Opinión
El rincón de los sensatos

Pasos perdidos

Ninguna novedad. Basta volver a visitar el octavo círculo infernal del Adán Buenosayres de Marechal, donde se ilustra la soberbia, para encontrar una pintura eterna de nuestra actividad parlmentaria con su permanente víctima incluida: Juan Pueblo. Han pasado más de setenta y cinco años desde esa desopilante descripción, ha habido guerras y revoluciones, pero el espíritu del Congreso sigue debatiéndose principalmente entre intereses pequeños de los elegidos y sus asesores. Sólo que el tono general -y no se ofendan las legisladoras porque en esto confluyen ambos sexos- es de discusión de peluquería. Obsérvense aunque sea los looks.

Es cierto, el idioma ha cambiado algo. Ultimamente se introdujo el término “agenda” para evitar referirse a modos de pensar, planes o proyectos de manera más comprometida. Nadie dice tener conciencia de nada definitivo, todo tiene la etérea, provisoria vida de una anotación de calendario.

Tal cosa vale para gobernantes como para opositores. Y le sacan el jugo todos los entrevistadores que se hacen llamar periodistas. Con decir “no está en mi agenda” se puede evitar discutir hasta sobre la existencia de Dios.

Pero no es el único uso de la agenda. Sirve también para adormecer decisiones, a la manera -dicen- de uno de los aspirantes a Juez de la Suprema Corte. Obsérvese si no el congelamiento del Presidente, su vicepresidente y varios seguidores que -en campaña y luego frente al mundo- prometieron luchar contra el aborto y las degeneraciones sexuales, pero ahora lo han pasado al frío de lo no agendado. Tema difícil, pero que corre alto riesgo de ser abandonado definitivamente a la espera del “momento oportuno”.

Otro tanto cabe para los juicios por la lucha contra la subversión, víctimas de la justicia tuerta que enaltece e indemniza suculentamente a los guerrilleros mientras deja morir en prisión y sin sentencia a los que los enfrentaron.

Es verdad, como se acaba de decir, que todo esto viene de muy lejos. Pero el Pacto de Olivos entre la ideología susurrada de Alfonsín y la ambición de Menem, y la reforma constitucional que le siguió, modificaron el edificio político de manera que esta nueva generación de injusticias y desgobierno se eternicen.

Nada va a cambiar -reelección, sufragio cada dos años, senadores a patadas, monopolio de la representación popular en manos de los partidos políticos- si esto no se endereza. Toda una fórmula para que el sistema se mantenga, incluso en nombre del cambio.

ALGUNAS IDEAS

Si hasta cuando desde la Vicepresidencia se esbozan algunas ideas que podrían empezar a enderezar valores en defensa de la Patria y de la vida, manos diversas se apuran a inventar conflictos que enfrenten entre sí a los miembros del Gobierno. Es cierto que no ha de ser fácil combatir a una mujer con muchas ideas claras y una conducta no vulnerable. Y menos si, encima, es buenamoza. Pero tampoco pueden caber dudas de que lo que se busca es, como mínimo, neutralizarla.

Cabe insistir: no bastan palabras altisonantes ni dudosos éxitos económicos para enderezar a una república a la que no se la ha dejado ser desde muchos ángulos. El cambio que intuitivamente muchos argentinos piden no se va a dar si no se conduce al país hacia una república genuina.

Y para eso la “boleta única”, que es un pequeño paso pero nada más, corre riesgo alto de ser otro paso perdido. Es preciso reconstruir el sistema electoral dándolo vuelta, de modo que se elija desde abajo a arriba, de lo próximo -que es lo que se puede evaluar- hacia los estamentos superiores, con control desde el lugar de origen para todos los gobernantes así designados. Sólo entonces habrá representación genuina y el común de nosotros podrá elegir entre candidatos conocidos, que no se nos impongan vaya a saber por qué fuerzas y qué arreglos desde la pantalla de un televisor.

En los tiempos de la Inteligencia Artificial -capaz de hacer aparecer real a cualquier cosa inventada- la inmediatez entre gobernante y gobernado será la única fórmula de la verdadera representación, de la verdadera libertad.