La imagen es extraña, una fotografía en diferentes medios muestra a un hombre que sonríe de manera muy afectuosa y expresando bienestar y conexión con quienes tiene delante, en una imagen cálida expresada en su sonrisa. Lo extraño es que entre ambos hay unas rejas. Se trata del exdiputado Germán Kiczka, quien luego de varios días prófugo con orden de captura por Interpol mediante, fue aprehendido y puesto a disposición de la justicia para que responda por los cargos de los que se lo acusa.
Estos son el de posesión de material de pornografía infantil en cantidades, y la investigación subsiguiente revelará de un horror extremo, con menores en situación de abuso y hasta de zoofilia. Pero él ríe y hasta refieren que bromea con sus familiares y dice que es todo un gran malentendido, a pesar de la prueba concreta que existe desde febrero cuando se le secuestró una laptop. En esa laptop se encontrarían más de 600 imágenes y videos de la galería del horror.
En las redes sociales el dilema será si se debe usar o no el término pornografía infantil o si se debe denominar abuso sexual, circula también la pregunta sobre qué “patología” o perfil criminal tiene, ya que se supone esto debe ser extraordinario y ajeno a la supuesta normalidad que estaríamos viviendo. El problema, más allá de la denominación, o la narrativa que se le dé, es que se trata de otro caso más en la creciente tendencia social en la cual el tema es lisa y llanamente el abuso sexual infantil.
Quizás, como en la Torre de Babel, el problema sean las palabras como portadoras no de entendimiento y comunicación, sino de incomprensión, de imposibilidad de comunicación y consenso. Autopercibidos “especialistas” en el tema centran todo el dilema en las palabras. Así se habla de pedofilia, abuso, pornografía infantil, grooming incluso si se quiere, antes pederastia, efebofilia, o clasificaciones dadas por ejemplo por rangos de edades de las víctimas, pero la realidad es mucho más simple y brutal. Son menores absolutamente indefensos física y psíquicamente que ven su vida destruida. Como decía en una nota reciente, es la “Infancia en riesgo permanente”. Ya no estamos viendo en este caso, que motiva la conmoción en la crónica, solo la punta del iceberg por la noticia que emerge -es decir un diputado que una semana antes había estado en la Casa Rosada- sino el iceberg mismo o quizás la plataforma de hielo de la cual se desprenden esos icebergs. Ya ese hielo que nos congela, que nos paraliza en nuestro acervo cultural y moral, avanza aparentemente sin oposición real.
Hace ya demasiados años que las noticias de abuso sexual infantil, bajo cualquier denominación que se les dé, son parte de la crónica diaria en el mundo. Hace un tiempo la isla de Epstein y la nómina de personajes célebres que concurrían asiduamente, o un grupo religioso en Estados Unidos que se descubre que en unos sótanos había elementos rituales que incluirían el sometimiento de menores, pero luego sería desmentido como teoría conspirativa, o los episodios constantes en nuestro medio. Algunos banalizados de manera obscena, como el caso Bambino Veira y su “es una manteca” o el caso conocido como “de Independiente” por el club de fútbol, pero que realidad según se supone relativo a varias escuelas de fútbol a las que asisten niños del interior del país, en general de bajos recursos.
Los casos en su creciente frecuencia van saliendo de la crónica policial y el horror quizás fingido en los medios y pasan a lo cotidiano. Se instalaron dilemas sobre las palabras, o si la posesión de material de “pornografía infantil” implicaba necesariamente abuso, planteando un absurdo: que si las parafilias no estaban probadamente ligadas a la comisión del delito, quizás había que tener otra mirada. Esa otra mirada, la necesidad de establecer una perspectiva compresiva del abusador, sacándole el mote de tal, ha ido avanzando por todos los dominios. Así, desde las manifestaciones de comunicadores en nuestro medio que "si el chico no se siente abusado, no hay abuso" siendo más preocupante que en el set nadie más que una de las periodistas presentes se haya indignado, o en otro célebre caso reciente un periodista al aire dijo "¿Qué tiene de malo tener pornografía infantil?”, para agregar: "Yo lo que digo es que, la pornografía es una fantasía no es que el que la consume, distribuye y va a tener relaciones". La escena recibía reproches, pero también risas en lugar de entender la gravedad.
Uno de los comentarios señala un factor de esa imposición de una nueva narrativa y es el de la edad de consentimiento. El segundo es el de la libertad individual en la medida que no haga nada que constituya un delito claramente tipificado. Quizás esta última desconozca el evidente caso de que esas escenas implican “per se” el sometimiento de menores, y el que las posee, o las ha registrado él mismo o avala ese delito atroz. Pero la parcialidad en la expresión, en el relato, subvierte el verdadero significado.
En un caso judicial, el de Marcelo Corazza, en los chats se encontraron frases paradigmáticas que muestran al menor como objeto, y si se quiere volviendo a cuestiones de inconsciente colectivo, al canibalismo ritual de Cronos que devora a sus hijos. Así escribían entre ellos calificando a los menores víctimas que “es como comer carne de ternera” o “es como caviar”. Los casos mediáticos son al menos mensuales y también se agolpan otros como el de Jey Mammon o el influencer-periodista Ezequiel Guazzorra que fuera detenido el año pasado luego de haber estado prófugo.
