Cinco meses son 150 días. Normalmente se le dan 100 días a un nuevo gobierno antes de empezar a contarle las costillas. Javier Milei consiguió un bonus del 50%, probablemente gracias a la buena imagen de que sigue gozando en las encuestas. Pero no hay plazo que no se cumpla, y es hora de hacer las cuentas. Muchos han empezado a hacerlas, y no les dan bien. Muestran un frenazo descomunal en los principales indicadores de actividad económica: industria, construcción, consumo; tendencia que encuentra su correlato en la caída del empleo y del uso de la capacidad industrial instalada. Salarios y jubilaciones perdieron poder adquisitivo frente a un alza constante del costo de la vida que obligó al Gobierno a postergar anunciadas correcciones en las tarifas de los servicios.
La penuria social va en aumento, y muerde con más fuerza entre quienes no se esperaban un trance tan duro: las clases medias, los pequeños comercios, las industrias chicas y medianas, para quienes suben todos los costos, bajan todos los ingresos y ni siquiera pueden proteger sus reservas o sus ahorros con el recurso elemental del plazo fijo porque el Banco Central se apropia de ellos para pagar sus propias deudas.
El cierre de pymes y el desempleo se ciernen en el horizonte como las amenazas más temidas. Curiosidades de la historia: como ocurrió en los 70 respecto de los campos de detención ilegales, se necesitó un video de la BBC para instalar el tema del sufrimiento ciudadano entre los consumidores de la prensa complaciente con el poder.
La narrativa oficial dice que el coma inducido impuesto a la economía nacional era el tratamiento adecuado para evitar una hiperinflación en ciernes y reducir la inflación a un dígito en un plazo insólitamente breve. Respetados economistas dudan sin embargo de que haya existido un peligro real de hiperinflación, y dicen que la inflación se desplomó por las malas razones —la gente no tiene dinero para comprar nada, y los precios no pueden seguir subiendo—, y no por las buenas: un aumento de la oferta de bienes. El Gobierno se jacta también de haber reducido a cero el déficit fiscal y, nuevamente, los economistas críticos dicen que sólo lo hizo recortando jubilaciones, paralizando la obra pública y aplazando pagos. Y advierten que la recesión amenaza la recaudación, y por ende el equilibrio fiscal.
Como quiera que sea, nadie acierta a identificar el motor capaz de revertir la tendencia declinante de los indicadores económicos, ni cuándo se iniciará esa reversión.
El Gobierno dice que la falta de apoyo a unos mamotretos legislativos que envió al Congreso al comienzo de su gestión demora el ciclo ascendente, y la oposición responde que la mayoría de esas normas -especialmente las que buscan incentivar las grandes inversiones (RIGI)- sólo apuntan a facilitar la actividad de determinados intereses locales y extranjeros, generalmente orientados hacia un modelo extractivista, especialmente en minería y energía, sin mayor beneficio en términos de crecimiento, desarrollo y empleo. Con sus insólitas facilidades, el Gobierno esperaba más bien recibir rápidamente dineros frescos.
El oficialismo quiso tomar por sorpresa a los legisladores con sus paquetes normativos y no lo logró, después intentó extorsionar a los gobernadores provinciales para que éstos influyeran sobre los legisladores y tampoco lo logró. Pero uno de esos paquetes, el Decreto de Necesidad y Urgencia (que entre otras cosas desató el terremoto de las prepagas) fue rechazado por el Senado y nunca tratado por la cámara baja, con lo cual mantiene su vigencia.
La misma cámara baja aprobó una versión reducida del otro mamotreto normativo, la ley ómnibus, dejando pasar una cantidad demasiado grande de normas lesivas para el país, incluido el RIGI. Los senadores dedicaron al proyecto una mirada más incisiva.
El Gobierno ya se resignó a que la ley -vendida como desreguladora, pero al igual que el malhadado DNU, cuidadosamente orientada en beneficio de intereses muy precisos, tan precisos que casi resultan identificables con nombre y apellido-, no será aprobada tal como el oficialismo esperaba, ni tampoco lo será antes del 25 de mayo, una fecha simbólica que se había fijado.
