Un gobernador da un discurso en un municipio del conurbano con loas hacia su gobierno (hacia él) por la política en salud. En ese mismo discurso, una mujer se abalanza contra él diciendo que no hay un solo pediatra en la zona y el centro de salud está cerrado. El gobierno lanza una política de "igualdad menstrual", galimatías que dice con ella buscar "reducir la desigualdad y discriminación hacia los seres menstruantes". En esta construcción ideológica sin correlato con la realidad los seres menstruantes incluyen a todos los que se perciban como tal, aunque no sean mujeres biológicamente con útero y endometrio.
En el tedeum del 25 de mayo el arzobispo de Buenos Aires, Mario Aurelio Poli, habló de la pobreza en particular la que afecta a la población infantil. Se refirió a varios informes recientes sobre la relación y estadísticas de la pobreza en la infancia. El tradicional del Observatorio para la Deuda Social de la UCA o varios informes de la CEPAL donde en el de 2022 se muestra cómo la pobreza ha aumentado respecto de los índices prepandemia y sigue creciendo, o de la UNICEF ("La Pobreza en Niños, Niñas y Adolescentes en la Argentina Reciente" ) que muestra que en nuestro país 6 de cada 10 niños se encuentran en situación de pobreza. Finalmente, en días previos a esa homilía, un informe del propio INDEC da cuenta de la misma situación, con zonas de indigencia del 25 % y pobreza del 60%.
Sin embargo, las acciones de gobierno son dirigidas a ser "adelantados en el mundo en Derechos humanos", pero no abordan la pobreza, la desnutrición que se manifiesta brutal y concretamente en la realidad, hasta ir a interpelar directamente a estos sofistas fariseos.
Los ejemplos son múltiples, el de la desnutrición infantil nos humilla como miembros de la humanidad, toda vez que "el futuro son los niños" o los únicos privilegiados son los niños".
En el país en que la franja infanto-juvenil está siendo diezmada por las adicciones a estupefacientes, en particular la misma población etaria y social, que lo es por la pobreza y la "hambruna", se cierra una sala del Hospital Alejandro Korn (Melchor Romero), y se coloca una placa que reza a "la memoria de los cientos de personas que vivieron, sobrevivieron y murieron aquí", como si se refirieran a un campo de concentración. La ley de Salud Mental 26.657, y especialmente sus acólitos, siguen cantando loas a un sistema que busca demonizar la psiquiatría como saber y práctica. Pero hacia los pacientes y sus familias que piden ayuda con el flagelo de las patologías adictivas, no hay escucha o respuesta.
Cada uno de estos temas tiene un desarrollo extenso en sí, y de alguna manera ilustra esa situación de locura que mencionara en el artículo publicado en La Prensa "La Biblia y el calefón". La pregunta por detrás de esto y recibo en requisitoria periodísticas, entiendo bien intencionadas, es: "¿Cómo no se dan cuenta (los dirigentes)? La pregunta necesita imaginar que no se dan cuenta ya que lo opuesto nos enfrenta con el horror real, lo concreto y es que esos sujetos están en su propia "burbuja de percepciones" y conciencia, en la cual ven una representación de su realidad con total falta de contacto con el otro, si se quiere la repetida y nunca aplicada empatía. ¿Sirve el diagnóstico de narcisismo, psicopatía, falta de empatía u otro? En realidad, no. Ya que va mucho más allá de ello y porque al mismo tiempo el personaje representado "para la galería", es el de personas a las cuales lo que más les interesa es el bienestar de la comunidad, de sus gobernados. En un discurso repetido por ellos y su espacio, su propia "esfera pública", quizás usando el concepto de Habermas, han creado un microclima.
El hubris (o hibris) de los griegos más cercanamente adjudicándole un síndrome (inexistente en medicina), nos habla de la desmesura en la arrogancia, en el desprecio por el otro.
Lord Acton acuñó una frase repetida muchas veces "El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente". La cuestión, mirando a la historia, no ha tenido que ver con la locura en términos médicos o psicológicos sino como locura social, como peligro para la sociedad. Los clínicos clásicos hablaban de "locura moral". Si bien existen innumerables casos en la historia de monarcas con signos claros de padecimiento de enfermedades mentales psicóticas, se puede argumentar de Nerón, o Cómodo el hijo de Marco Aurelio, o Idi Amin afectado por una sífilis cuaternaria, en realidad lo que vemos es la banalidad del mal, idea que popularizó Hanna Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén posterior a los juicios del genocida Eichman, posterior a su captura en nuestro país. En estos sujetos banales percibimos una serie de carencias que al obtener poder sobrecompensan. Así, los mismos que no dejan de hablar de su origen humilde, casi ligado a la pobreza y con una retórica anticapitalista, no pueden evitar mostrar símbolos de la misma de una manera obscena. Pero esas carencias no son materiales, son deseos desmesurados de poder. Hay quienes dicen y adhiero que no es "el poder" necesariamente que corrompe, sino que el mismo devela nuestra verdadera identidad.
Karl Jung hablaba frecuentemente de la sombra, esa parte no asumida del ser, que de no hacerla consciente se apodera de nosotros.
El inconveniente es que, al tener poder, esa sombra se alarga y proyecta su oscuridad sobre los demás. Esa oscuridad psíquica se vuelve concreta y tiene un costo, como decíamos al inicio, sobre los niños que no logran llegar a construir siquiera su psiquismo en la desnutrición que generan estos auto percibidos amos del mundo.
Quizás como plantean los criminólogos y estudiosos del comportamiento humano como Zimbardo o Robert Hare, no se trata de patologías, de locura, no hay que buscar eso, sino solo de maldad, de falta de conciencia, de locura moral, es decir esa maldad tan banal que la vuelve aún más peligrosa.