El tema abarca a la política en varios países del mundo, en la era del “wokeism”, en los que es un delito no usar los pronombres por los cuales una persona se autopercibe (aunque los interlocutores no puedan advertir eso), pero no lo son tanto las expresiones que implican directa o indirectamente el sometimiento de menores. Empieza a ser corriente que en la “ensalada de palabras” se diluya el horror, o peor aún se busque racionalizarlo o utilizarlo. Así, por ejemplo en Estados Unidos, el problema parece no ser el abuso de menores, llamémosle pedofilia para simplificar, sino que la misma sea “usada“ para atacar a gente del partido demócrata y de paso se sugiere que en general las acusaciones de pedofilia son falsas e ideologizadas. Los menores a los cuales se referían no cuentan en la crónica, sí el “honor” de los señalados.
Hay otras varias formas en las cuales los menores son usados como indicador del cambio cultural, de la nueva narrativa, y están en varios frentes: desde una educación sexual absolutamente dirigida en un solo sentido, hasta las presiones para cambio de sexo. Al mismo tiempo, la palabra “pedofilia” entra en un juego en el cual se expresa algo cierto, y es que no todos los que cumplen los criterios para esa parafilia, esa perversión, cometen un crimen y así se invierte la ecuación tratando de normalizar el concepto.
Incluso publicaciones científicas hablan de falsa narrativa que busca estigmatizar y “no comprender” a quienes padecen de este problema y que eso dificulta su abordaje, acusando a la cobertura de los medios de tendenciosa. Una verdad parcial se transforma en verdad y así vamos normalizando e introduciendo en el pensamiento colectivo. Quizás lo que antes era inaceptable, ahora no lo sea tanto. Lo que implica el goce con ese material, y es que el mismo ha sido generado por un abuso, parece salir de la ecuación del estudio “científico”.
Más cercanamente para nosotros por el signo de los tiempos en nuestro medio, hemos conocido la existencia de una autor, Murray Rothbard, el de alguna manera fundador del anarco-capitalismo, dice que el niño adquiere plenos derechos de “autopropriedad” cuando se va o huye de casa, independientemente de su edad. Rothbard escribe en su libro “Ética de la libertad”: “Pero, ¿cuándo debemos decir que esta jurisdicción fiduciaria parental sobre los niños debe llegar a su fin? Seguramente, cualquier edad particular (21, 18 o la que sea) solo puede ser completamente arbitraria. La clave para la solución de esta espinosa cuestión radica en los derechos de propiedad parental en su hogar. Porque el niño tiene sus plenos derechos de autopropriedad cuando demuestra que los tiene por naturaleza; en resumen, cuando se va o “huye” de casa. Independientemente de su edad, debemos conceder a cada niño el derecho absoluto a huir, y a encontrar nuevos padres adoptivos que lo adopten voluntariamente, o a intentar existir por su cuenta. Los padres pueden intentar persuadir al niño fugitivo para que regrese, pero es totalmente inadmisible la esclavitud y una agresión a su derecho de autopropriedad que usen la fuerza para obligarlo a regresar. El derecho absoluto a huir es la máxima expresión del derecho de autopropriedad del niño, independientemente de su edad.”
De alguna manera, todo tiene al mismo lugar que los promotores de la capacidad de toma de decisiones, de cambio de sexo, o de consentir en relaciones sexuales, uno de los ejes de esta nueva narrativa es que desde el momento en que se es persona en sentido jurídico, se está en condiciones de consentir libremente y que el lugar de los padres no existe y que ellos son en realidad quienes limitan la libertad de los niños y su capacidad de ser seres plenos. En esa nueva narrativa, los padres son sustituidos por un gran hermano que es el estado u organizaciones que saben mejor que los padres qué hacer.
En definitiva, el gran reseteo y la gran narrativa, que vemos en otros órdenes, se muestra de manera brutal en el caso del sometimiento y la desprotección de los menores. Necesitan instalar en todos los órdenes una nueva narrativa en la cual las palabras, luego las frases, vayan modificando los conceptos y de allí lo que creemos y, en definitiva, lo que es moral, palabra también que se busca desposeer de sentido. Ya no somos capaces de decir qué es correcto o no, sino que alguien nos dirá qué lo es y los crímenes de pensamiento ya están instalados en algunas partes bajo la figura de crimen de odio, o de propagar falsas noticias.
Mientras discutimos sobre términos y conceptos, el trabajo de los que quieren instalar, y lo están logrando, un mundo nuevo en el que seamos productos, objetos, alimento para su insaciable perversión de poder, “carne de ternera o caviar”, avanza sin cesar y aparentemente sin oposición real.
Quizás entender que nos encontramos ante un cambio cultural y que se trata de la batalla por nuestras mentes, por todo aquello en lo que creemos que nos constituye como pertenecientes a una cultura, y que en la pérdida de esa malla de protección, que es la cultura, lo que sobreviene es el caos.
Para ese cambio de modos, de “moros”, la imposición de nuevos valores, nuevas creencias, en definitiva, un nuevo relato, sobre lo correcto y lo que no lo es en nuestra propia historia, es imperativo y está en marcha.
Los niños como siempre son los canarios en el túnel que señalan el peligro creciente, quizás aun en el extremo del egoísmo debamos darnos cuenta que la victimización de ellos implica la nuestra y que, como citaba Niemoller, luego si no reaccionamos, nadie vendrá a salvarnos.
Atacar a la infancia es una forma clara de atacar la sociedad que hemos construido luego de siglos. Podemos llamarlo pedofilia, abuso infantil, etcétera, pero en realidad se trata de nuestra autodestrucción, que está cursando mientras se nos mantiene adormecidos en dilemas y narrativas modernas.