Vale repetir lo que se ha dicho reiteradamente en este espacio: ni Estados Unidos necesita de Argentina para desarrollar ninguna de sus políticas globales de fondo, ni el recién electo presidente Trump ha esbozado planes que permitan soñar con conseguir alguna ventaja económica para el país, más bien todo lo contrario, por lo que habría que enmarcar la reciente visita del presidente Milei como un acto de simpatía espontánea del mandatario argentino y de condescendencia trumpeana, sin ningún marco oficial de ninguna naturaleza, deliberada y conspicuamente mantenido en ese estatus por la nueva administración norteamericana.
Como consecuencia, habría que catalogar esa fugaz e informal visita de Milei, refugiado tras su carpetita y más allá de las adjetivaciones que se quieran otorgar a sus salamerías, como un acto de proselitismo para uso doméstico del titular del Ejecutivo argentino, y un floreo de su cuerpo diplomático que intenta alardear de sus contactos e influencia.
Las decisiones de inversión en el país no provendrán del gobierno estadounidense, sino de las empresas privadas, bancos y fondos cuando perciban que las condiciones institucionales y económicas son apropiadas y las oportunidades interesantes. La idea de un tratado de libre comercio no es posible fuera del Mercosur, y aunque existiera la posibilidad de un acuerdo, los tratados que firma hoy ese país no son exactamente de libre comercio, sino que constituyen un pliego de condiciones proteccionistas al que los países deben subordinarse para que se les permite venderle, de total inutilidad en la práctica.
Los recursos milagrosos de ese tipo, o los préstamos generosos del pasado, vía directa o por influencia sobre el FMI, tampoco son viables, (afortunadamente) con lo que harían bien las autoridades en continuar enfocándose en sacar al país del default sistémico y la inseguridad jurídica como el mejor camino para procurar el progreso. Cualquier otro favor o concesión corren el riesgo de resultar demasiado caros para el país, como sobran los ejemplos en el pasado.
Ni el éxito de Trump significaría un éxito para Milei ni viceversa, ni el fracaso de uno equivaldría al fracaso del otro. Creer lo contrario no sería estar bien asesorado. Es cierto que ambos presidentes coinciden en su postura en contra de la agenda 2030, el wokismo y toda su colección de reivindicaciones odiadoras, pero será Trump quién tome las decisiones sobre ese tema y los demás países los que deberán aceptarlas o plegarse al suicido europeo.
Tampoco se tiene claro cuáles serán las políticas, medidas y nombramientos de Trump en muchos aspectos, y si las mismas necesariamente serán positivas para el país y si merecen el apoyo incondicional oficial. Mucho menos cuando cualquier opinión prudente de los funcionarios de carrera de la Cancillería será tomada como desobediencia a la posición presidencial y consecuentemente, como una traición.
Yendo entonces a lo económico, los números que se están mostrando son buenos. Se podrá entrar en la discusión sobre si la línea que se está siguiendo es liberal o no, y la columna se apresura aclarar que no es para nada liberal. Pero tampoco era de esperar para un enfermo infartado que el médico le recetase al día siguiente del infarto que saliera a correr una hora por día, si se permite la metáfora.
Siempre se dijo aquí que la salida pasaría por estas etapas heterodoxas y cambiantes. Y en tren de comparar, este espacio prefiere el primer año de este gobierno al primer año de Juntos por el Cambio, con un gradualismo en ese entonces defendido por el propio Milei, que tan caro le costó a ese gobierno y al país. Se verá ahora si los pasos siguientes tienden a la liberación total del mercado cambiario sin ningún tipo de intervención del Estado, la eliminación de retenciones y otros impuestos y demás.
Habrá que ver lo que entiende el oficialismo por “libertarismo”, que parece cambiar de definición día a día, por lo menos en la práctica y a estar por las declaraciones de las principales espadas mileistas (que en muchos casos no consideran necesario el conocimiento previo para verter admoniciones, teorías y opiniones al respecto).
La confirmación de la contemplativa sentencia en primera instancia a Cristina Kirchner sirvió para desatar el triste circo de la exmandataria y también para que la condenada se enfrascara con una de sus peleas por X con el presidente, más preocupada por la pérdida de sus jubilaciones de privilegio que por la condena. Tanto ella como el país entero sabe que la Corte no se expedirá sobre cualquier apelación futura por el resto de su existencia, con lo que la discusión es bizantina.
Tampoco la supuesta pelea ha convencido a la opinión pública de que el Gobierno está haciendo todo lo posible por promover acciones contra quienes despojaron a la sociedad. Basta recorrer el listado de los cientos de casos que duermen en la justicia y los miles de casos que nunca fueron denunciados, más una recorrida por los niveles decisionales de las áreas clave de la administración para advertir que la naciente filosofía “libertaria” que promueve el triángulo de hierro no tiene por qué parecerse al liberalismo y acaso ni siquiera a la seriedad. Ni tiene demasiadas intenciones de diferenciarse del kirchnerismo en lo político.
Si se observa el derrotero que está siguiendo la hermana presidencial, esta aseveración podría llegar a comprenderse algo más.
Entretanto, tras un mero cambio de favoritos, la ex AFIP y la resucitada SIDE siguen gastando lo mismo o más que antes, evidentemente no afectadas por el rayo desregulador de Sturzenegger, pese a lo declarado formalmente. Habrá que ver si la Cancillería cumple la promesa de reducirse, aunque hay algún derecho a suponer que seguirá por el mismo camino de no innovar.
La columna, como tantos otros, espera y desea que el éxito económico se consolide, para que finalmente se pueda avanzar por el camino de libertad comercial, cambiaria, financiera y de reducción de impuestos prometido, y demolición de la casta, lo que todavía no se ha podido poner en práctica por las razones conocidas. O desconocidas.
En un mercado global como el que se avecina, eliminar las penalizaciones, destratos y penurias que sufre el sistema productivo nacional será fundamental para lograr una imprescindible mejora del empleo. Eso no pasa por un tratado generoso y condescendiente bondadosamente otorgado por Estados Unidos, sino por decisiones propias que no obstruyan ni ahuyenten la inversión, la producción y la exportación. La idea de ordeñar la actividad agrícola para subsidiar las industrias, excusa usada desde 1943 en adelante, no parece haber funcionado. Tal vez el libertarismo, sea lo que significase esa palabra, pueda cambiar finalmente esa práctica.