Francisco De la Mata envió el centro al área de Racing. René Pontoni recibió la pelota de espaldas al arco. La paró con el pecho. La dejó bajar al pie derecho y la mantuvo, sin tocar el piso. Se le acercaron los defensores Saturnino Yebra y Nicolás Palma. Para evitarlos, envió el balón hacia arriba, esquivó a los rivales por un costado y antes de que la redonda cayera, sacó un remate cruzado inatajable para Héctor Ricardo. ¡Golazo! Golazo de Pontoni, un delantero exquisito que llenó de fútbol a San Lorenzo en la década del 40.
El nombre y el apellido de ese hombre nacido en Santa Fe el 18 de mayo de 1920 adquieren todavía un significado mayor si se los nombra junto con los de Armando Farro y Rinaldo Martino. Juntos le dieron vida al fundamento ofensivo de uno de los equipos más recordados de todos los tiempos: el San Lorenzo campeón de 1946. Ese fabuloso conjunto azulgrana se quedó con el título de ese año desplegando un juego pleno de habilidad y eficacia.
La campaña que lo llevó a la cima fue implacable: 20 victorias, 6 triunfos y apenas 4 derrotas. Ese confiable andar le permitió aventajar por cuatro puntos a Boca, su escolta más inmediato. La mayor manifestación de su poderío estaba dada por su arrasador ataque, reflejado en los 90 goles marcados en 30 partidos, a un notable promedio de tres tantos por encuentro. Esa voracidad ofensiva tenía como pilares a Pontoni, quien aportó 20 conquistas y a Farro y a Martino, que se repartieron otras 36.
Junto a Armando Farro y a Rinaldo Martino formó el famoso Terceto de Oro que lideró a San Lorenzo al título en 1946.
Farro, Pontoni y Martino le otorgaban el toque de distinción a ese San Lorenzo que se hizo lugar en la historia cuando aún estaba en su esplendor La Máquina de River y Boca contaba con un conjunto que rendía culto a su tradicional garra. La fantástica reunión futbolera de talentos personificada por los tres atacantes azulgranas tuvo nombre propio: la llamaban el Terceto de oro.
¿Cuál era el secreto del fútbol de gala de ese San Lorenzo? Félix Daniel Frascara, una de las más lúcidas plumas de la revista El Gráfico, lo explicaba con claridad: “Jugó a la manera de Pontoni y trajo a las canchas porteñas la arrogancia y la vistosidad del fútbol auténticamente argentino”. Jugar “a la manera de Pontoni” significaba aunar exquisitez, habilidad, inteligencia y lujos al servicio del fútbol.
Osvaldo Ardizzone, un escritor y periodista de singular sensibilidad, también brindaba en El Gráfico su mirada sobre Pontoni: “René... Y hasta la musical fonética de su nombre suena como asociada a la pinta de galán francés. Como si en la caprichosa ocurrencia del bautismo ya jugara el presagio de ese dandy metido a jugador de fútbol”. Esas características tan particulares sedujeron a un pibe de nueve años que no se perdía un solo partido de San Lorenzo: el corazón del niño Jorge Bergoglio -el papa Francisco- se enamoró de los colores azulgranas gracias a ese equipo y, fundamentalmente, a Pontoni, su ídolo.
Otros tiempos: según un aviso publicitario, Pontoni jugaba mejor porque fumaba cigarillos Caravanas.
A propósito: el golazo de Pontoni contra Racing fue el cuarto de un despiadado 5-0 del conjunto que dirigían técnicamente Diego García y Pedro Omar a La Academia. Ese partido se disputó el 20 de octubre de 1946 y correspondió a la 27ª jornada del torneo, cuando San Lorenzo se encaminaba a puro gol hacia el título que se le negaba desde hacía bastante tiempo.
EL “GORDITO” JUGABA BÁRBARO
En 1924, Pontoni fue sacudido por el azote de una tragedia familiar. Su padre, Hermenegildo, murió y mamá Lucía tuvo que ponerse al frente del hogar. La infancia del niño René Alejandro se vio interrumpida a los 12 años, cuando no tuvo otra alternativa que salir a ganarse el pan como repartidor de huevos. Iba de la mano de su hermano mayor, Juan, quien, además, fue el que acercó el fútbol a su vida.