El gran problema es que, perdidas entre el gigantesco articulado de esos dos mamotretos legislativos, están las reformas estructurales que Milei había prometido en campaña, por las que fue votado, y que el país efectivamente necesita para cambiar de una vez por todas una matriz económica que lo ha condenado a la decadencia y el atraso.
Los cinco meses de Milei estuvieron dominados por dos temas: la macro (reducción del gasto y de la inflación) y las “herramientas legislativas” (DNU y ley ómnibus).
El Presidente mostró un compromiso evidente con el primer asunto y una mayor distancia y desapego con el segundo. Ninguno de los dos había aparecido en la campaña bajo la forma que adquirieron en la realidad: las correcciones macroeconómicas iban a ser aplicadas en forma gradual y lo menos dolorosa posible, y las reformas estructurales eran pocas y precisas, para nada sumergidas en gigantescos conglomerados de disposiciones legislativas.
Ese cambio de estrategia y de políticas aparece luego de la alianza de Milei con Patricia Bullrich y del respaldo más distante de Mauricio Macri, quien rápidamente había descrito al partido triunfante como “débil y fácilmente infiltrable”.
De la mano de Macri llegó Luis Caputo, quien se encargaría de resolver la macro, y de la mano de Bullrich lo hizo Federico Sturzenegger, lobbista de lobbistas, compilador de la ya comentada acumulación de prebendas y canonjías a pedido de grupos corporativos nacionales y extranjeros, en medio de las cuales terminaron insertadas las reformas estructurales del presidente.
Los dos estuvieron al frente del Banco Central durante el gobierno de Macri, y Milei había sido muy crítico respecto del primero y muy elogioso respecto del segundo. Ahora el aprecio parece haberse invertido: el presidente ha dado a su ministro de Economía el mayor respaldo político del que haya gozado ningún predecesor en esa función, probablemente desde Domingo Cavallo.
En cambio, Milei se ha mostrado más distante respecto de los paquetes de leyes de Sturzenegger, e incluso ha dicho que no los necesita para llevar adelante sus políticas centrales, algo en lo que le asiste toda la razón. Esos paquetes fueron el peor error de su gobierno. Caputo tuvo que pedir un amparo a la justicia contra lo dispuesto en el DNU de Sturzenegger respecto de las prepagas.
Las reformas estructurales que Milei prometió y el país necesita pertenecen a los órdenes tributario, laboral, previsional y monetario. Distinta habría sido la historia si el oficialismo las hubiese sometido al Congreso para su debate, una por una y en todos sus detalles. La discusión habría sido mucho más exigente para la oposición, y la ciudadanía habría podido entender qué cuestiones estaban efectivamente en juego y en qué medida la afectaban directamente. Pero nada de eso ocurrió, y la consideración legislativa de los dos mamotretos dejó a la gente al margen de lo importante y a merced de narrativas contrapuestas y mentirosas. Hay cosas que parecen planeadas para que fracasen.
Aunque las intenciones sean diferentes, las consecuencias del ajuste brutal de Caputo pueden ser igualmente frustrantes: si bien le han permitido al Gobierno mostrar en lo inmediato números espectaculares sobre reducción del gasto y caída de la inflación, su misma severidad lo hace insostenible en el tiempo; en algún momento del futuro cercano van a resultar coincidentemente evidentes tanto la magnitud del daño causado por el ajuste en términos sociales y económicos, como la imposibilidad de continuarlo. El peor escenario sería que en ese mismo momento estalle la presión por el atraso cambiario.
La única posibilidad de éxito depende para el ministro de la inyección oportuna en la economía de una magnitud importante de dinero, pero a esta altura ya es claro que ese dinero no vendrá de los organismos internacionales (especialmente el FMI, que consiente los roll-over pero no suelta un dólar más), ni de la inversión privada. Todos aplauden a Milei, pero nadie pone un peso. Donde el presidente cree ver héroes y benefactores, hay mayormente expertos en mercados regulados y cazadores en el zoológico. Entonces surge la pregunta inquietante: ¿quién, qué, va a impulsar la barra ascendente de la V prometida por el gobierno?
