Pasaron menos de cinco minutos desde que el fotógrafo abandonó la oficina en la que Diego Peretti y Federico D'Elía estuvieron posando para la cámara, pero fue el tiempo suficiente para que empiecen a pasar la letra una y otra vez. Así, mientras esperan para la entrevista, se escuchan de fondo los textos de ‘El jefe del jefe’, la comedia del danés Lars von Trier que estrenan este jueves en el Paseo La Plaza bajo la dirección de Javier Daulte.
“Me gusta pasar letra con él, concentrados a pesar de todo el quilombo que hay alrededor. A mí me sirve pasarla sin pedir silencio, que haya interrupciones porque el teatro es eso”, dirá Peretti más tarde, cuando se le consulte si tiene algún tipo de ritual antes de salir a escena.
Desde esta noche serán Gabriel (D’Elia) y Cristian (Peretti), el dueño de una empresa en venta y un actor desocupado que simulará ser el ‘presidente’ de la compañía ante los empleados, después de que el verdadero responsable haya inventado un jefe ficticio para quitarse de encima al peso de tomar decisiones incómodas o impopulares. En esta comedia de enredos, a la que Peretti define como “muy realista y absurda, algo caricaturesca, pero muy humana”, estarán acompañados por Juan Isola, Ariadna Asturzzi, Andrea Lovera y Cristian Jensen.
AL MANDO
-¿Les tocaron muchos jefes que se escudaran en informes o personas inexistentes para eludir responsabilidades?
(D. Peretti) -Yo no tuve mucha oportunidad de eso. Lo más parecido a ser un empleado es cuando trabajaba en el hospital (NdR: Diego, además de actor, es médico psiquiatra). Entonces era empleado estatal y tenía como jefe a los jefes médicos que me enseñaban, los que te hacían exámenes, ese tipo de transferencia tengo con un jefe. Y después lo viví del otro lado del mostrador cuando me tocó dirigir.
(F. D’Elía) -Aparte hay diferentes jefes: al que no vas a llegar nunca y él no va a llegar a vos, y en el medio hay otro montón con los que uno tiene que hablar, que no es el caso de esta obra, donde hay uno que no quiere ser el jefe. Yo laburé de cadete y al jefe no llegué nunca. Tuve uno que me decía “hacé esto o traé aquello”, pero no era el jefe. Esos filtros muchas veces son necesarios.
-Federico, ¿usted cómo se imagina siendo jefe?
(FD) -Un gran jefe. Trataría de ser muy sincero. A mí no me gusta cuando te dan vueltas, cuando te dicen una cosa pero después es otra. Me parece que la charla y la sinceridad van a ayudar mucho, aunque tenga que dar una mala noticia.
(DP) -Aunque haya que pedir disculpas también, el jefe tiene que saber pedir disculpas.
-Y usted, Diego, ¿cómo fue cuando le tocó ser jefe?
(DP) -Muy paternal. Estaba atento a todo: preproducción, a la post y, sobre todo, durante la filmación. Me tocó hacerlo en Bélgica y acá, trataba de entender todo y de resolver todo. Quería mucho al equipo. Si ves un set de filmación, es como un grupo de psicóticos y realmente entonces trataba de resolver todo. Además, tenía que actuar y hacer más o menos las cosas bien. También era una obra mía, entonces si alguien corría con una luz de 25 kilos lo amaba con solo verlo (risas). En aquel momento representaba a diez mil socios productores convocados por Orsai tras un proyecto que llamaron Peretti Project. Siempre tuve la mochila linda de representar a una cantidad de gente en la que confió. Es diferente si sos el CEO de una recontra multinacional, creo que los empresarios y las empresas tienen que tener una mística como cualquier cosa para funcionar.
-¿Tenían ganas de trabajar juntos?
(DP) -Sí, cuando me dijeron que estaba él dije “vamos” y, ahora, con el proceso a punto de estrenar, la verdad que es un lujo.
-¿Creen que trabajar juntos es un plus para que la gente quiera venir al teatro?
(FD) -Puede ser que a la gente le llame la atención, pero no sé. Igual sí, alguno que se enteró sabemos que dijo “bueno, no tenemos la película (de ‘Los simuladores’), pero los tenemos a los chicos en el teatro”.
PREGUNTA OBLIGADA
Federico y Diego se conocen hace más de treinta años y eso se nota en cómo fluye la charla, entre risas y miradas cómplices. Comparten un lenguaje y anécdotas que se meten en la conversación. ‘El enemigo de la clase’ fue la primera obra que los reunió sobre un escenario, un año después llegó ‘Poliladron’ y más tarde, ‘Los simuladores’, la serie creada y dirigida por Damian Szifron y protagonizada por ellos junto a Alejandro Fiore y Martín Seefeld. La ficción, que se estrenó en un momento particular del país poscrisis de 2001, no tardó en convertirse en un programa de culto, con fanáticos que todavía fantasean con su regreso.
-¿Cuál es el mayor desafío que les presenta a cada uno esta obra?
(DP) -La risa, hacer reír, que la pase bien la gente, que se vaya contenta, alegre.
(FD) -Y sin traicionar lo que venimos haciendo. Porque puede pasar que lo que laburaste no está haciendo reír y sabemos que podrían funcionar cosas que si las hacemos provocan reír, pero el objetivo es lograrlo siendo fieles a lo que trabajamos.
-Habiendo transitado otros géneros, ¿hacer reír es más complicado?
(DP) -Es lo mismo. Complicado es meter a la gente en un drama también.
(FD) -Lo que tiene la comedia es que te devuelve rápidamente el ruido. La carcajada es sonora; en un drama podés escuchar alguna congoja pero si no, es un silencio, de esos que hablan también. Pero con la risa hay una rápida devolución y cuando eso no ocurre...Ahí es cuando todos los cómicos te dicen: “yo se la dedicaba a ese que no se reía en la fila cuatro”.
-En 2022 anunciaron la película de ‘Los simuladores’, ¿en qué quedó ese proyecto?
(FD) -Está parada y nos estamos poniendo de acuerdo en cómo salir del arreglo contractual con Paramount, pero no se va a hacer la película. La idea era hacerla con ellos hace tres años entonces, al no hacerla, todos tenemos compromisos. Aparte, es desgastante cuando las cosas se estiran mucho.
-¿Les aburre en algún punto que les sigan preguntando por ‘Los simuladores’?
(DP) -Un poco sí. Imaginate que estén 25 años preguntándote lo mismo; estamos aburridos, pero con la paciencia intacta de tener un premio como es haber protagonizado esa ficción.
(FD) -Que lo hayamos hecho nosotros, que hayamos laburado mucho todos para que eso ocurra, desde el lugar que sea, pero nosotros cinco. El proyecto lo armamos nosotros, cada cual tenía su rol, su lugar y su espacio, pero era de los cinco.