Juan lo sacó de los potreros en los que empezaba a destacarse por su habilidad y por la potencia de su remate y lo llevó a Gimnasia y Esgrima de Santa Fe, donde él mismo jugaba. El joven no tardó en ganarse un apodo que reflejaba a las claras la mejor cualidad que le veían en ese entonces: le decían La Mula. Si, le daba duro a la pelota… Pero en la casa de Lucía y de sus hijos Leticia, Aurora, Inés, Juan y René había más espacio para las privaciones que para los sueños.
Entonces, por más que el menor de los Pontoni desde los 13 se lucía como centrodelantero con la camiseta azul recorrida por una franja horizontal blanca en el torneo de Sexta División, tuvo que poner en pausa su carrera futbolística. Las necesidades estaban primero. Cambió de trabajo y estuvo varios años alejado de las canchas. Su cuerpo cambió y no precisamente para bien: pasó de 45 a 75 kilos. La pancita no permitía divisar al fenomenal jugador que había amanecido en Gimnasia…
La estampa de La Chancha en una pose clásica de los años 40.
El paso del tiempo y las transformaciones corporales no bastaron para que en su club se olvidaran de lo que él podía hacer con la pelota en los pies. Los dirigentes de Los Pistoleros -así apodaban al equipo desde 1931- fueron a buscarlo en 1937. Pretendían recuperar a ese diamante en bruto. Lo tentaron con jugar en la Primera del club, siempre y cuando aceptara un riguroso plan de entrenamiento. Reapareció con cuatro goles en un partido contra Ferro de Santa Fe. Se consagró en un abrir y cerrar de ojos. Sí, el gordito jugaba bárbaro.
POR AMOR AL ARTE
“Siempre jugué para divertirme. La pisaba, amagaba, gambeteaba, hacía paredes y me iba hacia el gol”, dijo Pontoni en alguna ocasión sobre su manera de sentir el fútbol. Esa actitud despreocupada por el dinero tenía una razón: recibía un buen sueldo en su trabajo en las oficinas de Bagley en Santa Fe y no veía las jornadas domingueras con la camiseta de Gimnasia como algo más que una oportunidad para sacar a relucir sus fabulosas condiciones técnicas. Por esa razón, se negó a ser transferido nada más y nada menos que a Boca Juniors.
“Aquí gano 100 pesos, estoy tranquilo con mi familia, mis amigos y el club. No quiero ser un futbolista profesional, juego a la pelota por diversión y rechazo otras responsabilidades”, dejaba en claro La Chancha, tal como conocían en el barrio a ese atacante alto que todavía tenía algunos kilos de más y que, a simple vista, no llamaba demasiado la atención. Claro, todo se hacía diferente cuando le llegaba la pelota…
La tapa de la revista La cancha, dedicada al atacante azulgrana.
“Al año siguiente me nombran para integrar el combinado de Santa Fe que disputaba el Campeonato Argentino... Y entonces sí, ya empezaron a conocerme más... Ya preguntaban `¿quién era ese gordito que jugaba adelante?´. ¿Sabés cuánto pesaba entonces? Como 80 kilos... Grandote como ahora. Pero ganaba con la habilidad, me sacaba fácil a la gente y además marcaba goles...”, relataba mucho después en una entrevista publicada en las páginas de El Gráfico.
Corría 1940 y las posibilidades llamaban a su puerta. No se tentó con la mudanza a Buenos Aires para vestirse de azul y oro y tampoco lo convencieron de aceptar el pase que Rosario Central había acordado con Gimnasia a cambio de seis mil pesos. Así y todo, deslumbró con la camiseta de Colón en un amistoso contra Peñarol, pero de ningún modo quiso alejarse de su familia para llevar su calidad a Uruguay. Su placer era jugar, no vivir del fútbol. Para eso tenía un empleo…
No había dinero que lo conmoviera. Mientras, él hacía entusiasmar a los hinchas de Gimnasia y a los de su provincia. En el Campeonato Argentino del 40 le metió dos goles a Juan Estrada, arquero de Boca, en la final que el Seleccionado de Santa Fe perdió 7-4 con el del Capital. Su fama ya se extendía más allá de las fronteras de su tierra. Sin embargo, Pontoni seguía firme en su equipo. Al menos, hasta que el azar intervino para modificar esa situación.
