos construidos especialmente mediante el uso de los puntos suspensivos o las acotaciones de dramaturgia. Este recurso subraya lo que puede quedar implícito, un procedimiento que sus continuadores en teatro y literatura han llevado al paroxismo (el caso de Tennessee Williams, Raymond Carver o la neozelandesa Katherine Mansfield). Se trata de un texto “a medio decir”, que sugiere más de lo que afirma, dejando entrever mundos internos en lo "no dicho" (‘Something Unspoken’ se llama una obra de Tennessee Williams de 1958).
OPOSICIONES
‘La gaviota’, escrita en 1896, explora conflictos entre expectativas y ambiciones artísticas, así como desilusiones personales en Nina, una joven aspirante a actriz; Irina Arkádina, una actriz madura y ya famosa; su hijo, Konstantín Tréplev, un joven dramaturgo “experimental”; y Boris Trigorin, un escritor ya consagrado. En la adaptación presentada en el teatro Moscú, titulada ‘Qué hermoso era todo antes’, de Lisandro Fiks, la discusión sobre el teatro y la literatura de Chéjov se traslada al debate sobre el cine en la era de las series en streaming, abriendo un diálogo algo estereotipado sobre la creatividad en disputa con la repetición de fórmulas.
La tensión entre lo nuevo y lo establecido se dirime entre Konstantín, el innovador en busca de una voz propia, y Trigorin, el artista consagrado, aunque algo fatigado y distante de los ímpetus del arte ante un mundo que perpetúa fórmulas viejas. Nina, la joven campesina (como en otras obras de Chéjov, la trama se desarrolla en una casa de campo), enamorada de Trigorin, actúa una segunda oposición: su ingenuidad y su deseo de convertirse en actriz se enfrentan a la vanidad y resistencia a las nuevas formas de Arkádina, quien, además de ser la amante, comparte con ella un amor sincero por el escritor.
HISTORIA
Aunque en la primera representación de ‘La gaviota’ la obra no tuvo resonancia, ganó prestigio y audiencia cuando fue dirigida por Stanislavski en el Teatro de Arte de Moscú en 1898. Su éxito se atribuye a los huecos de sentido de los textos de Chéjov, como el subtexto y la cuarta pared, que más tarde serían clásicos de la formación actoral. Tréplev critica la obra de Trigorin por su falta de originalidad y se siente desgarrado por el amor de Nina hacia el maduro escritor. Además, enfrenta la desaprobación de su madre, que no apoya su visión artística y minimiza sus esfuerzos, intensificando sus inseguridades y frustraciones.
¿Y si la escenografía de esta puesta del Moscú, un típico salón con sillones, asientos y lámparas, hubiera incluido segmentaciones para que los personajes pudieran apropiarse de espacios propios? ¿Podría la iluminación, que tiene el potencial de crear todo un mundo, haberse convertido en un recurso para transiciones más sutiles? ¿Afecta la falta de continuidad visual y narrativa la percepción de la verosimilitud, un rasgo importante en la estética de Chéjov?
En relación con la puesta, el monólogo de Nina, uno de los grandes textos del teatro occidental, revela su transformación de jovencita soñadora e ingenua a mujer consciente de las complejidades del arte y la vida. En el texto, Nina proclama su cambio: “Hablaba del teatro. Ahora soy distinta…Ya soy una verdadera actriz, trabajo con fervor, con pasión, experimento una embriaguez en el escenario, me siento hermosa. (…) no siento ya tanto dolor”, y se afirma en su elección: “Cuando pienso en mi vocación no le temo a la vida”.
Aunque la adaptación se sitúa en un contexto típicamente argentino y porteño, y esta Nina emplea gestos y modos de hablar creíbles y “naturales” para una joven argentina, tal vez esta cercanía cultural podría limitar la capacidad de exponer de manera más sutil el carácter universal del cambio que Nina confiesa. En lugar de una expresión regional, la potencia del texto chejoviano se advierte en la plenitud y el movimiento interno del personaje, en su devenir personal. Tal vez una aproximación localista oscurece la capacidad de comunicar la universalidad del cambio que Nina experimenta.