“Si el consumo público no aumenta, y no hay inversión para empujar el consumo privado, explicame vos cómo va a ser sustentable este escenario futuro”, dijo Salvador di Stefano en una entrevista.
“Si en la Argentina no hay inversión, no hay salida posible, ni en V, ni en L, ni en la pipita de Nike, ni en W, ni en la letra que a vos se te ocurra.” Para este economista, buen conocedor del sector productivo, allí nadie sabe para dónde agarrar, porque el Gobierno no se ocupa de ellos, no los tiene en cuenta. “Yo creo que no hay macro sin micro, ni micro sin macro, y acá Milei quiere hacer un ajuste macro sin micro”. El Presidente respondería después que la micro es asunto exclusivo de los privados.
Pero Di Stefano cree que en el gobierno faltan definiciones sobre el rumbo a tomar, y que eso afecta las decisiones de los actores económicos. “¿Milei quiere que haya política de Estado o no quiere que haya política de Estado?”, le preguntó a su entrevistador, Roberto García. “Por ejemplo, yo estuve en un seminario del sector porcino. La pregunta es: ¿Milei quiere que haya granjas porcinas en la Argentina, o no las quiere? Porque si Brasil nos inunda con cerdo, no tiene sentido que tengamos granjas. Ahora, sería bueno que él lo explicite, que le diga a la gente: ‘Miren no queremos tener más granjas de cerdo, y vamos a ser importadores de cerdo.’ ¿Me explico?”.
La falta de una política de Estado, sea por incapacidad o por rechazo ideológico para producirla, es crítica en la visión de Di Stefano: “A ver, ¿qué vamos a hacer con el trigo? Por ejemplo: todo lo que está inundado en Brasil, ahí se produce el 90% del trigo de Brasil… Hoy ¿qué tendría que hacer Javier Milei? Llamarlo por teléfono a Lula y decirle ‘Che, te voy a mandar 20 millones de toneladas de trigo si ustedes las necesitan…’ Se tiene que dar vuelta, hablar con el campo, y decirle: ‘Mirá, te elimino las retenciones a cambio de que vos me hagas 25 millones de toneladas de trigo porque ya tengo quién me las va a comprar acá al lado.’ Ahora, eso es política de Estado.”
Pero, ¿estamos realmente ante una ausencia de políticas de Estado, o ante políticas de Estado mal orientadas? Di Stefano hizo notar que Milei dedica tiempo y viajes para hablar por ejemplo con Elon Musk sobre el litio, mientras que “a otras cosas que están ligadas a la producción, a la gente, a producir, a exportar, a la generación de dólares tangibles, no se dedica. Entonces, que me explique a mí a qué se va a dedicar.”
Indirectamente, el economista apuntó también a la cuestión del empleo: “¿Qué rubro del RIGI va a invertir en Córdoba, en el conurbano, en Santa Fe y en Capital Federal? Ninguno. Todo va a la Patagonia, todo va a la zona Cuyo, todo va al NOA.”
Y de inmediato puso el dedo en la llaga: “Para el campo, que en veinte años generó 630.000 millones de dólares, ¿no hay ningún beneficio? Al campo le ponemos retenciones y nada, no le damos nada, le seguimos sacando. A ver, a la ganadería: nada, en absoluto; total, le seguimos sacando. Entonces la pregunta es sobre qué es lo que va a generar inversiones en el interior de la Argentina. Porque la República Argentina mayoritariamente tiene que ver con el agro, y no hay nada para eso. Ahora si el agro sigue sin ser tenido en cuenta, el hombre de campo no va a comprar maquinaria agrícola, y si hoy vos venís a la zona de Cañada de Gómez, Armstrong, Las Rosas, Marcos Juárez, las empresas están todas paradas. Hay un montón de talleres que están todos parados porque no hay ninguna señal.”
Si Di Stefano es baqueano en ese territorio, Miguel Ángel Broda palpa como pocos las inquietudes del mundo financiero. Pero incluso desde allí se teme por el futuro del sector productivo, amenazado por el atraso cambiario. “El Presidente tiene razón cuando dice que en cada circunstancia el tipo de cambio de equilibrio es diferente, y es cierto: si usted hace un montón de cosas y es productivo va a valorizar su moneda”, reconoció Broda en una entrevista, pero advirtió: “Nosotros necesitamos integrarnos al mundo, necesitamos una apertura económica de magnitud, pero no se puede abrir la economía con un dólar muy barato porque usted destruye el capital social, que son las empresas sustitutivas de importaciones que van a quebrar”.