Su consagración en Newell´s fue casi inmediata,
Cuando estaba cerca de cumplir los 21 años le tocó el servicio militar obligatorio en el Regimiento 12 de Infantería, en Santa Fe. Apareció en escena un dirigente de Newell´s y con sus contactos políticos consiguió el traslado de Pontoni al Regimiento 11 de Infantería, con sede en Rosario. Su siguiente movida fue ofrecerle al futbolista aprovechar su estancia en esa ciudad para someterse a una prueba en el elenco leproso. Superó el examen con honores -le hizo tres goles al arquero Luis Bernabé Heredia- y el técnico Adolfo Celli -una antigua gloria rojinegra- aprobó de inmediato su incorporación.
La operación se firmó por 22 mil pesos para Gimnasia y un sueldo de 200 para el jugador, más una prima de 1.250 y un premio de 200 por partido ganado. Además, José Canteli, amigo y socio de Pontoni en el ataque de Los Pistoleros, y el defensor César Garbagnoli también se sumaron a Newell´s.
CONSAGRACIÓN INMEDIATA
El día del puntapié inicial del torneo de Primera de 1941, La Chancha demostró que estaba en el momento justo para triunfar. El 30 de marzo, fue la figura de Newell´s en la apabullante victoria sobre San Lorenzo por 5-0. Hizo el segundo gol y condujo el ataque de su equipo, en el que Canteli logró dos tantos. El arquero azulgrana era justamente Heredia, quien dejó el elenco leproso casi al mismo tiempo en el que llegaba Pontoni.
La delantera de Newell´s: Juan Gayol, José Canteli, Pontoni, Mario Morosano y Juan Silvano Ferreyra.
Dos semanas más tarde, se reencontró con Estada, el guardavalla al que sometió dos veces en el Campeonato Argentino del 40. Y volvió a marcarle un par de tantos en el 3-2 de Newell´s sobre Boca. Asumió un protagonismo estelar en el equipo dirigido por Celli, que cumplió una campaña muy destacada que lo llevó hasta un meritorio tercer puesto, detrás del campeón River, que empezaba a disfrutar del revolucionario estilo de La Máquina, y de San Lorenzo.
Pontoni, a quien también le decían Huevo, cosechó aplausos a granel gracias a la estética de su juego y, por supuesto, a su caudal de goles. En ese torneo anotó 20, entre ellos dos a Rosario Central en el 5-0 con el que se saldó clásico de la anteúltima jornada y tres en el lapidario 9-2 de Newell´s sobre Lanús en el cierre del certamen. El máximo artillero fue Canteli, con 31, pero en el imaginario popular había surgido un centrodelantero que estaba a la altura de los mejores de la época.
Estaba en su plenitud el fenomenal paraguayo Arsenio Erico en Independiente, en Boca sobresalía la categoría de Jaime Sarlanga, el vasco Isidro Lángara era impiadoso en San Lorenzo y en Huracán festejaba sus últimos goles el guapo Herminio Masantonio. Por si fuera poco, River había descubierto en Adolfo Pedernera a un jugador inteligentísimo para diseñar los ataques de River desde la posición de lo que en el siglo XXI se conoce como falso 9. Entre todos esos fenómenos, Pontoni se forjó un nombre propio.
Arsenio Erico, Adolfo Pedernera e Isidro Lángara, tres de los grandes centrodelanteros de la época.
Doce meses más tarde, el centroatacante de Newell´s se puso al frente del equipo y con 24 conquistas ayudó a que alcanzara el cuarto puesto. El título quedó en manos de River en el año en el que quedó entronizado el perfecto mecanismo de La Máquina, ya con su composición más admirada: Juan Carlos Muñoz, José Manuel Moreno, Pedernera, Ángel Labruna y Félix Loustau. Pontoni escoltó en la tabla de goleadores a su futuro socio en San Lorenzo, Martino, quien sumó 25.
Dos festejos en el 7-2 contra Gimnasia, otros tantos en el 7-3 en la visita a Tigre, tres en el 5-3 sobre Racing, un triplete en el 5-0 a Chacarita y un gol en el 2-1 sobre River emergen como los principales hitos de una campaña que no tardó en llevarlo a la Selección argentina.