HOMENAJE
También la asociación local se advierte en el homenaje explícito que esta versión hace a ‘Esperando la carroza’: se reproduce el célebre diálogo “yo hago ravioles, ella hace ravioles”. La obra culmina con todos los personajes reunidos en el living, preparándose para ver una película que reconocemos por la música de su banda sonora (‘Barrilito de cerveza’, de Jaromír Vejvoda, compositor checo de esta famosa polka, eslavo como Chéjov). Esta inclusión parece rendir tributo a las actuaciones del célebre filme (se trata, en efecto, de la reunión de un grupo vinculado al espectáculo) y, al mismo tiempo, ¿podría sugerir una resolución de las disputas y tensiones representadas en ‘La gaviota’ a través del juego actoral y el guiño a una obra sobre la naturaleza y particularidades de los/estos vínculos humanos?
Nina es, además, la joven cuyo padre (campesino como ella) desconfía de su interés por el teatro, y cede a la tentación del amor por un escritor consagrado y admirado, por eso lleva en sí misma la oposición campo-ciudad. En efecto, a Chéjov se lo conoce por su crítica a la idealización del campesinado y su exploración de la tensión entre tradición y modernización en la Rusia del siglo XIX, visión que contrastaba con la de otros intelectuales de la época, como los eslavófilos y los populistas, que veían en el campesinado una fuente de reaseguro moral. León Tolstói, por ejemplo, describió el cuento ‘Campesinos’, de Chéjov, como un "pecado contra el pueblo", mientras otros críticos lo acusaban de “calumniar” a Rusia.
Hijo y nieto de campesinos, conocía de primera mano la realidad del campesinado ruso. Como médico, atendió a campesinos sin cobrar y ayudó a construir una escuela en su villa de Mélijovo.
En medio de estos debates, la impronta hegeliana del "espíritu nacional" (Volksgeist) tuvo un impacto significativo, sobre todo en el arte, porque “cada nación tiene un espíritu único” que se manifiesta en su cultura e instituciones. Pero, además, la modernización de las reformas de Pedro el Grande en el siglo XVIII, que buscaba alinear al país con las potencias occidentales, también generó tensiones internas en la literatura y el pensamiento. En efecto, Visarion Bielinski, el crítico literario socialista, que al decir de Lenin “en el curso de casi medio siglo...buscaba ávidamente la teoría revolucionaria justa, siguiendo con celo y diligencia todas y cada una de las ‘últimas palabras’ de Europa y América”, defendió el papel de la literatura como herramienta para la crítica social y la búsqueda de cambio. Sus críticas al régimen zarista y su apoyo a la “literatura comprometida” tuvieron fuerte impacto en escritores como Chéjov y Dostoievski.
A este respecto, en ‘La gaviota’ se exploran los conflictos entre generaciones, las luchas artísticas y las tensiones socioeconómicas. También el ‘Discurso sobre Pushkin’ de Dostoievski (1880) articuló la importancia del "espíritu nacional" al unir diversos grupos en una celebración del “genio” ruso. Las disputas de las relaciones de Rusia con Europa, y Asia también, concitaron, además, la atención del filósofo Piotr Chaadáiev, pensador de vanguardia y amigo cercano de Pushkin. Chaadáiev, conocido por sus “Cartas filosóficas” de 1836, sostenía que Rusia había estado al margen de los principales movimientos intelectuales y políticos europeos. Esta visión crítica contrastaba notablemente con la glorificación del "alma rusa" promovida por eslavófilos y nacionalistas. En ‘La gaviota’, esta crítica podría insinuarse en la superficialidad y el esnobismo de ciertos aspectos de la vida cultural y artística, y evidencia la tensión entre tradición y modernización en las máscaras que actúan los jóvenes y los adultos.
MUY ACTUALES
Este marco cultural y artístico de la Rusia de Chéjov, junto con sus debates, es propicio para replantear una puesta en escena de ‘La gaviota’ en Buenos Aires. La reinterpretación a través del prisma de las nuevas formas de arte y los medios digitales subraya la relevancia siempre vigente de las preguntas sobre identidad, tradición y modernidad. En un contexto donde la política cultural de nuestro país (si es que se puede llamar así) formula apotegmas escalofriantes y anticipatorios como “no vamos a financiar películas que no tengan espectadores”, los mundos y debates de Chéjov siguen resonando con potente actualidad. Así, ‘La gaviota’, y las tensiones de su tiempo, si se abordan con una mirada aguda preservan su relevancia e invitan a reconsiderar la relación entre arte, cultura y política del presente.
Calificación: Buena