Opinión
Acuarelas porteñas

Pasión y catarsis académica

El acontecimiento futbolístico del 23 de noviembre de 2024 en el estadio La Nueva Olla de Asunción de Paraguay fue el numen inspirador de las siguientes confesiones.

BAUTISMO E INICIACION

Allá por mi paleolítico, año 1949, hubo dos advenimientos paralelos que marcaron decisivamente mi existencia: yo empecé, tras cinco años de analfabetismo, a cursar el primer grado en la escuela elemental, y el Racing Club de Avellaneda, tras veintitrés años de sequía, obtuvo su décimo título de campeón del fútbol argentino.

No obstante ser hijo de un boquense y de una riverplatense, me convertí en apóstata al hacerme hincha de la AKDé, influido por un primo de mi padre que no sólo lo era del cuadro en sí sino que, además, sentía particular admiración hacia el puntero izquierdo Ezra Sued, a quien solía elogiar por “chiquito y escurridizo”.

Casi simultáneamente un vecino de la calle Costa Rica al 5600 me hizo conocer el número especial de la revista Racing dedicado a festejar la obtención del título. Mis seis años de edad no me impidieron disfrutar de su autocelebrante lectura y de memorizar fragmentariamente un poema de Héctor Gagliardi (1909-1984) que comenzaba así:

Nació cuando Avellaneda

era Barracas al Sur

mi glorioso Racing Club

de las luchas futboleras… (1)

JUVENTUD, DIVINO TESORO…

Una vez introducido el Virus de la Pasión Inexplicable en mi espíritu, ya no resultó posible exorcizarlo.

Durante la adolescencia me hice socio del club. Y entonces, con frenesí religioso, domingo por medio abordaba en la placita Falucho el colectivo 12, que me dejaba en Barracas, a la entrada del viejo Puente Pueyrredón. Desde allí, ejerciendo infantería, me dirigía al Cilindro y me ubicaba, como aconsejan el sentido común y la geometría, en la mitad de la tribuna alta respaldada por la torre, desde donde mejor podía apreciar el desarrollo del juego.

En algún momento se instaló, en la esquina de Arévalo y Santa Fe, la cabecera de otra línea de colectivos: la 95, que tenía la ventaja de penetrar en Avellaneda y llevarme hasta muy poca distancia del estadio racinguista. Veleidoso, no vacilé en abandonar mi viejo amor hacia la 12 para iniciar idilio con la 95.

Así corrieron los años, que me regalaron las alegrías de 1958, 1961 y 1966…

Entre 1958 y 1961 las formaciones de Racing sufrieron relativamente escasos cambios y resultaron contundentemente deletéreas y goleadoras: durante esos años gocé (gozamos) de las genialidades que urdía el dueño de la raya derecha, es decir el maravilloso Oreste Osmar Corbatta.

1966: en el arrasador Equipo de José (el querido, talentoso y mesurado Juan José Pizzuti) hubo, según creo entender, tres capos (Perfumo, Basile y Maschio) que comandaban un conjunto de eficacísimos laburantes. Tal equipo sólo perdió, y en calidad de visitante, un partido (0-2): lo presencié, compungido, desde la tribuna alta que da su espalda a la avenida Figueroa Alcorta.

CAMBIO DE HABITO

Hasta que, el año 2001, llegó gracias al condimento de energizante mostaza el fin de las tres décadas de carencia de títulos. Rememoro las extensas colas, a veces de siete horas, que mi hija Vicky (2) y yo soportamos, tan estoicos como complacidos, para adquirir las entradas de ciertos partidos decisivos: ¡oh, sacrificios dignos del mayor encomio!

Desde entonces, y por razones de cierto cansancio, de la acumulación de otras actividades, de lejanía geográfica y también de alguna culpable pereza, he concurrido no demasiadas veces a las canchas. La televisión, el sillón, la molicie, el paso de los años han hecho su labor, y me han colocado más cerca de la calma del anacoreta que de las emociones del aventurero.

Sin embargo, la AKDé, de una manera u otra, siempre se halla presente en mis vivencias actuales y en mis recuerdos pretéritos. Debo admitir que me maculan algunos primitivismos propios de los idólatras: camisetas, remeras, chombas, gorras, pantaloncitos, llaveros, medallones, banderines… pululan en mi casa exhibiendo el emblema de los amados colores, los mismos que suelen evocarse cuando entonamos:

¡En el este y el oeste,

en el norte y en el sur,

brillará blanca y celeste

la Academia Racing Club!

(1) En la página 59 de aquella revista Racing se halla el poema en cuestión. No puedo menos que admirar la destreza técnica de Héctor Gagliardi: cumplió la hazaña de versificar en una décima (aunque no espinela) de cabales octosílabos pero con rimas heterodoxas (mezclando consonantes con asonantes) los apellidos de los futbolistas que conformaban el equipo titular. Creo que no es tarea fácil:

¡Por los nombres que defienden

tus colores con el alma!

Rodríguez, García y Palma,

Fonda, Rastelli y Gutiérrez,

Gagliardo, Salvini y Méndez,

con Bravo, Simes y Sued,

que nos dan con sencillez

el premio de un campeonato

que hace justo veinticuatro

los años que se nos fue.

Una hazaña adicional enaltece la probidad intelectual del autor. A pesar de que los jugadores titulares son once, Gagliardi enumera doce.
Juan Carlos Salvini era el puntero derecho titular; sin embargo, debido a lesiones sólo pudo actuar en 17 de los 34 partidos del campeonato de 1949. En cambio, el dúctil suplente Julio Gagliardo jugó 20 partidos, ya que, llegados los casos, reemplazaba tanto a Juan Carlos Salvini por la punta derecha del ataque como a Ezra Sued por la izquierda.

De manera que, tal como lo consideró Héctor Gagliardi, Julio Gagliardo merecía ser incluido en su poema, hecho del cual podemos extraer este apotegma: ‘Para un Gagliardo (morfológicamente singular) no hay nada más justo que un Gagliardi’ (morfológicamente plural).

Dicho sea de paso: el único futbolista que tuvo asistencia perfecta en los 34 encuentros fue Juan Carlos Fonda, el marcador de punta derecho.

(2) Ese 23 de noviembre de 2024 Vicky, abnegada y entusiasta, se hizo presente en La Nueva Olla paraguaya. Yo, no menos fervoroso pero mucho más egoísta, limité mis afanes académicos –horresco referens!– a repantigarme en casa frente al televisor.