El 25 de mayo de 1942, Pontoni debutó en el representativo nacional en la goleada por 4-1 frente a Uruguay. En ese partido por la Copa Newton -un tradicional trofeo de esos tiempos- su carta de presentación consistió en dos festejos propios. Compartió la ofensiva con Muñoz (River), Moreno (River), Martino (San Lorenzo) y El Chueco Enrique García, habilidosísimo puntero izquierdo de Racing. Ese encuentro ofreció un dato estadístico para la historia: por primera vez se juntaron Pontoni y Martino.
Pontoni y Martino también unieron sus talentos para lucirse en la Selección.
Si bien las campañas leprosas en los siguientes campeonatos no llamaron demasiado la atención, nadie se detenía a discutir las cualidades del atacante santafesino. Era una estrella en un tiempo en el que el fútbol argentino se asemejaba a un cielo con constelaciones de una belleza singular. Por esa razón quedaba justificada su presencia en el triunfo de la Selección por 3-2 contra Uruguay por la Copa Juan Mignaburu. Dos de los goles tuvieron la firma de Pontoni.
En cuatro brillantes años en Newell´s celebró 67 tantos en 110 partidos. El promedio de 0,61 goles cada 90 minutos constituye una clara señal de la efectividad de un futbolista que estaba listo para afrontar un desafío mayor.
EL TERCETO DE ORO
A fines de 1944, a San Lorenzo no le tembló el pulso para poner sobre la mesa una fortuna para quedarse con la figura leprosa. Pactó con Newell´s el pago de 40 mil pesos por la transferencia de Pontoni y, para alcanzar los 100 mil que pedían los rosarinos, cedió al delantero Mario Fernández -un excelente definidor que registró 11 goles en 15 partidos- y al defensor José María Arnaldo.
Farro, Pontoni y Martino se juntaron en Boedo en 1945 y un año más tarde hicieron historia.
En esos días, en Boedo también contrataron a Farro, quien arribó proveniente de Banfield. Sin que nadie lo advirtiera, había nacido el Terceto de Oro: Farro-Pontoni-Martino. Con ellos, San Lorenzo empezó a gozar de una tarea de una belleza casi poética. Sin embargo, River, con su delantera de leyenda como principal argumento, acabó en lo más alto de la tabla después de dos temporadas en las que Boca había sido bicampeón.
Los de Boedo fueron cuartos, pero ya esbozaban atisbos de un funcionamiento que prometía ser arrollador. Martino, quien se había presentado en sociedad en 1941, resultó el delantero más productivo, con 19 goles, Pontoni lo siguió con 12 y Farro, el más sacrificado de los tres por su predisposición para colaborar con la marca y el armado de las maniobras de ataque, terminó con 10.
De todos modos, los tres delanteros de San Lorenzo tuvieron motivos para celebrar: integraron la Selección argentina que se consagró en el Sudamericano Extra de 1945. El técnico Guillermo Stábile, el antiguo goleador del Mundial de 1930, edificó un equipo de una riqueza incalculable para hilvanar el primero de los tres títulos consecutivos del conjunto albiceleste en la competición que hoy se conoce como Copa América.
Pedernera y Pontoni, dos fenómenos que se disputaban el puesto en el Seleccionado.
Solo para detenerse en la ofensiva del equipo, El Filtrador había incluido al Atómico Mario Boyé (Boca), Vicente Capote De la Mata (Independiente), Norberto Tucho Méndez (Racing), Manuel Pelegrina (Estudiantes), Juan José Ferraro (Vélez), Loustau (River), Muñoz (River) y al trío azulgrana Farro, Pontoni y Martino. Argentina le ganó 4-0 a Bolivia (un gol de Martino y otro de Pontoni), 4-2 a Ecuador (otra vez marcaron Martino y Pontoni), 9-1 a Colombia (dos de Pontoni y uno de Martino), 3-1 a Brasil y 1-0 a Uruguay (gol de Martino). Finalizó invicta, ya que, además, igualó 1-1 con Chile.
En la segunda ronda del torneo de Primera División de 1946 se terminó de amalgamar el extraordinario funcionamiento que le permitió a San Lorenzo ser campeón en 1946. Peleó con Boca durante toda la segunda rueda, luego de que River amagara con ser el tercero en discordia y perdiera terreno en la lucha final.