Milei acusaría después de “deshonestidad intelectual” a quienes hablan de atraso cambiario.
El Presidente centró sus preocupaciones en la economía, y eso puede entenderse. Pero su Gobierno ha exhibido un déficit de gestión en el resto de las áreas que no tiene precedentes. No ha trazado balances ni definido políticas en ninguna de ellas, no pudo ofrecer una respuesta organizada a la epidemia de dengue. Dejando de lado a Guillermo Francos, que cumple decorosamente sus funciones, y a Sandra Pettovello, a la que se le encomendaron responsabilidades sobrehumanas, la parte del gabinete con mayor presencia en los medios exhibe a diario su incompetencia sobre los temas que le fueron confiados, y el resto la disimula con su silencio. Ministros y secretarios citados por el Congreso para explicar los paquetes legislativos dejaron en evidencia que no los conocían, y por lo tanto que habían sido escritos por personas ajenas al Gobierno.
El recambio de funcionarios es constante, y las renuncias son tan veloces como los nombramientos. Aún falta designar el 16% de los cargos ministeriales y está sin completar el 63% de los puestos directivos medios y bajos del Estado.
Cuando la prensa les pide cuentas o explicaciones, funcionarios, portavoces y agentes publicitarios del gobierno responden con una arrogancia intolerable. Un colega los describió acertadamente como “despotismo iletrado”: la soberbia es directamente proporcional a la incapacidad y la incapacidad es directamente proporcional a la ignorancia. Y la ignorancia es atrevida: el desprecio del Gobierno por la inteligencia argentina, por los frutos de la inteligencia argentina -y me refiero a la inteligencia en serio, científica, tecnológica, artística, no a esa “cultura” que firma solicitadas y pide subsidios- es sólo comparable a su desprecio por el campo argentino, por los frutos del trabajo del campo argentino.
Milei, por ejemplo, domina perfectamente un modelo matemático -uno entre tantos- sobre el funcionamiento de la economía, cree con ello ser dueño de la verdad revelada, y está decidido a lograr que la realidad se ajuste a ese modelo. Pero, al menos en el caso argentino, su anarcocapitalismo viene a ser lo mismo que forzar la circulación del tránsito, sin regla alguna en absoluto, por un camino en mal estado que no se sabe a dónde va. Gobernar parece ser exactamente lo contrario: fijar un rumbo, allanar el camino que hacia él conduce, sumar voluntades y acordar las reglas para recorrerlo.
Desde que asumió hace cinco meses, el Presidente no ha vuelto a tomar contacto directo con sus votantes. Sólo se ha presentado en foros empresarios y sólo ha conversado con periodistas amigos o extranjeros. El 20% de su tiempo en el cargo lo pasó fuera del país (un mes completo), y ahora mismo se encuentra en España, codeándose con una derecha europea con la que sólo comparte su aversión por la socialdemocracia: todos ellos son nacionalistas, y la palabra Patria no figura en el vocabulario de Milei.
Pese a esto, y pese a todo, el apoyo popular al presidente sigue firme en casi un 50% del electorado. Habrá que creer que las fuerzas del cielo a las que suele invocar lo protegen.
Pero esas mismas fuerzas le han enviado en estos primeros meses de mandato tres señales poderosas: 1) Una multitudinaria marcha de estudiantes que movilizó a millones en todo el país pero cuyas pancartas de repudio mencionaban menos a Milei que a su perro muerto, Conan, rara víctima propiciatoria de los pecados de su amo; 2) un contundente paro nacional de trabajadores cuya señal exterior más evidente fue el silencio atronador que impuso en los grandes centros urbanos; y, por fin, 3) un grave accidente ferroviario en el que milagrosamente no hubo muertos. Ojalá el Presidente sepa entender esas señales. Todavía está a tiempo, pero no hay plazo que no se cumpla