El Ciclón -apodo surgido en los años 30 por la imaginación del periodista Hugo Marini, del diario Crítica- acaparó abultadas victorias que le permitían exhibir su poder de fuego. Le ganó 4-1 y 7-0 a Rosario Central, 4-2 a Ferro, 4-3 y 4-2 a Chacarita, 4-1 y 5-0 a Vélez, 4-1 a Estudiantes, 5-1 a Lanús, 6-1 a Atlanta, 5-0 a Racing y 5-1 a Platense. Demoledor, encantó a sus hinchas con soberbias actuaciones en las que se distinguió el juego casi perfecto del trío Farro-Pontoni-Martino.
Mierko Blazina; Ángel Zubieta, Oscar Basso, José Vanzini; Salvador Grecco, Bartolomé Colombo; Farro, Martino; Mario Imbelloni, Pontoni y Oscar Silva o Francisco De la Mata conformaron ese campeón que resiste el paso de los años y aún brota de la memoria de los viejos hinchas cuando deben mencionar al mejor San Lorenzo de todos los tiempos.
Un equipo demoledor: el San Lorenzo campeón de 1946.
Ese equipo paseó su sensacional repertorio por Europa a finales del 46. Debutó ganándole 4-1 a Atlético Aviación (así se denominó al Atlético Madrid de 1939 a 1947) y luego perdió por el mismo marcador contra Real Madrid. Ese traspié, consumado el 25 de diciembre, fue el único de una magnífica exhibición de diez partidos que tuvo como picos los triunfos por 7-5 y 6-1 sobre la selección española, el 9-4 contra el Porto, de Portugal, y el 10-4 frente a la seleccionado lusitano.
El nivel de Pontoni fue tan elevado que José Samitier, asesor técnico del Barcelona, le acercó un cheque en blanco al delantero para que se sume al elenco catalán. El jugador lo envió a hablar con el presidente Domingo Peluffo, quien rechazó tajantemente el ofrecimiento: “Imposible. Si lo vendo, los socios me matan cuando llegue a Buenos Aires”.
A principios de año, Pontoni también había integrado, junto con Martino, el plantel de la Selección que se quedó con el Sudamericano Extra de 1946. En esa oportunidad, sin embargo, el centrodelantero azulgrana debió resignarse a un rol secundario, dado que el titular fue Pedernera. Lo mismo le ocurrió a su socio en San Lorenzo, relegado por Labruna. Stábile contaba con tantos cracks que no tenía otra alternativa que hacerlos rotar. El fútbol argentino vivía su época dorada.
Frente a Atlético Aviación, en la inolvidable gira por Europa.
En la Copa América de 1947, en Guayaquil, Pontoni compartió el puesto con Alfredo Di Stéfano, quien ese año se había afianzado en River tras la partida de Pedernera a Atlanta. El santafesino marcó tres goles en el 6-0 contra Paraguay y uno en el 7-0 frente a Bolivia. Su tercer título sudamericano con la camiseta albiceleste clausuró un ciclo internacional que se resume en 19 partidos con igual cantidad de tantos. Sí, alcanzó un promedio de una conquista por encuentro…
Ese fue el último gran año de La Chancha. Con 23 goles sobresalió en un San Lorenzo que repitió algunos de los desempeños del 46, pero no pudo seguirle el ritmo a un River que fue campeón con Di Stéfano (autor de 28 tantos) como figura. En la 24ª fecha del torneo de 1948, una brutal infracción del zaguero de Boca Rodolfo De Zorzi le provocó la rotura de los ligamentos de la rodilla derecha. Nunca pudo recuperarse del todo y, aunque extendió su carrera por el fútbol colombiano (Independiente Santa Fe de Medellín entre 1949 y 1952) y brasileño (Portuguesa, en 1953), ya no era el mismo.
Regresó en 1954 a San Lorenzo para despedirse cobijado por el cariño de los hinchas. Dio el presente en la caída por 2-1 contra Racing en El Gasómetro de avenida La Plata y una semana más tarde, el 19 de septiembre, jugó por última vez en la derrota por 3-2 con Lanús. Se fue con un gol, el 66º en 98 partidos con la camiseta azulgrana. Dejó inalterable la imagen de un delantero que puso la exquisitez al servicio del gol.